miércoles, 27 de junio de 2012

AVÍSAME CUANDO LLEGUES A CASA

Ella me cuenta que él sólo le habla de las inversiones en bolsa, de las pantallas mercantiles que se ha comprado para tener una panorámica mejor de las transacciones y de otras cosas por el estilo. Ella me cuenta que a decir verdad, esas cosas le importan una mierda. Ella me cuenta también que cree que es preferible invertir en otras cosas. Entonces, mientras ella me sigue contando, yo pienso en qué podría invertir: en otra tónica, tal vez en un gintonic, o incluso en un chupito de vodka aunque esto último no le gustaría nada. Podría invertir además en gasolina para llevarte a la última parada y que nos cierren para nosotros una estación de trenes con las luces apagadas, y desconectar el inmenso reloj que cuelga del techo. O en unos tacones del color que quieras para enseñarme mis formas íntimas de descender. O quizá en una bañera repleta de puertos para llegar a deshora y que no pase nada. O en un bikini con las rutas exactas que indiquen las huellas que no hay que pisar. Ella me cuenta que él no le termina de convencer del todo. Aquí me detengo para pensar a qué se refiere exactamente con “del todo”. Y a si en ese margen entraría el polo negro que llevo y que alumbra la parte que no vemos cuando desviamos la vista hacia arriba. Hacia abajo. Hacia el frente. Ella me cuenta que él es una persona jodidamente incongruente. Y que cuando empieza a hablar de todo esto, ella cambia rápidamente de tema. Ella me cuenta también que él le ha preguntado si sabe hacer de comer. Y que es la pregunta más estúpida que jamás le han hecho. Ella y yo sabemos por qué. Entonces me vuelvo a distanciar y pienso en cuál es la pregunta más absurda que he hecho yo. Y tengo que dejar de pensar porque la lista es más larga de lo que creía. Aunque destaca una sobre las demás: pero ¿eso quiere decir que sí o que no? De repente y sin saber muy bien por qué, le confieso que aunque no sé cocinar gran cosa, algo sé hacer. Y que planchar y tender la ropa de noche tienen un placer ilógico que nunca podré entender. Hasta el punto de casi poder decir que me gusta. Deberían de retirar el valium y recetar esto. Relaja de cojones. Ella me cuenta que le mata que todos los malditos días él le diga en cuánto está la prima de riesgo. Que no sabe cómo no se ha dado cuenta de que no le interesa un carajo. Y de repente, entre su indignación y la pregunta que hace el camarero de si puede retirar los vasos, pienso que en realidad, la prima de riesgo es la distancia más corta entre tú y yo. Pero esto, obviamente, no se lo digo.

lunes, 25 de junio de 2012

50/75

Vuelvo a lugares que no debería. Por estar fuera de lugar o porque ya se han trasladado. O porque me fui yo. O porque no lo pienso bien. O porque lo pienso demasiado y mal. O simplemente porque como dijiste, son “inviables”. Es una alusión de pasada. De refilón. Es decir, que este texto no es para hacerle el boca a boca ni a tu WhatsApp ni a tu edredón. A buenas horas el cabecero abandonó el ring. Tenía que decírtelo. Pulso el botón de Intro y cambio de renglón. Pulso el botón de Intro y el punto y aparte me recuerda a todas las dudas que preferimos no dudar. Fin de ti. Vuelvo a lugares que no debería. No sé si porque estoy perdido o porque por fin te encontré entre Dublín y el segundo cajón de mi mesita de noche. No está bien volver a ciertos sitios. Pero tampoco lo está que A. Merkel decida por ti y por mí las playas que son o no son vírgenes. O rescatarnos si lo único que queremos tú y yo es sobrevivir y revivir esta caída libre que supone estar desnudos frente a frente con el pecho intacto, con el cerebro destrozado de tanto odiarnos y con la lengua cubierta de nieve de llamarnos sin elevar la voz. Vuelvo a lugares que no debería. Y que no existen. Válidos para una película de ficción o para un acueducto sin que toque el suelo. Sin conexiones que sepan de qué hablamos cuando no hablamos de nada. No me hagas caso en lo que pueda decirte hoy o mañana. No me hagas caso aunque te convenza sin utilizar el código binario a modo de ruleta rusa. Porque si hay un 50% de probabilidades de que salga bien, en nosotros hay un 75% de posibilidades de que salga mal. No lo digo yo. Lo dicen nuestras matemáticas. No me hagas caso porque tú y yo sabemos que somos como un iceberg: tenemos que darnos la vuelta para ver la realidad. Vuelvo a lugares que no debería. A ver si te encuentro. A ver si de una puta vez, ya no estás.

