domingo, 31 de marzo de 2013

PUTAS CAMUFLADAS EN VAINILLA Y CABRONES ENMASCARADOS EN HUGO BOSS// ACORDES Y DESACUERDOS// SÁBADO DE LLUVIA Y DE ALGO QUE NO SE PARECE A NADA


PUTAS CAMUFLADAS EN VAINILLA Y CABRONES ENMASCARADOS EN HUGO BOSS

No he dormido. El documental de la 2 enlentece la tormenta entre un libro de Truman Capote y el móvil vibrando en la mesita. Me sigues. Te sigo. Nos seguimos porque no hay nada que seguir. Tu lengua subraya lo que no digo, que casi nunca coincide con lo que tú intuyes. Y esto tiene su ventaja. El viento golpea el olor a incienso y a vainilla de las putas camufladas entre la multitud y de los cabrones enmascarados en Hugo Boss y en americanas oscuras con pantalones de color caqui. Entre la multitud he dicho cosas que avergüenzan simplemente porque no se podían escuchar. Es la ventaja de esto. Cuando quieras preguntarme algo que sepas que no voy a responder, ya sabes cómo hacerlo. Entre la maldita multitud. Planéame en el mejor sentido posible. Desglosándome punto por punto, vértebra por vértebra, aurícula por carótida o en el desorden que prefieras. Planéame dejándome a tu deriva cuando las velas sean la mierda más grande que jamás haya visto, cuando naufragar sea la única salvación o cuando tus vaqueros rotos reestablezcan el invierno que no supe congelar. Fóllame en el peor sentido posible. Esto no es necesario explicártelo porque fuiste tú quien lo tradujo en carne viva. En espejos que sudan nuestros nombres. En subtítulos de cartón que abrigan como las fronteras con fiebre. Y parece que al final hoy no va a llover. Y parece que no estaría tan mal mojarnos si tenemos el viento a favor. Continúa estático el puente en las luces. Continúa tu forma trivial de provocar erecciones en diversas partes de mi cuerpo con sólo verte beber una puta cerveza. Y al final, termino reconociendo el sabor de tu tabaco en mi bufanda mientras algo ahí abajo está despierto con los ojos de par en par como bocas de osos en mitad de un rugido, desde el jodido momento en el que dijiste “¿Qué tal fue la tarde?”.

ACORDES Y DESACUERDOS

Ella no lo sabe pero no hay nada de mí que valga la pena en este momento. Voy a la cocina a beber. Me detengo en la puerta del salón. Justo enfrente hay una guitarra en el sofá, un paquete de tabaco vacío y un DVD abierto de “Acordes y desacuerdos”. Debimos de hacer muchas cosas anoche. El grifo abierto reduce aún más el sonido de mis pasos por el piso. No sé dónde está mi ropa, ni mis botas, ni el equilibrio para recuperar el orden óseo sin subir la persiana. Ella me pregunta si va todo bien. Yo no sé qué decirle. Pero pienso que podría ser peor, aunque también podría ser mejor. Así que contesto que ya vuelvo a la cama. Las uñas despintadas de negro coinciden con su pelo. Diez segundos más tarde me doy cuenta que también lo hacen con la oscuridad. Y con cualquiera de mis miedos al trasluz. Ir a medio gas contigo supone follar constantemente en el meridiano de Greenwich. Por eso ella incorpora la temperatura que falta para enfriar los restos de piel kamikaze y dar paso a los glaciares incompletos que mitigan la puta primavera. Ojalá tuviera ganas de quedarme más tiempo, de prepararle el desayuno, de ir al cine a ver "Django desencadenado", de tener algo que decirle parecido a “te conozco sólo de unas horas pero me bebería la jodida lluvia hasta vomitar lo que quiero decirte sin importarme una mierda acertar o no”. Pero sólo me viene a la cabeza la imagen de un paraguas roto, de un libro mojado, de su cuerpo medio desnudo al cerrarse la puerta del ascensor mientras en cada piso que bajo, me voy llenando de algo que me recuerda a ti y al mundo, a ella y al colapso universal. Me voy quedando más vacío en cada planta, hasta llegar abajo y decirle a una señora que entra con la compra “Buenos días”. Siendo esto lo único que contribuye a la paz mundial en una noche en la que firmamos un pacto de no ser feliz bajo ningún concepto. Pase lo que pase.

