martes, 30 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 2

El sábado por la mañana nos despertamos porque P empezó a decir: “Abrid la ventana que aquí hace un calor horroroso”. Obviamente nadie contestó. Y obviamente también nadie abrió la ventana. Entonces P volvió a insistir: “Abrid la ventana, por Dios”. Viendo la insistencia de P, dije: “La ventana no se va a abrir”. Seguimos durmiendo un rato más hasta que fuimos conscientes de que en Portugal se come antes que en España y que si no nos movíamos, no íbamos a poder comer. Nos levantamos por fin, abrimos la ventana y P se quedó tranquilo. J dormía en la litera de arriba, debajo dormía A. PR dormía en otra litera abajo y P arriba. Yo dormía en otra y en la cama de arriba tenía el armario PR. Lo tuve claro desde el principio, la cama tenía que estar abajo o me pasaría lo mismo que a P, que no sabía cómo bajar de la litera. Era un espectáculo verle bajar. Y sin estar borracho. PR a veces se entretenía levantando el colchón de P mientras él estaba acostado. A P nunca terminó de hacerle gracia eso pero a PR y a mí sí. La primera frase que dijo PR esa mañana fue: “Creo que voy a vomitar”. A lo que P dijo: “Ojú”. Yo: “Vamos allá”. A:”Espectacular”. J estaba haciéndose el remolón dando vueltas en la cama. No sabíamos si ir al supermercado a comprarnos algo y hacérnoslo en la cocina del hostal o si ir a un bar. J seguía sin opinar. P y A optaban por el supermercado. PR no sé dónde coño estaba. Ah sí, abrazado al wáter. Yo prefería un bar porque por la noche sí que tendríamos que hacernos algo. Esperamos a que PR regresara y dijo: “Yo prefiero comer caliente. Un guiso o algo así”. Y eso que tenía el estómago malo. Las cosas de PR. Así que bajamos la cuesta y fuimos mirando los bares. J le había pedido las zapatillas a PR porque ayer se le rompió un zapato. Creo que eran las cuatro y algo de la mañana cuando yendo a un club, J me dijo: “Mira mi zapato”. El zapato no tenía suela. Le dije que qué coño había hecho con la suela y J me dijo: “No lo sé”. Fin de la conversación. Llegamos al final de la cuesta y volvimos a subir. Incluso llegamos a un sitio en el que sólo ponían comida vegetariana. La dueña le dijo a P (en portugués): “Tú no tienes pinta de comer esto”. Y P dijo: “Efectivamente”. Y nos fuimos. También vimos un bar, que al pasar por delante, se nos quedaron mirando como unos seis hombres ya mayores, con un cruce de miradas desafiantes, tipo El Bronx, pero daban mucho más miedo. Después de dar mil vueltas acabamos en un sitio que lo llevaba gente de Cabo Verde (llegando a esta conclusión por una regla de tres que no tiene sentido y que no voy a explicar) y que menos mal que tenían la carta en español porque los nombres eran imposible de asemejar en portugués. A A no le convencía el lugar pero al final aceptó. PM nos dijo ayer que en los bares que tienen puesto la carta en un mantel de papel pegado en el cristal, se come bien. Nos fiamos de PM. PR le dijo al camarero si sabía hablar en inglés porque teníamos ciertas dudas sobre el menú. A lo que el camarero le dijo: “Sólo portugués”. PR asintió. Estuvimos esperando cuarenta minutos y por fin nos trajo la comida. P, A, J y yo nos pedimos costillas de “puerco” (ponía esto en la carta) con arroz blanco, frijoles y patatas fritas. PR se pidió pescado con frijoles, batata, plátano cocido (o algo así) y otra cosa más que no fuimos capaces de saber qué era. PR se arrepintió de haber pedido eso dos minutos después de haberlo hecho. Pero ya no había vuelta atrás. Mientras subíamos y bajamos las siete millones de cuestas mortales (P acabó con agujetas en la zona de la espinilla, y con la teoría que es por eso por lo que las mujeres en Lisboa tiene un culo tan perfecto) PR nos dijo que tenía la convicción de que las bebidas de aspecto negro (absenta negro, ströh, cointreau, etc) tienen una composición más fuerte y que por eso le sientan mal. Digo esto porque cuando estábamos en el bar, y sin saber muy bien a qué vino, PR dijo en voz más fuerte de lo que debería: “Yo no quiero nada que sea negro”. Era un bar en el que el 90% de la gente que estaba allí era negra. Misteriosamente, no paso nada. Por fin nos trajeron la comida. Y estaba realmente buena. También es verdad