Uno tiene sus manías
y con el paso del tiempo
se hace más difícil
cambiarlas u olvidarlas.
Por ejemplo, dormir
con la persiana echada
sin que entre ni una
gota de luz,
escribir con música
de fondo,
comprobar que he
cerrado la puerta,
dormir tapado aunque
haga cuarenta grados,
ducharme con agua más
o menos caliente
incluso durante el
maldito verano,
quedarme en el lado
derecho de la cama,
recoger la cocina
después de cada comida,
regar las plantas en
un recipiente de plástico
que creo –no estoy
seguro–
que es para guardar
garbanzos o lentejas,
poner siempre la
alarma en el móvil,
coger el sueño con la
televisión encendida,
llamar a mi madre al
salir del trabajo,
enamorarme hasta la
médula
de todas las chicas a
las que dejé,
poner Sálvame
mientras leo
artículos sobre
Neurología
y hacer la cama antes
de acostarme.
Ya no eres la única
que conoce mis manías.
Ahora echo de menos a
otras que no son tú
y lo hago de una
forma torpe,
casi por inercia,
casi por costumbre,
casi como si aún te
quisiera a ti.