domingo, 12 de junio de 2016

NOS INVADEN LOS RUSOS // DOMINGO ASTROMÁNTICO


NOS INVADEN LOS RUSOS

Con la precisión de un francotirador ruso, aciertas cada uno de tus disparos a cien kilómetros, mientras otras a un centímetro no saben qué decir ni qué hacer. No me lanzaste un paracaídas ni tampoco me dijiste “avísame cuando tengas listas las heridas”. Simplemente me agarraste fuerte para compartir la caída y el cincuenta por ciento del impacto. Llegué tarde y estabas impaciente, y me dijiste que sabías de sobra cuando me llamaste que aún no había salido de casa. Efectivamente. Al ritmo de Windsor de Pereza caminaba por Evangelista. En Pagés del Corro ya sabía el beso que te daría y el color del que se me quedaría la boca al llegar a Plaza de Cuba. El vestido blanco y negro te quedaba brutal, al igual que el color de las uñas de las manos y de los pies. No podía dejar de mirarlas y me dejaste hacerlo todo el tiempo del mundo. Se te hizo eterno el camino al bar pero te gustaron las tapas. Un solomillo al whisky, chocos y en el número diecinueve siempre tenía que empezar a contar tus pecas de nuevo. Me preguntabas de qué me reía y cómo podía decirte que estando aquí, contigo, estaba pensando solamente en ti. En ti y en quitarte el vestido para hacerlo sobre el escritorio mientras los vecinos de enfrente ponen al máximo el aire acondicionado. Y así fue. Te gusta el olor a fresa y a vainilla. El vestido fue lo último que te quitaste y cuando lo hiciste mandaste al carajo los verbos y los sustantivos, y no sabía si seguir follándote o mirarte aún más. Hacía tiempo que no veía nada así. Hacía tiempo que no me dejaban sin aire así. Tu “más fuerte” hizo explotar todos los relojes y qué otra cosa podía hacer yo que obedecerte. Lo dices todo de una forma tan contundente y segura que los días de niebla suenan a raro, como las frases en las que algo podía significar una cosa o la contraria, y al final no significaba nada. “Tócame algo” dijiste y no sabía si mirar como sonreías o pensar en mi cara de idiota. Después otro más. Y luego otro. Y mañana las agujetas y las marcas serán la mejor forma de recordarte. Andabas desnuda por la habitación, leyendo cada uno de mis manuales. Preguntaste qué colonia usaba: “todavía no puedo decírtelo”. “Entonces puede ser que haya cosas que tampoco pueda hacerte…”. Y ha sido la vez que más rápido desvelé el secreto. Me has salvado del domingo. De los malditos domingos. Probablemente también me salves del lunes. Nunca nadie compartió la mitad del impacto. Nunca nadie me dijo “Llevo todo el jodido día nerviosa por verte, cabrón”. Nunca creí en la felicidad pero hoy, hija de puta, me has hecho feliz.


DOMINGO ASTROMÁNTICO

Puede parecer que te sigo echando de menos pero en realidad es porque no tengo otro lugar en el que estrellarme. Dame tiempo. Un poco más solamente para que el nuevo paisaje aparezca. Porque es cierto que a veces “lo que digo te distrae de lo que soy” (Pedro Salinas) y entonces empezamos a girar en línea recta por si nos cruzamos de nuevo. Antes me corto un brazo, créeme. Queda poco. Estás a punto de perder el efecto. Estás rompiéndolo de una forma preciosa. Has puesto el listón tan alto que dan ganas de enmarcarlo. Puede parecer que todavía sigue ardiendo pero las cenizas suelen mentir con la temperatura. Las cenizas explican el lugar donde no hay que volver. Es fácil pero dame tiempo. Un poco más solamente. Puede parecer que te sigo echando de menos pero en realidad es que no sé qué coño hacer contigo, aparte de olvidarte de una puta vez. Es lo único que le da sentido a todo. Cuando en breve no quede nada de ti, “si tu magia ya no me hace efecto” (Zahara), dime, ¿qué coño hago contigo?

jueves, 9 de junio de 2016

MATÉ MONSTRUOS POR TI


Nunca estuvimos en la misma batalla.
Mientras “yo mataba monstruos por ti” (Love of lesbian),
tú los creabas. Mientras yo
pensaba que podía con todo,
tú te divertías viéndolo.
Antes era el hermoso fracaso
que llevaba tu nombre,
ahora es una derrota que sabe mejor
que todos los orgasmos que tuvimos.
Tal vez no lo entiendas,
y no te culpo, jamás pretendí
que los icebergs supieran abrazar.
Pero te juro que he visto maniquíes
                                                            sentir más.
Podría cagarme en tus muertos,
romper el ambientador del coche,
vaciar tu champú entero por el váter,
rezar sin fe ninguna para que te duela
la mitad y me daría por satisfecho
o cortar la ropa interior que te dejaste
en mi armario. Pero no voy a hacerlo.
Voy a darte las gracias. Gracias de corazón
o desde la polla. De dónde quieras.
Gracias por salvarme de ti.