que ese día y después de estar una hora subiendo y bajando cuestas, nos comíamos un semáforo, pero sí, estaba genial de verdad. Había una familia a nuestro lado que miraba expectante la que estaba liando PR para comerse el pescado. Sobre todo una señora. Creo que le hizo un gesto al camarero una de las veces que pasó por allí diciéndole: “Ven y dile a este hombre cómo se come esto porque la que está formando no es normal”. Entonces de repente apareció por detrás de mí el camarero y cogió con una mano el pescado de PR, lo apartó, y con la otra fue echándole con la cuchara los frijoles y una salsa hecha de cebolla picada, vinagre y aceite. Todo eso, encima del pescado. PR no sabía qué decir. Así que no dijo nada. Cuando se fue comentó: “Pero vamos, si a mí no me gusta comerme el pescado así, no sé por qué coño tiene que echármelo”. Nos tiramos un buen rato descojonándonos porque la situación había sido surrealista. Todo ello fue sin mediar palabra porque no nos entendíamos con el camarero. Luego fuimos al hostal y dormimos un rato. Sólo durmió P. Pero porque P es como un Tamagotchi. En la cama de A parecía que había una obra porque no dejaba de moverse y de hacer ruido. Nos levantamos y compramos la cena. Mientras me duchaba, no sé cómo, pero se cayó la cortina de la ducha. Pensé en dejarla ahí y que ya se las apañarán estos cuando entrasen. Pero iban a formar un escándalo así que la puse de nuevo. No sé cómo pero la puse. Una vez ya cenando con A, P y PR, mientras J se duchaba se produjo una de las conversaciones más absurdas del viaje. Aún faltaban por ducharse P y PR. A y yo estábamos cenando pizza, y P y PR hamburguesas. A estaba sentado al lado de P y le dijo: “Hueles a sudor”. A lo que P contestó: “Eso son las hamburguesas”. A y yo nos miramos, luego miramos a las hamburguesas, después a P, y viendo que lo había dicho en serio, dijimos: “¿Qué coño dices?”. P insistió: “Que eso son las hamburguesas hombre, hacedme caso”. Contestamos que en el caso de que fueran las hamburguesas, era lo más asqueroso del mundo porque se estaba comiendo algo que olía a sudor. Entonces cuando ya parecía que no podía pasar nada más absurdo, se produjo una situación aún peor cuando P acercó el plato con las hamburguesas a A para que las oliera: “Huélelas, ya verás”. No hace falta decir que las hamburguesas olían a hamburguesas. Bebimos en el hostal. A propuso un juego que era ir diciendo si la siguiente carta sería mayor o menor que la que había sacado. Era hasta formar una pirámide, es decir, 3, 2 y 1. Para no beber tenías que acertarlas todas, si fallabas, bebías y empezabas de nuevo. Acordamos que sería un máximo de tres intentos porque de lo contrario, moriríamos. Salimos de allí completamente borrachos. El amigo brasileño del dueño del hostal y de PR, estaba allí también y nos acompañó hasta Barrio Alto, que era la zona dónde se bebía. Mientras íbamos de camino, ya se empezó a fraguar la pareja mortífera de esa noche que sería A-P. Empezaron bastante pronto a liarla. Yo le dije al amigo brasileño (digo esto porque no tengo ni idea de cómo se llamaba, a pesar de que lo dijo veinte veces) que el dueño del hostal nos había dicho que había unos pasteles de Belén aquí en Portugal que estaban realmente buenos, pero que A los llamaba pasteles de Berlín. Entonces A le explicó que en el Algarve, en Monte Gordo y otros sitios más, se llamaban así. Entonces P empezó a gritar desde atrás: “¡Enséñale el Monte Gordo!”. Seguimos andando y nos quedamos PR, el brasileño y yo hablando sobre la situación de Brasil. Atrás, lo único que se escuchaba de la conversación entre A y P era un murmullo constante, y dos palabras que siempre se repetían más alto: polla y follar. Eso fue así durante veinte minutos aproximadamente. Murmullo. Polla y follar. Murmullo. Polla y follar. Hasta que el amigo brasileño dijo: “Estoy escuchando cosas que me gustan”. PR y yo nos miramos y nos reímos, para seguir hablando de Brasil, cómo no. Por fin llegamos a Barrio Alto y nos pedimos una cerveza enorme muy barata, en un bar que nos llevó el amigo brasileño. Luego fuimos a otro para pedirnos un litro de mojito por dos euros y medio. Entramos a pedir A, P y yo. Desde que entraron sólo decían: “What the fuck!”