Joder,
hazlo de nuevo. Estocolmo mata pero no tanto. En el aeropuerto de Helsinki me
hablabas de montañas y yo no dejaba de pensar en violines rotos. En septiembre
la ciudad amanece llena de huesos pálidos de un verano que se prolonga hasta la
próxima ventana. Que no abres. Que no sé para qué coño preguntaste. En cualquier
caso, a 25.700 pies tu color de pelo sigue siendo el mismo pero algo más
salado. Todas las chicas rubias me recordaban a ti; tú, que eres todo menos
rubia. Los horarios adelantados eran mucho más eficaces. Antes, por eso, tomaba
el primer trago pensando en el tatuaje brutal de tu muslo izquierdo. Las bicicletas
eran kamikazes descontrolados. La natalidad sobrepasa todo lo que imagines. Pensaba
que el sueco era de los idiomas más jodidamente feos y malsonantes hasta que
escuché el finés. Pensaba que tus pezones no se parecían en nada a unos imanes
hasta que aterrizamos en Málaga y al carajo las necesidades básicas. Tu piercing
secreto me cuela en todos los controles de los aeropuertos. Igual que tu forma
de moverte me hace invisible a los controles de velocidad. Nunca he ido a
buscarte. Nunca me has buscado. Y no dejamos de encontrarnos. Y de jodernos. Y ahora
que vengan y me cuenten que el amor es mejor que esto. Que cualquiera es mejor
que tú. Como si no lo supiera. Como si no hubiese elegido esta mierda contigo
a la felicidad automática de los domingos con alguien parecida a ti.