viernes, 31 de enero de 2014

ASPIRINAS

Tengo una resaca de mil demonios
y estoy andando, o más bien,
haciendo equilibrio por la calle
para no caerme en cada paso que doy.
No sé en qué maldito momento dije
que sería buena idea acompañarte
a comprar ropa.
No sé en qué maldito momento
me levanté de la cama, me puse los vaqueros,
la camiseta y las botas,
y después de beberme tres vasos de agua,
pensé que estaba recuperado.

Entras y sales del probador
y me preguntas qué tal te queda
el vestido, la camisa roja y la falda.
Hasta de resaca pienso en hacértelo
aquí mismo y que nos eche el personal
de seguridad.

Sé que no vas a comprarte nada.
Sé que a pesar de todo no cambiaría
el estar aquí por estar en ninguna otra parte.

¿En qué mierda me has convertido
para decir cosas como estas y no sentir vergüenza?

ESTUPIDECES A LAS 5 AM

No es la primera vez que te llamo borracho a las 5 de la mañana
para decirte que te echo de menos. Tampoco es la primera vez
que me contestas cagándote en mis muertos por haberte despertado,
o amenazándome con llamar a la policía como siga haciéndolo,
o gritándome que mandarás a dos matones para que me den
una paliza,
o reconociéndome en voz baja antes de colgar que tú, a veces,
también me echas de menos.

Y MÁS SI SE TRATA DE TI

Es cuestión de tiempo que vengas
y me digas que dónde han quedado
las palabras irrevocables y valientes
sobre pisar los charcos,
arriesgar por lo que quieres,
lanzarte al barro y mancharte,
y ser honesto con uno mismo.

Siempre hay excepciones.

Es cuestión de tiempo, lo sé, que vengas
y desorganices las persianas de mi carne,
el frigorífico y los geles de baño,
el armario y los cuadros del salón,
las promesas que explotan en el recibidor
y los bóxers negros que hacían juego
con el código de barras de tus huellas.

Siempre hay excepciones.
Y más si se trata de ti.

Porque hay que ser completamente idiota
para jugársela contigo a todo o nada,
para ponerse de barro hasta las cejas,
para saltar sin paracaídas hacia tu boca,
para dejar a mis amantes por ti,
para mudarme de ciudad,
para firmar un cheque en blanco
con tus muslos y que sigan ahí mañana,
para decirte que te necesito
del corazón a la polla.

Hay que ser completamente idiota
para hacer todo esto y esperar
que suceda algo.

viernes, 17 de enero de 2014

DOMPAT



Sabes dónde vivo y yo cómo duermes. No importa tanto pero las drogas en tu boca son distintas. Cuando digo distintas quiero decir mejor. Y cuando digo mejor quiero decir que para desafinar palabras siempre hay tiempo pero para calibrar los cuerpos nunca es suficiente. En la décima sinapsis recogí tu ropa y te encontré. Aún siguen temblando mi esternón y las paredes del baño del bar. Te hablé del invierno con barba de varias escenas de Fellini. Y tu piel cambió de color. Y tu labio inferior me pasó evolutivamente de una forma que avergüenza pero sienta jodidamente bien. Y cada dolor muscular es una forma diferente de acordarme de ti sin tenerlo previsto. A horas en las que estaba seguro que no existías. Porque de tus muslos para afuera no entiendo casi nada de lo que ocurre. Porque si se trata de vistas, no hay comparación. Porque como tú dices “Porque sí”. Y no hay una explicación más convincente.

domingo, 12 de enero de 2014

ÚLTIMA LAVANDERÍA


Teletransportarme desde cualquier parte a tus muslos. En planos y secuencias lentas parecemos lo que nunca hemos sido. A la altura de tus pezones, tu pelo cae un poco más. Desaparecen de repente cosas: antenas parabólicas, la catedral, el pasado o el futuro –no lo tengo claro– y la luz de la última lavandería abierta. Meterme sin preguntar. Descender sin apartar la vista. Mirar cómo gotean mis dedos de tus sonidos. Mi boca en el lugar que elijas. El invierno huyendo porque es insoportable. Tanta piel sin saber en qué maldito cuerpo ponerse. Lo que sucede cuando estás. La convicción incandescente sobre la inutilidad de todo lo que está a más de diez centímetros de ti. La mierda que sucede cuando no estás.