. Entonces el otro miembro de la pareja mortífera decía lo mismo pero más alto. Eran secuencias de al menos diez WTF! seguidos y cada vez más dicho más fuerte. Esto en un bar de tres metros cuadrados. La gente al principio nos miraba extrañada, yo sufría los daños colaterales de la parejita, pero luego se reían, qué remedio. Mientras estaba en la barra esperando a que me atendiesen, escuche a una chica decirme: “Crazy monkey sex!”. Esta frase sólo podía salir de P. Así que me giré y efectivamente vi a P, A y a dos chicas hablando con ellos. P se estaba riendo con esa risa tramadora que tiene cuando está ciego mientras me señalaba. No sé qué coño le diría P a la chica, pero sólo me decía “crazy monkey sex”. Una vez. Y otra. Y otra. Nos fuimos fuera del bar y A, J y P se quedaron hablando con las chicas, y PR y yo, con el amigo brasileño. En un momento de la conversación con las chicas, una de ellas le dijo a P, “No”. P no le había preguntado nada. Entonces P le dijo: “No qué”. La chica dijo de nuevo: “No”. P: “No qué”. Y así durante cinco minutos. Nunca se supo a qué se refería. Luego llegó un chino vendiendo unas gafas de esas enormes. Una de las chicas le dijo a P que quería unas y P le dijo: “No foder, no glasses” (No follar, no gafas). A después de escuchar una frase tan “enorme”, empezó a gritarla también. El chino viendo el percal, se fue de allí corriendo. Nos despedimos del amigo brasileño que se iba ya para casa y dirigiéndonos hacia el sitio de los clubs, nos paramos con otro grupo de chicas. De eso sólo recuerdo que nos indicaron un lugar para ir y le dijimos: “Ok. Perfecto, muchas gracias”. Y fuimos en dirección contraria. Mientras tanto P y A seguían gritando por la calle WTF! alternándolo con “No foder, no glasses”. Justo al llegar a la zona de los clubs, A y J se perdieron. En la última parte explicaré un dato crucial que hizo que se perdieran, en el que por supuesto, estaba PR implicado. Nos quedamos P, PR y yo. Entramos en un club que se llamaba Roterdam. De ahí no recuerdo nada. Luego fuimos a otro que se llamaba Viking y ahí conocimos a unas chicas que estaban con unos amigos. El club lo cerraron a las cuatro y media. Salimos fuera y no sabíamos si irnos a casa o a algún otro sitio. Cuando ya habíamos decidido irnos a casa, una de las chicas nos dijo que ellos iban a entrar a un club que estaba abierto, en esa zona también, (estaban todos juntos) y que podíamos entrar gratis porque uno de sus amigos conocía al dueño. Nos fuimos con ellos y resultó que el local era un club de streaptese. Nos sentamos y al poco tiempo de entrar empezó el show. Sus amigos y ellas se pidieron una copa. P y yo no nos pedimos nada, y PR se pidió una Coca Cola. No voy a decir cuánto le costó. Es complicado estar hablando con una chica, en una especie de “portuñol” (mezcla de español y portugués sin lógica alguna), mientras una streaper está enfrente haciendo unos bailes imposibles boca abajo, agarrada no sé cómo a la barra y sin partirse el cuello ni las piernas. No voy a dar más detalles de esto. Al final del show de cada chica, PR aplaudía como si estuviera viendo a los Rolling Stones. No era para menos. A las seis y algo de la mañana salimos de allí y regresamos en taxi al hostal. A y J estaban acostados, así que PR empezó a golpear la puerta como si fuera la una de la tarde. En ese instante salió el dueño del hostal y le dijo a PR que intentase no despertar al resto de personas que estaban durmiendo. A lo que PR contestó: “Es que tenemos que entrar”. El dueño del hostal prefirió no decir nada y marcharse. J nos abrió y nos contó que se habían perdido justo al llegar al sitio de los clubs. Ni J ni A tenían línea en el móvil por una historia de las compañías telefónicas. Era imposible localizarnos. A emitió una especie de onomatopeya/gruñido de supervivencia desde la cama. J nos dijo que A estaba malísimo. P volvió a decir que abriésemos la ventana. Yo sabía que él no iba a levantarse, que A, que era quien estaba más cerca de la ventana, tampoco iba a hacerlo porque se acostó hasta con los vaqueros, y que J y PR lo descartaban por completo. Así que cogí los cascos, puse Ryan Adams y cerré los ojos. No sé si Lisboa se parece a ti. Lo único que sé es que desde aquí, dueles menos.

