martes, 30 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 2

El sábado por la mañana nos despertamos porque P empezó a decir: “Abrid la ventana que aquí hace un calor horroroso”. Obviamente nadie contestó. Y obviamente también nadie abrió la ventana. Entonces P volvió a insistir: “Abrid la ventana, por Dios”. Viendo la insistencia de P, dije: “La ventana no se va a abrir”. Seguimos durmiendo un rato más hasta que fuimos conscientes de que en Portugal se come antes que en España y que si no nos movíamos, no íbamos a poder comer. Nos levantamos por fin, abrimos la ventana y P se quedó tranquilo. J dormía en la litera de arriba, debajo dormía A. PR dormía en otra litera abajo y P arriba. Yo dormía en otra y en la cama de arriba tenía el armario PR. Lo tuve claro desde el principio, la cama tenía que estar abajo o me pasaría lo mismo que a P, que no sabía cómo bajar de la litera. Era un espectáculo verle bajar. Y sin estar borracho. PR a veces se entretenía levantando el colchón de P mientras él estaba acostado. A P nunca terminó de hacerle gracia eso pero a PR y a mí sí. La primera frase que dijo PR esa mañana fue: “Creo que voy a vomitar”. A lo que P dijo: “Ojú”. Yo: “Vamos allá”. A:”Espectacular”. J estaba haciéndose el remolón dando vueltas en la cama. No sabíamos si ir al supermercado a comprarnos algo y hacérnoslo en la cocina del hostal o si ir a un bar. J seguía sin opinar. P y A optaban por el supermercado. PR no sé dónde coño estaba. Ah sí, abrazado al wáter. Yo prefería un bar porque por la noche sí que tendríamos que hacernos algo. Esperamos a que PR regresara y dijo: “Yo prefiero comer caliente. Un guiso o algo así”. Y eso que tenía el estómago malo. Las cosas de PR. Así que bajamos la cuesta y fuimos mirando los bares. J le había pedido las zapatillas a PR porque ayer se le rompió un zapato. Creo que eran las cuatro y algo de la mañana cuando yendo a un club, J me dijo: “Mira mi zapato”. El zapato no tenía suela. Le dije que qué coño había hecho con la suela y J me dijo: “No lo sé”. Fin de la conversación. Llegamos al final de la cuesta y volvimos a subir. Incluso llegamos a un sitio en el que sólo ponían comida vegetariana. La dueña le dijo a P (en portugués): “Tú no tienes pinta de comer esto”. Y P dijo: “Efectivamente”. Y nos fuimos. También vimos un bar, que al pasar por delante, se nos quedaron mirando como unos seis hombres ya mayores, con un cruce de miradas desafiantes, tipo El Bronx, pero daban mucho más miedo. Después de dar mil vueltas acabamos en un sitio que lo llevaba gente de Cabo Verde (llegando a esta conclusión por una regla de tres que no tiene sentido y que no voy a explicar) y que menos mal que tenían la carta en español porque los nombres eran imposible de asemejar en portugués. A A no le convencía el lugar pero al final aceptó. PM nos dijo ayer que en los bares que tienen puesto la carta en un mantel de papel pegado en el cristal, se come bien. Nos fiamos de PM. PR le dijo al camarero si sabía hablar en inglés porque teníamos ciertas dudas sobre el menú. A lo que el camarero le dijo: “Sólo portugués”. PR asintió. Estuvimos esperando cuarenta minutos y por fin nos trajo la comida. P, A, J y yo nos pedimos costillas de “puerco” (ponía esto en la carta) con arroz blanco, frijoles y patatas fritas. PR se pidió pescado con frijoles, batata, plátano cocido (o algo así) y otra cosa más que no fuimos capaces de saber qué era. PR se arrepintió de haber pedido eso dos minutos después de haberlo hecho. Pero ya no había vuelta atrás. Mientras subíamos y bajamos las siete millones de cuestas mortales (P acabó con agujetas en la zona de la espinilla, y con la teoría que es por eso por lo que las mujeres en Lisboa tiene un culo tan perfecto) PR nos dijo que tenía la convicción de que las bebidas de aspecto negro (absenta negro, ströh, cointreau, etc) tienen una composición más fuerte y que por eso le sientan mal. Digo esto porque cuando estábamos en el bar, y sin saber muy bien a qué vino, PR dijo en voz más fuerte de lo que debería: “Yo no quiero nada que sea negro”. Era un bar en el que el 90% de la gente que estaba allí era negra. Misteriosamente, no paso nada. Por fin nos trajeron la comida. Y estaba realmente buena. También es verdad que ese día y