Con la fiebre no se negocia. Mi cerebro
ha estado ardiendo
una semana y en alguna ocasión, pensando
en ti. Eso tampoco
ayuda. Cada pinchazo parece que encaja en
mi piel y parece que no,
pero va doliendo más. Como si quisiera
tragarme el iceberg más afilado
del jardín y convencido creyera que puedo
hacerlo.
He tenido sueños raros en los que
sonreías.
Han sobrado las sábanas y el cristal, y
he necesitado un volcán
a mi lado para sostener los malditos
escalofríos.
En la temperatura más alta del día
siempre pensaba lo mismo:
es maravilloso que puedas destrozarme la
vida.
Con la fiebre no se negocia. Lo he
aprendido rápido y casi dejándome
el hipotálamo en el camino. O en la cama.
Todo va tan lento que parece que
retrocede.
El miércoles juraría que era domingo, que
ya lo había vivido
por error o por un desajuste metafísico
de cambio de signo.
Cambiaría algunas cosas de sitio pero los
perfumes no se tocan.
Con la luz encendida soy incapaz de
reconocer tu lugar favorito.
Las noticias y las previsiones del tiempo
se me van olvidando
en una amnesia placentera que dura lo
justo.
Si tuviera que decirte algo importante,
jamás te lo diría en un poema.
Es maravilloso que puedas destrozarme la
vida.
Y decidas no hacerlo.