miércoles, 19 de octubre de 2011

ROMA


Lo cierto es que me acosté con ella. Fue un alivio no reconocer el ritmo de tus manos ni tu ropa interior en las mías. Coordinamos la respiración: ella lo hacía a veces fuerte, a veces muy bajo, yo creo que nunca llegué a respirar. No teníais mucho en común. Le gustaba lo que tú odiabas y odiaba lo que a ti te gustaba. También cerraba los ojos. También tenía algo pendiente con mi espalda. Mientras miraba por la ventana del hotel pensé, que realmente estábamos lejos del centro de Roma. Y que no tenía ni idea de cómo se llamaba. Sabes que para los nombres -entre otras cosas- siempre fui un desastre. Por estadística, podría ser Ana, Cristina o María. Por lógica, ninguno de esos. Es curioso que siempre destrocemos la estadística y la lógica. Tantas veces y todas mal. Tan claro todo, y seguimos preguntando por qué. Creo que quiere dormir abrazados. Como sabes, eso es imposible. Sigo con los ojos abiertos. Ella lleva dormida un rato. Hacía tiempo que no veía a nadie tan tranquilo a mi lado. Probablemente esté pensando en alguien totalmente distinto a mí. Si no, no tendría sentido esa calma. Miro al techo. Y sé dónde pondrías los zapatos al pie de la cama, incluso con qué ángulo. Los de ella están perdidos. Al igual que mi camisa. Esto nunca habría pasado contigo. Esto quiere decir que yo ahora también estoy perdido. Y que sólo ella puede encontrarme. Tal vez, ya lo hizo. Lo cierto es que me acosté con ella. Pero en el fondo sabes, maldita sea, que no dejé de pensar en ti.

1 comentario:

  1. Vi que te pasaste por mi blog y te he estado leyendo ahora, me ha encantado! te sigo.

    ResponderEliminar