lunes, 29 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 1

La noche anterior apenas pude dormir. Últimamente, de vez en cuando me pasa esto. J ha mandado un whatsapp a las 8:00 diciendo que le compremos los bocadillos. Últimamente también, a J siempre le pasa esto. Llego tarde. Pero PR llega aún más tarde. Pasan dos C2 seguidos. Pero PR sigue sin aparecer. Por fin llega y cogemos el autobús. Recogemos el coche en Santa Justa. Es curioso q ue esté asegurado a todo riesgo pero que no cubra ni las ruedas ni los cristales. Decidimos asegurar esto también. P dice que si nos preguntan dónde vamos que digamos que vamos a Badajoz. Después de que vean los kilómetros pensarán que hemos ido a Badajoz siete veces. En cualquiera caso, no nos preguntan el destino. Por motivos que no voy a explicar, sólo podemos coger el coche J y yo. Pero J y A están trabajando. Tenemos que recogerlos. Justo cuando P, PR y yo nos montamos en el coche comienza a llover. El freno de mano es una especie de botón. Es la primera vez que lo veo. Hay que meter primera y luego arrancarlo, de otra forma, es imposible que se ponga en marcha. Salimos de Santa Justa sobre las 12:50. P empieza a tocar el aire acondicionado. Por momentos es Groenlandia y por momentos el Sáhara. Decido pararlo. Al rato decido ponerlo de nuevo. Las indicaciones de J para recogerlo fueron: “Cuando acaben las vallas blancas, a la derecha”. Obviamente al acabar las vallas blancas había quince edificios de empresa. Averigua cuál es. Al final no era ninguno. Esperamos a J en una calle con el mejor nombre que jamás he visto: “Max Planck”. A J le costó encontrarnos. J le había dicho a A en los últimos veinte minutos cuatro veces que ya estábamos yendo a recogerlo. Nos terminamos el bocadillo, que era nuestro desayuno, y esta vez sí que fuimos a por A. La frase de A al llegar fue: “Llevo una hora esperando cabrones”. A lo que P, PR y yo decimos: “Ha sido J”. Que en realidad también fuimos PR y yo. P se salva esta vez. Durante un buen rato el viaje fue sin nada destacable. La autopista se divide en dos y A dice que es para la izquierda. P que es para la derecha. A insiste en que es para la izquierda. P sigue diciendo que ni de coña. Menos mal que le hice caso a P porque para la derecha hubiésemos acabado en El Portil. Casi saliendo ya de Huelva empieza a llover como si fuese el fin del mundo hasta el punto de que no veo un carajo. Sólo dos luces pequeñísimas del coche de delante. Los parabrisas no dan abasto. Esto a PR, A y J le parece gracioso pero a P que va sentado en el asiento de delante no le parece tan divertido porque como yo, no ve nada. Ni que decir tiene que a mí que voy conduciendo me hace aún menos gracia. Sólo se ve una mancha gris empapada con dos puntitos rojos. Lo curioso es que cinco minutos más tarde sigue lloviendo igual de fuerte pero al fondo se ve el cielo más despejado que he visto en mi vida. Por fin para de llover. A y PR no dejan de quejarse porque quieren que ponga el aire más fuerte porque tienen calor. Pero no se quitan la sudadera ni el jersey. Como no ponemos el aire más fuerte, A abre la ventana y P se pone bastante nervioso con eso. Así que se gira y le dice: “Cierra eso por Dios”. A se ríe. PR abre la suya también. P se va a quitar el cinturón y va a ir para detrás. Ahora nos reímos todos. Pero lo cierto es que íbamos a salir volando. Las autopistas en Portugal están casi vacías. Los peajes son jodidamente caros. Creo que el límite de velocidad aquí es de 160 km/h. De esto me di cuenta cuando una furgoneta (por no decir “flagoneta”) me adelanta a 160 km/h mientras el tipo lleva el brazo apoyado en la ventanilla. A falta de una hora para llegar a Lisboa paramos en una gasolinera para comer. Allí había dos coches de la “Guardia Nacional Republicana”, en la parte de atrás, sin hacer nada, con el motor encendido. Todos vimos que dentro del coche estaba la guardia civil pero PR quiso comprobarlo por su cuenta. Así que se acercó y se quedó mirando fijamente al guardia. El guardia se quedó mirando fijamente a PR y en ese momento pensamos que el resto del camino PR iba a hacerlo en un coche diferente al nuestro. Por suerte no fue así. Arrestaron a otro tipo. Nos