jueves, 21 de junio de 2012

ME GUSTA EMBORRACHARME CONTIGO

Me gusta emborracharme contigo y matarnos con absenta y ginebra en cada paso de cebra. Y hacer peaje antes de subir a la azotea. Y una vez arriba, verte bailar entre la ropa tendida, intuyendo cada paso que encaja a la perfección en mi cuerpo. Y joder si asusta esto. Me coges del brazo y yo te aseguro que es mejor que no atente contra el ritmo, que prefiero verte a ti. Entonces me dices que soy el tipo más aburrido que has conocido. Pero te ríes y como un gilipollas voy rajando el cielo para hacernos una ensalada de pasta. Que sigo sin entender por qué se llama así. Pero ése es otro tema. Me gusta emborracharme contigo porque el alcohol en tu boca incluye todos los excesos que puedo imaginar. Con los que puedo soñar en este estado. Desde la azotea vemos la parte de Sevilla que matiza la ciudad que hemos fundado al margen de las noticias del telediario. Me tumbo y apoyas la cabeza en la parte final de mi esternón. Y es lo más cerca que ha estado alguien de un corazón colocado de estupideces y de teclas mal tocadas. Te aproximas a originar mi caos. Te aproximas deprisa y eficaz como un funambulista en un trayecto sin imprevistos. Te aproximas reestructurando el vértigo de mis ojos porque esta vez sí que estás aquí. Me gusta emborracharme contigo porque sé con quién voy a dormir. Porque me acuesto realmente con quien quiero acostarme. Y sobre todo, porque me despierto con la hija de puta que necesito. Aunque no te lo diga. Aunque lo sepas de sobra.

jueves, 14 de junio de 2012

ESCENAS Y ANTENAS DESINTONIZADAS

En una escena sacada de un libro de William S. Burroughs dijiste “puedes quedarte si quieres”, entre hormigones de pladur y un cortafuegos que hacía justo lo contrario. Miré a mi alrededor y sólo sentí comprensión en un ventilador que esparcía la piel muerta de las sábanas que fuimos incapaz de revivir. De intentos fallidos puedo hablarte un rato. Pero creo que es mejor tocarte la espalda y mandar a la mierda a Strauss. Al menos de momento. Él me salvará después. En una escena sacada de una película de Christopher Nolan pensé que aunque suene el despertador en breve, las palabras duelen mucho más si se dicen a oscuras. Me giré. Te giraste. Se giró el edificio entero con nosotros y no sé cómo, nos encontramos de frente en tu esquina preferida de la cama. Qué hacer con todo esto. Qué intervalo absurdo para dejar pendiente las autopistas habitables para uno solo. Para repasar el eclipse punto por punto. Y el desayuno se enfría en la cocina mientras le doy a la opción de “save” para guardar tu imagen en las retinas o en el contestador del móvil. Veo desde aquí antenas y aviones reorganizando los gestos cálidos que se van con el agua del grifo. Las latitudes que coinciden con tus piernas y mi lengua. Y a modo de despedida ficticia, dejamos nuestras palabras secándose colgadas en el marco de la puerta. Y me voy por el mismo sitio por el que vine: por un camino reversible que es el paraíso y el infierno. Según vayas. O según vengas.

