lunes, 14 de agosto de 2017

DUNKERQUE


AIRE: Desde el piso once, la ciudad está aún más vacía sin ti. Todo pasa sin que pase nada. Planear dejándome caer hacia tu espalda como el último intento de aterrizar o de sobrevivir. Entre las nubes no consigo diferenciar lo real de la ficción que lleva tu nombre, y que hace que estés aquí, con un tipo que se olvida de lo importante y se acuerda sin embargo, de la marca que tienes detrás del muslo o del color exacto de tus ojos cuando llego tarde.
TIERRA: No distingo al enemigo. Supongo que debe de estar ahí fuera. El tráfico es demasiado aburrido y pensamos en el menú que tomaremos. Eliges tú. Incluso cuando el sol ya no está, parece que aún sigue echando el aliento, por si acaso. Tomamos direcciones extrañas. Aparecemos en lugares que desconocemos: un barrio sin luz, un centro comercial a las afueras de la ciudad o unas ruinas romanas con el mismo sonido que tu piel al tocarme.
MAR: No entiendo las mareas. Tampoco tus huellas bajo las olas. La habitación del hotel huele exactamente a tu champú y eso facilita las cosas. Tu cuerpo parece que se ha quemado por el sol pero no. Brilla así. Sonríe así. Las toallas en el suelo no preguntan nada porque la silueta de tu mano que ha quedado en el vapor del cristal es todo lo que necesito para salir de aquí.
Sevilla parece la maldita Dunkerque. Continuo en el mismo lugar que hace días. Cuento una y otra vez las luces que se encienden y se apagan, mientras sigo esperando. Mientras decides si me rescatas o no. Tú, como siempre, sin prisa.