fuimos de allí echando leches porque el siguiente era PR seguro. Ese tramo cambiamos y condujo J. Es gracioso meterle presión a J mientras conduce porque se pone bastante tenso. En los dos peajes que había que pasar, le enseñamos un papel de un peaje electrónico que compramos por internet, y que más tarde nos dimos cuenta de que servían para otros tramos por los que pasamos también. Pero había que probarlos en estos, por si acaso. La conversación fue: el tipo del peaje dice que son 20 euros. J le da el papel impreso. El tipo del peaje vuelve a decir que son 20 euros. J insiste en que mire bien el papel. El tipo del peaje insiste en que mire bien que son 20 euros. Entonces A grita que para qué coño es este papel. El tipo del peaje va a llamar a la Guardia Nacional Republicana y de ésta seguro que PR no se escapa. J se guarda el papel hasta el próximo peaje en el que vuelve a repetirse esta secuencia. Y en la vuelta también. PR estuvo jugando con fuego todo el viaje. Por fin llegamos a Lisboa. Nunca he visto una ciudad con tantas cuestas. Estepa al lado de Lisboa es una explanada. El hostal tiene un rollo árabe que resulta acogedor. Hay cachimbas, futbolín, teteras, libros, fotos de Mick Jagger y Maradona, frases en la pared de Eduardo Galeano y cada cama tenía el nombre de un escritor. El dueño del hostal es buena gente. Está con un amigo. Y entonces PR al saber que su amigo es de Brasil le empieza a preguntar por los carnavales. Insistentemente. Una y otra vez. La conversación parece que no va a acabar nunca. P se va para la habitación. Luego se van J y A. Después yo. Y al rato aparece PR. Dormimos cuarenta minutos hasta que fue la hora para ir al concierto. Fuimos J, A y yo. Llegamos bastante justos de tiempo a Campo Pequeno. Pero llegamos. Eran como once paradas de metro. En el metro nos encontramos con el amigo brasileño del dueño del hostal. Echamos de menos a PR. Los teloneros fueron un grupo de tres chicas que sigo sin saber cómo se llama. Eran realmente buenas. J confundió el verbo ser con estar cuando le dije: “Son brutales estas tipas”. Y él dijo: “Sí, están tremendas”. Cosa que era cierto también, dicho sea de paso. A las 22:30 salió Bon Iver. Eran nueve tíos en total. Abrió el concierto con Perth y empezaron los golpes. A veces de Bon Iver y a veces tuyos. En las baterías del final recordé cuando te dije que escucharas el disco para dormirte y cuando al día siguiente me contaste que te sobresaltaste de una forma brutal cuando en mitad del silencio rompieron las baterías de repente. Este golpe lo aguanté bien. En Michicant ya empezó a escocer. Con Blood blank me entraron ganas de tirarme gradas abajo y no dejar de rodar. Skinny love no pudo explicar mejor el momento actual. Simplemente hay que escucharla. En Creature fear me recuperé un poco de este desangramiento sin límites. Holocene recompuso todo lo que estropeaste en los últimos días. Justo debajo de nosotros había una pareja que se besaba constantemente, coincidiendo además con las canciones que más dolían. Al principio pensé “es el contexto perfecto para hacer esto”. Luego se me ocurrieron mil formas de “asesinarlos”, con cariño. Pero “asesinarlos”. Con re:stacks, tocando él solo con la guitarra eléctrica, comprendí que nunca debí volver a ti. Blindsided ocupó el lugar de otra persona. Igual que For Emma. Y entonces ocurrió. Después de irse dos veces y cuando empezaba a pensar que no iba a tocarla, comenzó a tocar The wolves. Fueron sumándose el resto de instrumentos. Y morí cien veces. Creo que no moriré más en mi vida. Al final A se quedó con las ganas de que tocara “Minneapolis”. Olvidar a alguien cuando no quieres hacerlo, destroza. Destroza de una forma que jamás comprenderás porque jamás lo has hecho. Lo cierto es que no tienes ni puta idea de cómo cuidar ciertas cosas. Y te lo dice alguien nunca ha sabido cuidar nada. “What might have been lost. What might have been lost. What might have been lost…”. Llegamos al hostal a la 1 y algo. PR y P estaban dormidos aunque se despertaron enseguida. PM está en Lisboa de Erasmus. Quedamos sobre las dos en el Mirador San Pedro Alcántara. La gente en Portugal conduce de una forma totalmente caótica. Los taxis no sé