después de estar una hora subiendo y bajando cuestas, nos comíamos un semáforo, pero sí, estaba genial de verdad. Había una familia a nuestro lado que miraba expectante la que estaba liando PR para comerse el pescado. Sobre todo una señora. Creo que le hizo un gesto al camarero una de las veces que pasó por allí diciéndole: “Ven y dile a este hombre cómo se come esto porque la que está formando no es normal”. Entonces de repente apareció por detrás de mí el camarero y cogió con una mano el pescado de PR, lo apartó, y con la otra fue echándole con la cuchara los frijoles y una salsa hecha de cebolla picada, vinagre y aceite. Todo eso, encima del pescado. PR no sabía qué decir. Así que no dijo nada. Cuando se fue comentó: “Pero vamos, si a mí no me gusta comerme el pescado así, no sé por qué coño tiene que echármelo”. Nos tiramos un buen rato descojonándonos porque la situación había sido surrealista. Todo ello fue sin mediar palabra porque no nos entendíamos con el camarero. Luego fuimos al hostal y dormimos un rato. Sólo durmió P. Pero porque P es como un Tamagotchi. En la cama de A parecía que había una obra porque no dejaba de moverse y de hacer ruido. Nos levantamos y compramos la cena. Mientras me duchaba, no sé cómo, pero se cayó la cortina de la ducha. Pensé en dejarla ahí y que ya se las apañarán estos cuando entrasen. Pero iban a formar un escándalo así que la puse de nuevo. No sé cómo pero la puse. Una vez ya cenando con A, P y PR, mientras J se duchaba se produjo una de las conversaciones más absurdas del viaje. Aún faltaban por ducharse P y PR. A y yo estábamos cenando pizza, y P y PR hamburguesas. A estaba sentado al lado de P y le dijo: “Hueles a sudor”. A lo que P contestó: “Eso son las hamburguesas”. A y yo nos miramos, luego miramos a las hamburguesas, después a P, y viendo que lo había dicho en serio, dijimos: “¿Qué coño dices?”. P insistió: “Que eso son las hamburguesas hombre, hacedme caso”. Contestamos que en el caso de que fueran las hamburguesas, era lo más asqueroso del mundo porque se estaba comiendo algo que olía a sudor. Entonces cuando ya parecía que no podía pasar nada más absurdo, se produjo una situación aún peor cuando P acercó el plato con las hamburguesas a A para que las oliera: “Huélelas, ya verás”. No hace falta decir que las hamburguesas olían a hamburguesas. Bebimos en el hostal. A propuso un juego que era ir diciendo si la siguiente carta sería mayor o menor que la que había sacado. Era hasta formar una pirámide, es decir, 3, 2 y 1. Para no beber tenías que acertarlas todas, si fallabas, bebías y empezabas de nuevo. Acordamos que sería un máximo de tres intentos porque de lo contrario, moriríamos. Salimos de allí completamente borrachos. El amigo brasileño del dueño del hostal y de PR, estaba allí también y nos acompañó hasta Barrio Alto, que era la zona dónde se bebía. Mientras íbamos de camino, ya se empezó a fraguar la pareja mortífera de esa noche que sería A-P. Empezaron bastante pronto a liarla. Yo le dije al amigo brasileño (digo esto porque no tengo ni idea de cómo se llamaba, a pesar de que lo dijo veinte veces) que el dueño del hostal nos había dicho que había unos pasteles de Belén aquí en Portugal que estaban realmente buenos, pero que A los llamaba pasteles de Berlín. Entonces A le explicó que en el Algarve, en Monte Gordo y otros sitios más, se llamaban así. Entonces P empezó a gritar desde atrás: “¡Enséñale el Monte Gordo!”. Seguimos andando y nos quedamos PR, el brasileño y yo hablando sobre la situación de Brasil. Atrás, lo único que se escuchaba de la conversación entre A y P era un murmullo constante, y dos palabras que siempre se repetían más alto: polla y follar. Eso fue así durante veinte minutos aproximadamente. Murmullo. Polla y follar. Murmullo. Polla y follar. Hasta que el amigo brasileño dijo: “Estoy escuchando cosas que me gustan”. PR y yo nos miramos y nos reímos, para seguir hablando de Brasil, cómo no. Por fin llegamos a Barrio Alto y nos pedimos una cerveza enorme muy barata, en un bar que nos llevó el amigo brasileño. Luego fuimos a otro para pedirnos un litro de mojito por dos euros y medio. Entramos a pedir A, P y yo. Desde que entraron sólo decían: “What the fuck!”