martes, 12 de junio de 2012

SIGUE UN POCO MÁS

Sigue un poco más. No va a servir para nada, ¿y qué? Tú sigue un poco más. Porque lo poco que queda es suficiente. Déjame a mí elegir mi mierda. Sigue un poco más. Hasta que quieras parar. Hasta que te diga que pares. Hasta que se acostumbre la vista a la oscuridad. Lo normal, lo lógico, lo apropiado, lo común, lo llevadero, lo habitual, la calma. Si pidiera eso, si necesitase eso; no nos hubiésemos conocido en la vida. No valoro si hubiese sido mejor o peor. Simplemente digo lo que digo. Y digo que lo opuesto a nosotros no somos nosotros de espaldas. Lo opuesto a nosotros somos tú y yo cuando no tenemos cojones de apagar el televisor y mover los muebles, por si nos borramos las huellas de ayer. Sigue un poco más. No mucho. Pero un poco más. Hasta que salte el contador de la luz y nos corten el agua. Hasta que se acumulen las facturas y nos quedemos sin chicles y sin preservativos. Hasta que aprendamos a decir en braile “no te vayas, cabrón/a”. Hasta que los sueños mojados nos sequen los ojos cuando nos miremos y no veamos nada. Sigue un poco más. Porque si paramos podríamos encontrar una solución a este desastre. Y eso sí que sería un problema.

sábado, 9 de junio de 2012

PARA QUE NO TE SIRVA DE CONSUELO

Mis auriculares te contagian lo que no te digo. Aunque los dos sabemos que si tuviéramos que elegir entre cañones y mantequilla no estaría tan claro. Aunque los dos sabemos que esta noche va a refrescar más de lo común y tenemos kilómetros de sobra para escupir hacia arriba y que no nos caiga encima. Eras más aficionada que yo a este grupo. Sin embargo en el último disco hay tres canciones –quizás alguna más– que joder, nos abren en canal y “sírvanse”. Eras las balas que matan sin quitar el papel de regalo. Siempre intuí las tormentas. –No recuerdas una mierda de todo lo que hemos hecho– decías. –Puedes que tengas razón. Mi memoria es regular. –Pero es como si no hubiésemos vivido nada. No recuerdas el concierto en el CAAC, la peli polaca en versión original, cuando te equivocaste de salida la tercera vez que me llevaste a casa en coche, la tarde de lluvia en una librería pequeña en la alameda, o cuando subí a tu azotea aquella noche y habías puesto una manta en suelo, preparado la cena, con “You are my home” de Rivulets sonando en el portátil y con las vistas de la catedral de fondo, mientras yo, paralizada, no supe qué decir. No sé cómo coño no puedes acordarte. –A mí, sin embargo, me habría gustado más que en lugar de recordar todo eso, te hubieses acordado de mí cuando todo se fue a la mierda. Cada uno tiene sus preferencias. Porque sabes que si esas cosas las hubiera hecho con otra que no fueras tú, las recordaría con casi toda probabilidad. Y con casi toda probabilidad también no podría decirte su nombre. Ellas no son tú. Por mucho que me empeñe. El “quién” suele importar más que el “qué”. Se me vienen a la cabeza algunas citas: “El amor es como los columpios: casi siempre empieza siendo diversión y casi siempre acaba dando náuseas” (J.P.). Se me vienen también dos poemas de Pablo García Casado que leí en voz baja mientras dormías: “Me dices que la cama de tu cuarto/está sin hacer que bajaste y todas/las tiendas estaban cerradas que hoy/es domingo que ayer sábado dijimos/muchas cosas mucho amor ginebra besos/que si tengo algo de pan o ternura/que prestarte”. Y el otro: “La casa es un asco sin ti el fregadero el cuarto/de baño las sábanas sucias la comida pudriéndose/en la nevera tú mejor que nadie sabes lo difícil/de convivir con un tipo como yo incapaz de enfrentarse/con asuntos tales como la colada la cesta/de la compra la elección de detergente o la soledad/mi vida es un asco sin ti”. Después de leerlos me quedé un rato más sentado en el sillón mientras notaba cómo tus sueños tropezaban con la luz pequeña de la nevera. Volviendo a la explicación. No tengo la certeza de que pasaran. Aunque sí tengo la certeza de que tú estabas allí. A veces vestida. A veces desnuda. A veces en silencio. A veces en pie de guerra. A veces extinguiéndome. A veces follándome. Que viene a ser lo mismo. Como te dije antes, es cuestión de preferencias. Por cierto, mataría por recordar todas esas cosas que dices y no recordarte a ti. Para que no te sirva de consuelo.