cuántos años podrían tener. Preferí no hacer la cuenta. Lo bueno es que son baratos. PM nos llevó a bares en los que la cerveza, mojitos y derivados estaban realmente baratos y son realmente grandes. Vimos una pintada en una pared representado algo que ahora mismo no recuerdo. Uno de los tipos se me asemejaba a Elvis. Así que le dije a PR que nos hiciera una foto. El motivo de la foto era que saliera el dibujo del tipo que se parecía a Elvis, por si no ha quedado claro. Creo que PR nos hizo seis fotos y en ninguna salía Elvis. Son las cosas de PR. Fuimos a la zona de los clubs pero estaban cerrando. En Lisboa los clubs cierran a las cuatro de la mañana y abren a las seis como “afters”, para no tener que pagar algunas licencias. A las 5:30 entramos en el “Transmission”, que abrió un poco antes. El alcohol había dejado de hacer efecto así que propuse tomarnos un chupito de absenta. La camarera me dijo que había tres: rojo, verde y negro. “El más fuerte” le dije. PM se pidió uno de whisky. Fue la cosa más fuerte que he probado nunca. Estábamos todos sentados. Al tomárnoslo nos empezamos a separar buscando aire, P no dejaba de mover la cabeza hacia un lado y hacia el otro, a A se le saltaron las lágrimas, J no podía hablar, PR (que nunca se ha llevado bien con las bebidas negras) dijo que quería vomitar (lo cual volvería a decir acto seguido de levantarse por la mañana), yo noté cómo no tenía pulmones y cómo ardía mi esófago. PM simplemente se descojonaba. Encima que se pidió whisky, se lo bebió poco a poco. Quince minutos después seguíamos igual. Ardiendo pero sin que hiciera efecto el absenta. Nos pedimos un tequila. Esto ya era otra cosa. Pero seguía sin hacer efecto. Hablamos con gente. Pero no recuerdo apenas nada de las conversaciones. En una, hablando con dos chicas, les dije que un amigo mío habló hace nada con ellas y entendió que eran lesbianas. Entonces las chicas se empezaron a reír y dijeron que no lo eran, que lo habría entendido mal. Y visto el ciego que él llevaba, era normal. Sólo recuerdo algunas caras y algunas nacionalidades. Pude recomponer varias escenas por las fotos. Más por las no “mostrables” que por las “oficiales”. Cerraron el club y sin saber muy bien cómo, aunque el por qué estaba claro, PR, PM, P y yo acabamos en un after que se llamaba Copenhague. A y J se fueron para el hostal. Con la entrada nos daban dos cervezas y ahí fue cuando todo empezó a hacer efecto. Una prostituta negra y un poco gorda, por no decir mucho, que estaba en la barra, le pidió dos euros a PR. No se los dio. El sitio estaba a reventar. Era imposible andar. Nos quedamos atascados en mitad de la pista. A dos centímetros de mí había un tipo que parecía el malo de cualquier película. Por simple transferencia del movimiento, me empujaron y yo le empujé a él. Entonces el tipo me empujó a mí y comenzó a hablarme en portugués con cara de loco. Mi reacción fue tan absurda (pudo haberme pegado una cuchillada y nadie se habría dado cuenta) como efectiva. Le grité a la vez que movía los brazos, que si hay mil personas aquí y me empujan, por tanto, yo le empujo a él sin iniciativa propia, esto no es culpa mía. Si no entendía esto es que era retrasado. Y que como vuelva a empujarme la vamos a tener. En realidad no tenía ni puta idea de lo que le estaba diciendo. Y creo que él tampoco. Pero mi cara no debió de ser muy amigable y los movimientos de brazos tampoco ayudaron. Así que el tipo sospechosamente, se marchó. Luego PM se encontró a una amiga que estaba bastante bien. Que aparecía y desaparecía. Salimos de allí a las nueve de la mañana, con el sol matándonos lentamente. Vimos a esa amiga de PM, afuera. A la luz se le notaba en la cara que había menos cosas de las que no iba desfasada que de las que iba. Pudo follarse a treinta tíos esa noche si hubiese querido. Nos despedimos de PM y pillamos un taxi hasta el hostal. Creo que eran las diez de la mañana cuando nos acostamos. A y J estaban ya dormidos aunque encendimos la luz simplemente por putear un poco. P empezó a comer frutos secos. PM le dijo que se fuera de la habitación. Y yo noté cómo se me contraía el estómago cada vez que me acordaba de ti. Y por supuesto, del absenta negro.

