viernes, 21 de octubre de 2011

MÁS VALE TARDE QUE MAÑANA. MÁS VALE TU ACENTO QUE MI GEOGRAFÍA

Hay cosas que existen en Granada sólo porque existe Madrid. Quiero decir que desde el mirador de San Nicolás se ve la Alhambra pero sólo podría dar detalles de tus vaqueros y tus converses negras. Quiero decir que no hubiese conocido la habitación 205 aunque al llamar estuvieras en la ducha. Quiero decir que tenías 399 razones para no hacer este viaje y 1 para hacerlo, y te la di a medias. Como el sandwich que no terminaste. Las cervezas y el Brugal hicieron que no pudieras olvidar esa noche pero que tampoco pudieras recordarla del todo. Lo perfecto no existe. Pero yo sí. Y por suerte, tú también. Mandas al carajo lo perfecto para rajarme con cuidado hasta lo preciso. Porque lo perfecto no encaja siempre. Por no decir casi nunca. Tú te vuelves precisa según el momento, según los grados que hagan, según el eje de mi equilibrio. Podemos hacer una lista de las veces que subimos la calle de la catedral, de las veces que me fijé en el color de la puerta y de cómo te tocabas el pelo. Hablar contigo es hacerlo al cuadrado. El ritmo, los acentos y la velocidad impresa de las sílabas que conllevaban un feedback continuo. Mejor así, sin que queden dudas. Mejor así, que se joda la física del tiempo. No conozco muy bien la compañía pero sé con total exactitud la soledad más extrema. Por una regla de tres, deduzco que no sólo no eres lo opuesto, sino que eres todo lo contrario aún. “Puedes irte con quién quieras, no tienes que quedarte conmigo”. Creo que el sitio era por aquí. “De verdad que puedes irte con quién quieras, sé cómo eres”. No, parece que no es por aquí. “A ver, que hagas lo que quieras”. Falta muy poco para que consigas que te tire calle abajo como sigas diciéndome eso. Has destrozado cuidadosamente las veces que te dije que esta noche quería pasarla contigo. Dormido, despierto, borracho, sin paraguas, en mi cama o en el balcón. Mejor que buscar un polvo en un garito, es que me encuentres tú y no le hagamos ni puto caso a la lluvia. Conseguí dormir en una mierda de cama para uno, contigo al lado. Y  jamás perdí tanto el tiempo como en la hora que estuve dormido. Porque parecía que no estuvieses allí. Aprendimos a subir por el ascensor notando cada uno de los escalones. Aprendimos a matarnos sin apretar el gatillo. Y aprendimos también a cambiar la geografía de las palabras para que calasen más. Pero seguimos sin saber cómo coño despedirnos.

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