No
sé muy bien cómo decir
que te echo de menos sin que
suene
jodidamente cursi.
Y de repente, las farolas
vuelven
a estar en su sitio.
Y de repente, mis manos bajo
tu ropa
como dos perros lamiendo el
paraíso
que quieren más,
y más,
y más.
Y de repente, tus medias
preparadas
para romperse en el segundo
movimiento
como la saliva que gotea del
corazón.
Y de repente, el piercing de
tu nariz
sirve para recordarme el
abismo
por si me olvido de que
estoy cayendo.
No sé si es pronto o
no
pero te echo de
menos,
aunque al decirlo suene
jodidamente cursi.