miércoles, 24 de octubre de 2012

VOLAMOS HASTA VIENA

Su alemán sólo aparece una vez en la noche, al decir que “lanzar” se dice casi igual que en español. Nos acercamos en español, en inglés a veces, y a veces mitad y mitad. Me recuerda ciertas cosas de la primera vez que hablamos. Me recuerda a mil sensaciones que no sé ponerles nombre. Es la primera vez que me dicen que hablo muy bien español. No puedo evitar reírme. Y me expli ca que a sus compañeros apenas los entiende cuando le hablan en español. Me dice de salir para hablar mejor, sin ruido. Vamos a otro bar y nos sentamos fuera. Al rato empieza a llover pero dice que sólo es una nube. Miro al cielo y parece que lleva razón. Pero cada vez llueve más fuerte. Le sugiero que mejor entramos y ella accede. Desde donde estamos hasta la Alameda hay un camino pero a ella no le parece tanto. Así que ya está decidido el destino. Durante el trayecto me cuenta que vivía en Berlín pero que ahora vive en Viena. Y pienso que sería brutal ver esa ciudad desde su memoria en este momento. Me cuenta que los chicos españoles dicen mucho y hacen poco y que en Viena son las chicas las que dan el primer paso. De repente empiezo a mudarme allí. Y le digo que sí, que me ha definido en pocas palabras. Sigue la conversación y me cuenta que como aquí, allí hay dos opciones: en la primera quedada al despedirse pasa “algo” suave; o si se quiere “volar”, pues “volamos”. Sé lo que quería decir con este verbo pero es divertido hacer como que no entiendo lo que quiere decir con este tipo de cosas. Se pone nerviosa porque piensa que ese era el verbo correcto. Le digo que lo diga en inglés. Se confirma lo que pensaba. Y le enseño el verbo apropiado en español. Aunque sin duda, “volar” es infinitamente mejor y mucho más conciso. Llegamos a la Alameda y nos volvemos a sentar fuera en un bar, aunque esta vez, debajo de un toldo. Se sienta cruzando las piernas y la falda y las medias negras me recuerdan a cuando muerdes las nubes y la gravedad cambia de constante. Da igual que llueva, que nieve, que caigan siete bombas nucleares. Es imposible que haya un vuelo más directo hacia la calma. Siempre me ha dado buen rollo la gente que sonríe cuando habla. Y ella no deja de hacerlo. Incluso cuando hablo yo. Se lamenta de que ya esté todo cerrado. Así que empezamos a andar sin saber muy bien hacia dónde. Me dice que si sé tocar la guitarra. Le digo que algo sé. Me cuenta que se le ha roto una cuerda y que no conoce ninguna tienda de música. Le explico dónde hay una. Me dice que en Viena tenía un profesor de guitarra pero que ya no lo tiene porque ella quería aprender a tocar “Layla” de Eric Clapton y él le dijo que sería mejor empezar con otras canciones más sencillas. Pero ella quiere tocar las canciones que le gustan, así que entre eso y el dinero que tenía que pagarle, hizo que optara por finalizar las clases. Le digo que si lleva cerveza, puedo darle “clases” gratis. A ella le parece una buena idea. Trato hecho. Lisboa se parece cada vez menos a ti. Paramos en la catedral. Vuelve a llover. Ella quiere que nos mojemos. Yo la convenzo para que nos resguardemos. Me encantan sus zapatos. Hace tiempo que no veo unos igual y no voy a decir quién los llevaba. “Volamos” hasta Viena en una habitación de Sevilla. Y aún duran las agujetas, que son sin duda la forma más torpe y absurda de recordarme constantemente que pasó por mí. Ahora conozco a qué sabe Viena en su ropa, en su forma de sonreír cuando no encuentra la palabra exacta para decirme. Y que yo, de alguna forma extraña, siempre sé cuál es.

jueves, 18 de octubre de 2012

NO DIGO QUE NO LLUEVA

Creo que el próximo abismo no lleva tu nombre. Creo que el último beso no fue “ahí”. Creo demasiadas cosas pero apenas creo en nada. No digo que no llueva. Digo que todo se transforma y a veces hacer autostop quiere decir que no quiero que me recojas tú. Estas marcas no son tuyas aunque interpretan a la perfección a las que dejas cuando te olvidas de controlar el volumen. Este último toque mata y remata casi igual que el tuyo, sólo que no es lo mismo. Esto que le digo a ella es justo lo contrario que lo que te digo a ti y ambas cosas son mentira. Encuentra la letra que falta. Creo que la siguiente parada expira en diez segundos. Creo que Lisboa se parecerá demasiado a ti. Creo en la paz mundial cuando te corres pero no creo ni en el psicoanálisis ni en Dios. Uno tiene sus manías. No digo que no llueva. Digo que he hecho dos cafés en mi vida y ninguno era para mí. Pon el calificativo que quieras. Pero ponlo. Anticipo el invierno en tus pezones simplemente por tener un lugar seguro para cerrar los ojos. El mando a distancia no es un atajo electrónico que recompone los escalones de tu portal. Y nuestra mejor bienvenida siempre es un abandono. Qué te voy a contar que no sepas. Creo que el frío no entra por la ventana, sino por mi almohada empapada en tu champú. Creo que voy a tirarla antes de que recapacite y la deje aquí, y no sepa por qué coño sueño con tormentas que saben a fresa. O algo así. No digo que no llueva. Sólo digo que no nos mojamos.