SÁBADO DE LLUVIA Y DE ALGO QUE NO SE PARECE A NADA

P y yo llegamos antes. Como siempre. Nos cruzamos primero con un tipo con el cuello como John Travolta en “Fiebre del sábado noche”. Que al final nos hizo compañía toda la noche. Los vasos anchos golpean dos veces y no he visto nada más eficaz. A parte de ti. Y sin saber cómo, nos vimos metidos en conversaciones fluidas y nítidas sobre educación, sanidad y algo más que no recuerdo. Nosotros ya no estábamos tan nítidos. Si yo llevara alguno de los vestidos que llevaban las chicas con las que estábamos, hace rato que habría muerto por hipotermia. Si yo llevara la mitad de tacones que llevaban, mi tobillo y mi espalda estarían rotos por mil sitios. A P le han pintado la cara al presentárnoslas. Es gracioso ver a P con un rosa intenso en la cara. Después de un rato se lo digo “Creo que te han manchado de pintalabios”. A lo que P responde “Eso no pasa na”. Lo llego a saber y no se lo digo. En el momento que sacaron las patatas fritas y los pelotazos, P dejó de intervenir en las conversaciones. Simplemente asentía. Yo a partir de cierto momento, dejé de saber de qué carajo estaban hablando, así que empecé a asentir también. Me miraban fijamente. Esperaban una respuesta de que el mensaje había llegado. Asentía con énfasis. Decía “Eso es así”, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Hasta que hicieron una pregunta que esa contestación estándar no servía y la conversación se llenó de un silencio espectante y jodidamente incómodo. Cosa que tarde o temprano iba a pasar. Menos mal que coincidió con la pregunta de P “¿Tú no te estás meando?” (por jodida casualidad, no porque P estuviera atento a la conversación). “Como un perro. Ahora volvemos”. Y por supuesto, no volvimos. Por el camino P me preguntó “¿Quién coño eran esos tipos?”. “No tengo ni puta idea, pero han empezado a hablar, yo ya había empezado a asentir y aquello era un bucle infernal” dije. Por fin llegamos a Calle Betis. Nos encontramos con un colega y una tía jodidamente rara. Pero rara de cojones. Hablaba como un maldito dibujito animado hasta el culo de M. Le noté algo extraño en la boca. Pero no lograba ver qué coño era. Volví a empezar a asentir evadiéndome de la conversación. Aprentando los ojos, poniendo toda mi atención en la boca de la tipa. Nos despedimos y nos fuimos. “P, te has fijado que a la tipa de antes le faltaba una muela?”. “Hostia, qué paranoia. Tú sabes a que mí esas cosas me rallan. ¿Pero se le notaba mucho?”. “Yo qué mierda sé, mamón”. Entramos en el Big Ben y no sé exactamente cuántas cervezas y tequilas nos bebimos. Sólo sé que el jodido limón que nos dieron era la cosa más mala que he probado en mi puta vida. Luego fuimos a otro garito. Al llegar a la puerta estaba un portero y una camarera. Nos detuvimos antes de entrar. Nos miraron. Se miraron. Nos miramos P y yo. Nadie decía nada. Cinco segundos más tarde, por romper el hielo, dije “Buenas noches”. Seguían sin decir nada. Miro al portero. Miro a la camarera. Miro a P. No sabemos qué mierda está pasando. Justo cuando voy a decir “¿Alguno de los presentes entiende mi idioma?”, la camarera, después de otros cinco segundos, por fin se decide a hablar y dice “Hola”. Sin comentarios. El portero aún hoy sigue sin saber qué estaba pasando. Sólo faltó que preguntara “¿Que venís vosotros dos?”. Juro por Dios que llega a decir eso y le hubiese dicho “Y una horda de enanos cocainómamos que acabamos de secuestrar, con tu vieja a la cabeza”. Por suerte no lo preguntó, porque habría muerto. Allí conocimos a una chica de Valladolid que estaba con una amiga de aquí. Lo primero que pensé fue “Valladodid…una rave permanente”. Eso obviamente no se lo dije. Me encantan sus malditas gafas. Salimos fuera. Seguimos hablando. Y no. Después se quitó las gafas, por comodidad. Y ya no era lo mismo. La amiga se va. Ella se va. P y yo nos vamos a otro garito. Lo que ocurrió allí es preferible no contarlo. No pasó nada, en realidad, para lo que podía haber pasado. Pero aún así, mejor no dar detalles. De vuelta a casa nos encontramos a una chica con un acento de Palencia a rabiar, diciéndonos que era de aquí de toda la vida. Abrió la puerta del portal. Nos dijo el piso dónde vivía. Y que estábamos invitados a una de las fiestas que solía hacer de vez en cuando. Pero que ahora no podía ser porque su novio estaba a punto de llegar de Madrid. O de Mordor. No lo sé. En cualquier caso, salimos de allí cagando leches. P apuntó su móvil. Me despedí de P. Mi casa estaba a cinco minutos. Pensé en ti. En la chica del cumpleaños. En Valladolid. En Palencia. En los polvos en el suelo. En mandarte un whatsapp teniendo una luchaz feroz con este maldito teclado, con la pantalla mojada y los putos dedos resbalándose. Pero por suerte, me quedé sin batería.

