viernes, 21 de octubre de 2011

ICEBERG Y ESTERNÓN


Apaga la luz o déjala encendida, da igual. Seguirá siendo la misma hora, seguirán las farolas ocultando las heridas azules de mi voz. Hay cuatro esquinas y quince inviernos en cada una. Hay relámpagos subiendo por las paredes y tsunamis en los cajones. Las sábanas acorralan tu olor hasta que me asfixian, la almohada se esparce gota a gota por las baldosas húmedas de ti; resbala por el cristal la puerta entreabierta por si vuelves. Suena el teléfono: “¿Sí? No, no quiero cambiarme a Orange. Es que soy fiel a Vodafone. No nos hemos visto, pero después once años juntos se le coge cariño hasta a una compañía telefónica aún sin haber follado. Espero con impaciencia ese momento. Gracias a usted.” Qué puede ofrecer una agenda vacía, un disco rayado de punta a punta, las manos de alguien reconstruyendo pacientemente las vértebras de mis labios, lo inédito de mi espalda. Qué carajo puedo ofrecerle yo a alguien si por  más que me desnude y la ropa caiga de la cama, soy un iceberg que no sabe ni romper la cubierta de los transatlánticos que van derechos hacia él, que no sabe ni permanecer inmóvil. Qué carajo puedo ofrecerle yo a alguien que me habla de pieles arrancadas en los ojos, de abismos inversos en mi clavícula, si me subo en una puta noria infantil y me mareo. Qué carajo puedo ofrecerle yo a alguien que me dice que es Jueves y que podemos ir al cine, si le juro por mis riñones que sigue siendo Miércoles, que está lloviendo y que estoy completamente seco, desde mi sístole hasta mi calcáneo, si le juro que no sé de lo que me habla cuándo me dice que me echa de menos. Qué carajo puedo ofrecerle yo a alguien si aún sigo tumbado en tu cama mientras tú te pintas cuidadosamente las uñas de los pies, si partes mi esternón por la mitad sin hacer fuerza ninguna.

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