lunes, 15 de octubre de 2012

TE HE ENCONTRADO EN MITAD DE BORGES

Te he encontrado en mitad de Borges. Sin buscarte, sin ponerme en peligro, sin odiarte con la peor parte de mí. Te he encontrado trazándote desde la soledad más inútil que pueda haber. Es mejor recaer donde ya conoces los golpes, donde ya esperas los impactos antes de que lleguen, porque no van a destrozar más de lo que lo hicieron, a caer y exponerme a ondas expansivas en las que tú pones los límites. Y puede que vengas a reprocharme dónde han quedado los discursos de valentía y de saltar, de meterse en el barro. Y puede que tengas razón. Pero es que ser valiente está sobrevalorado, sobre todo si se trata de ti. Y a menudo ser valiente contigo, significa ser estúpido del todo. Hasta para pasarlo mal hay que ser inteligente. Te he encontrado en mitad de Borges. Y pocas cosas hay peores que eso. Señalo el sitio concreto: “Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma, auténticas y sorprendentes noticias de ti misma”. Llegado a este punto estoy en blanco. Llegado a este punto mataría por no tener memoria contigo. Y seguir en blanco. ¿Para qué sirve sintonizarnos si no hay nada que nos interese? Son inútiles los puentes levadizos, las ventanas correderas, los ascensores averiados, las panaderías que siempre abren los domingos, los paisajes que nos acorralan porque no saben huir. Es inútil congelarnos en días de niebla, como si supiéramos vernos a simple vista. Te he encontrado al final de Borges. Indico el lugar exacto: “trato de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota”. Justo ahí.

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Y SI SUPIERA ENSEÑARTE REIKIAVIK CERRÁNDOTE LOS OJOS?

¿Y si tú no fueras tú, a dónde coño no habría huido yo? Vas a superar la mejor respuesta posible con el peor silencio imposible. ¿Y si anoche hubiese entrado en tu piso contigo, chocándome con los muebles por no encontrarme con este tipo nefasto en el que me convierto a estas horas? No vas a calibrar los movimientos sísmicos que hacen que pueda dormir en esta cama ajena y no en la tuya. ¿Y si me diera por dejar de pensar en ti para pensar en mi tablero desorganizado? Haría tres meses que llevaríamos ocho meses sin saber uno del otro. ¿Y si no hiciera las cuentas antes de coger el ascensor por si al final resulta que sí me salen? Olvídate de mí. Olvídame de ti. ¿Y si supiera enseñarte Reikiavik cerrándote los ojos? ¿Qué haríamos con la jodida piel si es peor que volar con Ryanair? Produces y reproduces el humo que ensancha mis pulmones cuando el estómago está en otra cosa. Y a otra cosa va el mundo que no quiere saber nada de audiciones a ciegas si tu ropa interior no marca el ritmo. ¿Y si la resaca amontonase todo lo que haces mal en la misma esquina que el ombligo con amnesia que no sabe hablar de ti sin cagarse en tus muertos? El camino de vuelta se hace insoportable sin tus frases alcoholizadas que a modo de gps me confunden el camino para llegar a casa, para seguir llegando a ti por el peor trayecto de todos. Avanzo y me retrocedes entre detergentes que me enseñan tu peor invierno a 30 grados. Avanzo y estamos lejos de conformarnos con más. ¿Y si supiera finalizar este texto sin tener que hacerlo también contigo?

viernes, 12 de octubre de 2012

LA NOCHE ESTÁ PERFECTA

La noche está perfecta para corregirnos con un bolígrafo rojo o para quemar las sábanas que perpetúan tus orgasmos. Pero no voy a hablar de ti. Agota y destroza. Más por lo que no publico que por lo que plasmo. Hablando de plasmar, hay un plasma impresionado de no sé cuántas pulgadas que divide la razón en dos. Y entonces divulgo en modo aleatorio escenas que me recuerdan a alguien pero que no sé quién es. Subo las escaleras, bajo la cremallera y el corazón está a punto de que se me salga por la boca. Pero eso ella ya lo sabe. Así que continúo subiendo las escaleras hasta que ella me dice “es aquí”. Y un alivio recorre el pasillo del bloque. Desconozco en qué piso estamos. Desconozco todas las cicatrices que me tiran hacia el suelo. Esta noche hay cosas que pesan más. Lo que ocurre a continuación es totalmente prescindible e imaginable. No cuido los intervalos azules y el conductor del autobús se da cuenta que a pesar de que estoy repleto de rasguños, ninguno me ha rozado. Me siento al fondo, y apoyo la cabeza en el cristal. Pero la quito al segundo porque los baches provocan que mi cabeza choque una y otra vez. Y eso, en estas condiciones, no es la mejor opción. Hablando de condiciones, no suelo acondicionar espacios ni camas si siempre pierdo la batalla o como mucho, empato. Y antes de entrar en mi portal, noto que vas desapareciendo. Que te vas desapareciendo del lugar que entraste sin llamar, sin hacer ruido, que cada vez quedan menos cosas tuyas en la habitación que creaste al margen de este edificio en escombros. Y no encuentro palabras para agradecértelo. La noche está perfecta para inmolarse contigo o para no volver a verte nunca más.