. Entonces el otro miembro de la pareja mortífera decía lo mismo pero más alto. Eran secuencias de al menos diez WTF! seguidos y cada vez más dicho más fuerte. Esto en un bar de tres metros cuadrados. La gente al principio nos miraba extrañada, yo sufría los daños colaterales de la parejita, pero luego se reían, qué remedio. Mientras estaba en la barra esperando a que me atendiesen, escuche a una chica decirme: “Crazy monkey sex!”. Esta frase sólo podía salir de P. Así que me giré y efectivamente vi a P, A y a dos chicas hablando con ellos. P se estaba riendo con esa risa tramadora que tiene cuando está ciego mientras me señalaba. No sé qué coño le diría P a la chica, pero sólo me decía “crazy monkey sex”. Una vez. Y otra. Y otra. Nos fuimos fuera del bar y A, J y P se quedaron hablando con las chicas, y PR y yo, con el amigo brasileño. En un momento de la conversación con las chicas, una de ellas le dijo a P, “No”. P no le había preguntado nada. Entonces P le dijo: “No qué”. La chica dijo de nuevo: “No”. P: “No qué”. Y así durante cinco minutos. Nunca se supo a qué se refería. Luego llegó un chino vendiendo unas gafas de esas enormes. Una de las chicas le dijo a P que quería unas y P le dijo: “No foder, no glasses” (No follar, no gafas). A después de escuchar una frase tan “enorme”, empezó a gritarla también. El chino viendo el percal, se fue de allí corriendo. Nos despedimos del amigo brasileño que se iba ya para casa y dirigiéndonos hacia el sitio de los clubs, nos paramos con otro grupo de chicas. De eso sólo recuerdo que nos indicaron un lugar para ir y le dijimos: “Ok. Perfecto, muchas gracias”. Y fuimos en dirección contraria. Mientras tanto P y A seguían gritando por la calle WTF! alternándolo con “No foder, no glasses”. Justo al llegar a la zona de los clubs, A y J se perdieron. En la última parte explicaré un dato crucial que hizo que se perdieran, en el que por supuesto, estaba PR implicado. Nos quedamos P, PR y yo. Entramos en un club que se llamaba Roterdam. De ahí no recuerdo nada. Luego fuimos a otro que se llamaba Viking y ahí conocimos a unas chicas que estaban con unos amigos. El club lo cerraron a las cuatro y media. Salimos fuera y no sabíamos si irnos a casa o a algún otro sitio. Cuando ya habíamos decidido irnos a casa, una de las chicas nos dijo que ellos iban a entrar a un club que estaba abierto, en esa zona también, (estaban todos juntos) y que podíamos entrar gratis porque uno de sus amigos conocía al dueño. Nos fuimos con ellos y resultó que el local era un club de streaptese. Nos sentamos y al poco tiempo de entrar empezó el show. Sus amigos y ellas se pidieron una copa. P y yo no nos pedimos nada, y PR se pidió una Coca Cola. No voy a decir cuánto le costó. Es complicado estar hablando con una chica, en una especie de “portuñol” (mezcla de español y portugués sin lógica alguna), mientras una streaper está enfrente haciendo unos bailes imposibles boca abajo, agarrada no sé cómo a la barra y sin partirse el cuello ni las piernas. No voy a dar más detalles de esto. Al final del show de cada chica, PR aplaudía como si estuviera viendo a los Rolling Stones. No era para menos. A las seis y algo de la mañana salimos de allí y regresamos en taxi al hostal. A y J estaban acostados, así que PR empezó a golpear la puerta como si fuera la una de la tarde. En ese instante salió el dueño del hostal y le dijo a PR que intentase no despertar al resto de personas que estaban durmiendo. A lo que PR contestó: “Es que tenemos que entrar”. El dueño del hostal prefirió no decir nada y marcharse. J nos abrió y nos contó que se habían perdido justo al llegar al sitio de los clubs. Ni J ni A tenían línea en el móvil por una historia de las compañías telefónicas. Era imposible localizarnos. A emitió una especie de onomatopeya/gruñido de supervivencia desde la cama. J nos dijo que A estaba malísimo. P volvió a decir que abriésemos la ventana. Yo sabía que él no iba a levantarse, que A, que era quien estaba más cerca de la ventana, tampoco iba a hacerlo porque se acostó hasta con los vaqueros, y que J y PR lo descartaban por completo. Así que cogí los cascos, puse Ryan Adams y cerré los ojos. No sé si Lisboa se parece a ti. Lo único que sé es que desde aquí, dueles menos.

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