miércoles, 20 de marzo de 2013

IF I GO, I´M GOING // LA NOCHE Y YO NOS CONTAMINAMOS DE TODOS TUS LABIOS





IF I GO, I´M GOING

¿Qué puedes ofrecerme tú que yo no haya perdido ya? A veces me repito, ya lo sabes. Coincidimos en la cara oculta del alcohol. Discrepamos en los espejos cuando nos quedamos en punto muerto en mitad de la avenida y la inclinación de la calle orienta y no. Pasa y no. Nos conduce y no. Nos estalla y nos esparce. Y no. Creo que en Dublín sigue nevando. Y creo que en tus pezones también. Mastico la nieve. Sabe a algo que nunca he probado. O a algo que he probado desde siempre. Estoy en duda. Estoy contigo de la forma más rara de todas: cerca de ti. Sabes salvarme cuando no estoy en peligro de nada. Esto es jodidamente extraño. Y lo que es más grave, es jodidamente acogedor. El último país que memoriza nuestros impulsos es Dinamarca. No sé si llegamos a andar mientras llovía o si las despedidas simplemente saben a eso. A lluvía y a asfalto quebrado. Y joder, cómo noquea tu forma de dormir de espalda. Mi forma de no girarme. “This house/ she's holding secrets/ I got my change behind the bed./ In a coffee can,/ I throw my nickels in/ just incase I have to leave/” (Gregory Alan Isakov). Cualquier forma de decirlo vale. ¿Qué puedo ofrecerte yo que tú no hayas perdido ya? He mentido. He retrocedido antes de empezar. He inventado excusas por no decir la excusa principal. Incluso he dicho la verdad en alguna ocasión. Por no saber qué decir. Te enseñaré los charcos cuando pase la tormenta. No sé si será más fácil de entender. O si simplemente nos callaremos y haremos como que lo hemos entendido. Como todo lo que fundamos últimamente. Como la mierda que hemos sido siempre. Todo vuelve. Todo se va. Tú. Yo. Todo se compone y se recompone de alguna forma para parecer diferente. Somos lo más parecido a un coche que no arranca. Y volvemos a intentarlo. Y hace contacto pero no va. Y hace contacto pero sigue sin ir. Hasta darnos cuenta que puede ser, que no vaya de verdad. Ha costado. Entenderlo. Hacerlo. Pero sobre todo, dejarlo de hacer.


LA NOCHE Y YO NOS CONTAMINAMOS DE TODOS TUS LABIOS

Respiro por no moderte. Te muerdo. Me muerdes. Más fuerte. El otro hemisferio te está esperando también. Aunque me equivoque de nombre, me estoy refiriendo a ti de una forma jodidamente feroz y extrema. Quiero decir que yo cambio el nombre pero tú cambias lo que significa. La noche y yo nos contaminamos de todos tus labios. Del calor de tus piernas y de la anemia del nórdico. De los cafés que no tomo. De la pasta con queso que no probé. Del autobús eterno de vuelta. Como algo urgente que aparece sin prisa. El brazo se me ha dormido. Y creo que yo también lo he hecho. Nos parecemos al humo de las fábricas por la mañana, en medio de las nubes limpias o sucias. En medio de algo que no se sabe muy bien cómo, pero manteniene el equilibrio. Recreándose en el vacío. Nuestras combustiones parpadean sin oxígeno ni papel. Sin tintas mojadas en alquitrán para que quede claro. Hubo algo que ardió cuando leí: "I know you and I /are not about poems or /other sentimental bullshit
/but I have to tell you
/even the way you drink your coffee /knocks me the fuck out." (Clementine Von Radics). La noche y yo nos contaminamos de todos tus labios. Sin importar el orden. Coordinando el sonido y la sangre. Quiero que estires todos mis músculos hasta que no den más de sí. Hasta que las estructuras se destruyan. Hasta que sea imposible realizar cualquier movimiento. Estíralos todavía un poco más. No será suficiente para parar. Sin separar tus muslos de mi conciencia. Ni mis párpados empapados de tus orgasmos. Ni tu respiración de mis pulmones. Ni el último lugar donde encontramos algo que no buscamos. Y que no vamos a devolver. A pesar de conservar el ticket. A pesar de estar en garantía. “No vayas a parar, cabrón”. Antes caigo inconsciente.
Hay veces que lo defectuoso funciona jodidamente mejor que lo perfecto. Por casualidad. Por pura suerte. O simplemente porque en realidad, lo perfecto es lo que peor funciona.