domingo, 3 de junio de 2012

HAY UN VALS QUE RECLAMA SU PARTE

Hay un vals que reclama su parte. Con las luces apagadas y el alcohol gritándome las verdades de la forma más dura: que no estás. Y entonces una chica se acerca y ve el caos y la destrucción despintando mi camisa, abriendo otro botón. En su cintura las decepciones se llevan mejor. En mis hombros no caben más vendavales. Pero ella se quedará un rato. Sigue habiendo un vals que reclama su parte. En la tercera cerveza hablamos de Cuba, Venezuela y Bolivia. Me gustaría defender a sus dirigentes. Pero son indefendibles. El bloqueo de Estados Unidos bajo ningún concepto está justificado y es en esto, donde a pesar de los defectos del régimen cubano se aprecia perfectamente la perseverancia y la solvencia de un país. No es perfecto pero es real. Como tú. Y como ella. Hemos pasado, ella al ron y yo al whisky. Hemos pasado de hacer autoestop con los ojos cerrados a ponernos cómodos en un suelo que prefiere no preguntar qué hora es. Lo más parecido que he tenido nunca a una bandera o una patria ha sido: tu pelo mojado, tus pezones atentos, tu ombligo sonriendo, tus muslos como un semáforo en verde, tus pies como la frontera sin disparos ni campos de minas. Como dice Oscar Wilde “Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir”. Admito todo tipo de sugerencias. Le pido el móvil. Me muerde la yugular a modo de bono de regalo para la próxima vez. No termino de entender qué ve. Por más que miro, aquí no hay nada. Sólo los restos de lo que un día fue algo parecido a una bandera o a una patria: tus fotos en blanco y negro en mi memoria. Tu forma de decir “que todo irá bien”. A veces, consigues hacerlo como si no doliera. Pero sólo a veces.

sábado, 2 de junio de 2012

TIENES TÚ VENTAJA

Tienes tú ventaja. Cuando te hablo de Tokio, en realidad, piensas en nosotros andando colocados y desnudos por Nueva Orleans. Volcando y volcándonos hasta no dejar ni dejarnos nada para situaciones de emergencia. Tienes tú ventaja. Cuando convierto la luz que le sobra al cuerpo que me das y me destruye. Cuando necesitas sólo “yo voy con lo puesto” para darle sentido a todas las noches inútiles en taxis, habitaciones frías y nombres sin caras. Para reagrupar fracasos y aleccionar mis puntos débiles en la segunda página de tu pasaporte. Tienes tú ventaja. Hasta el próximo invierno. Hasta la siguiente pregunta sin respuesta. Hasta hablando del tiempo hablamos de algo parecido al “amor”. Quiero decir, que tú hablas y yo habito un espacio absurdo que tiene que ver contigo. Para revivir y matarme a sílabas cuntadas mientras los cereales desaparecen poco a poco de tu taza de leche. Tienes tú ventaja. Del café caducado en la encimera que prefiere olvidarse de ti. Del lunar sin propiedad privada que hipnotiza mi frecuencia cardíaca al ritmo de tus pasos descalzos. Tienes tú ventaja. Pero de repente se equilibra cuando te digo que podemos avivar el fuego hasta el extremo de volvernos irreconocibles. Hasta el punto de preguntar ¿Quién soy? ¿Quién eres? Podemos avivar el fuego. Pero luego no digas que no te lo avisé. Tienes tú ventaja. De los aeropuertos blindados con nuestros “adiós para siempre” que significan “nos vemos mañana a la misma hora”.