lunes, 29 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 1

La noche anterior apenas pude dormir. Últimamente, de vez en cuando me pasa esto. J ha mandado un whatsapp a las 8:00 diciendo que le compremos los bocadillos. Últimamente también, a J siempre le pasa esto. Llego tarde. Pero PR llega aún más tarde. Pasan dos C2 seguidos. Pero PR sigue sin aparecer. Por fin llega y cogemos el autobús. Recogemos el coche en Santa Justa. Es curioso q ue esté asegurado a todo riesgo pero que no cubra ni las ruedas ni los cristales. Decidimos asegurar esto también. P dice que si nos preguntan dónde vamos que digamos que vamos a Badajoz. Después de que vean los kilómetros pensarán que hemos ido a Badajoz siete veces. En cualquiera caso, no nos preguntan el destino. Por motivos que no voy a explicar, sólo podemos coger el coche J y yo. Pero J y A están trabajando. Tenemos que recogerlos. Justo cuando P, PR y yo nos montamos en el coche comienza a llover. El freno de mano es una especie de botón. Es la primera vez que lo veo. Hay que meter primera y luego arrancarlo, de otra forma, es imposible que se ponga en marcha. Salimos de Santa Justa sobre las 12:50. P empieza a tocar el aire acondicionado. Por momentos es Groenlandia y por momentos el Sáhara. Decido pararlo. Al rato decido ponerlo de nuevo. Las indicaciones de J para recogerlo fueron: “Cuando acaben las vallas blancas, a la derecha”. Obviamente al acabar las vallas blancas había quince edificios de empresa. Averigua cuál es. Al final no era ninguno. Esperamos a J en una calle con el mejor nombre que jamás he visto: “Max Planck”. A J le costó encontrarnos. J le había dicho a A en los últimos veinte minutos cuatro veces que ya estábamos yendo a recogerlo. Nos terminamos el bocadillo, que era nuestro desayuno, y esta vez sí que fuimos a por A. La frase de A al llegar fue: “Llevo una hora esperando cabrones”. A lo que P, PR y yo decimos: “Ha sido J”. Que en realidad también fuimos PR y yo. P se salva esta vez. Durante un buen rato el viaje fue sin nada destacable. La autopista se divide en dos y A dice que es para la izquierda. P que es para la derecha. A insiste en que es para la izquierda. P sigue diciendo que ni de coña. Menos mal que le hice caso a P porque para la derecha hubiésemos acabado en El Portil. Casi saliendo ya de Huelva empieza a llover como si fuese el fin del mundo hasta el punto de que no veo un carajo. Sólo dos luces pequeñísimas del coche de delante. Los parabrisas no dan abasto. Esto a PR, A y J le parece gracioso pero a P que va sentado en el asiento de delante no le parece tan divertido porque como yo, no ve nada. Ni que decir tiene que a mí que voy conduciendo me hace aún menos gracia. Sólo se ve una mancha gris empapada con dos puntitos rojos. Lo curioso es que cinco minutos más tarde sigue lloviendo igual de fuerte pero al fondo se ve el cielo más despejado que he visto en mi vida. Por fin para de llover. A y PR no dejan de quejarse porque quieren que ponga el aire más fuerte porque tienen calor. Pero no se quitan la sudadera ni el jersey. Como no ponemos el aire más fuerte, A abre la ventana y P se pone bastante nervioso con eso. Así que se gira y le dice: “Cierra eso por Dios”. A se ríe. PR abre la suya también. P se va a quitar el cinturón y va a ir para detrás. Ahora nos reímos todos. Pero lo cierto es que íbamos a salir volando. Las autopistas en Portugal están casi vacías. Los peajes son jodidamente caros. Creo que el límite de velocidad aquí es de 160 km/h. De esto me di cuenta cuando una furgoneta (por no decir “flagoneta”) me adelanta a 160 km/h mientras el tipo lleva el brazo apoyado en la ventanilla. A falta de una hora para llegar a Lisboa paramos en una gasolinera para comer. Allí había dos coches de la “Guardia Nacional Republicana”, en la parte de atrás, sin hacer nada, con el motor encendido. Todos vimos que dentro del coche estaba la guardia civil pero PR quiso comprobarlo por su cuenta. Así que se acercó y se quedó mirando fijamente al guardia. El guardia se quedó mirando fijamente a PR y en ese momento pensamos que el resto del camino PR iba a hacerlo en un coche diferente al nuestro. Por suerte no fue así. Arrestaron a otro tipo. Nos fuimos de allí echando leches porque el siguiente era PR seguro. Ese tramo cambiamos y condujo J. Es gracioso meterle presión a J mientras conduce porque se pone bastante tenso. En los dos peajes que había que pasar, le enseñamos un papel de un peaje electrónico que compramos por internet, y que más tarde nos dimos cuenta de que servían para otros tramos por los que pasamos también. Pero había que probarlos en estos, por si acaso. La conversación fue: el tipo del peaje dice que son 20 euros. J le da el papel impreso. El tipo del peaje vuelve a decir que son 20 euros. J insiste en que mire bien el papel. El tipo del peaje insiste en que mire bien que son 20 euros. Entonces A grita que para qué coño es este papel. El tipo del peaje va a llamar a la Guardia Nacional Republicana y de ésta seguro que PR no se escapa. J se guarda el papel hasta el próximo peaje en el que vuelve a repetirse esta secuencia. Y en la vuelta también. PR estuvo jugando con fuego todo el viaje. Por fin llegamos a Lisboa. Nunca he visto una ciudad con tantas cuestas. Estepa al lado de Lisboa es una explanada. El hostal tiene un rollo árabe que resulta acogedor. Hay cachimbas, futbolín, teteras, libros, fotos de Mick Jagger y Maradona, frases en la pared de Eduardo Galeano y cada cama tenía el nombre de un escritor. El dueño del hostal es buena gente. Está con un amigo. Y entonces PR al saber que su amigo es de Brasil le empieza a preguntar por los carnavales. Insistentemente. Una y otra vez. La conversación parece que no va a acabar nunca. P se va para la habitación. Luego se van J y A. Después yo. Y al rato aparece PR. Dormimos cuarenta minutos hasta que fue la hora para ir al concierto. Fuimos J, A y yo. Llegamos bastante justos de tiempo a Campo Pequeno. Pero llegamos. Eran como once paradas de metro. En el metro nos encontramos con el amigo brasileño del dueño del hostal. Echamos de menos a PR. Los teloneros fueron un grupo de tres chicas que sigo sin saber cómo se llama. Eran realmente buenas. J confundió el verbo ser con estar cuando le dije: “Son brutales estas tipas”. Y él dijo: “Sí, están tremendas”. Cosa que era cierto también, dicho sea de paso. A las 22:30 salió Bon Iver. Eran nueve tíos en total. Abrió el concierto con Perth y empezaron los golpes. A veces de Bon Iver y a veces tuyos. En las baterías del final recordé cuando te dije que escucharas el disco para dormirte y cuando al día siguiente me contaste que te sobresaltaste de una forma brutal cuando en mitad del silencio rompieron las baterías de repente. Este golpe lo aguanté bien. En Michicant ya empezó a escocer. Con Blood blank me entraron ganas de tirarme gradas abajo y no dejar de rodar. Skinny love no pudo explicar mejor el momento actual. Simplemente hay que escucharla. En Creature fear me recuperé un poco de este desangramiento sin límites. Holocene recompuso todo lo que estropeaste en los últimos días. Justo debajo de nosotros había una pareja que se besaba constantemente, coincidiendo además con las canciones que más dolían. Al principio pensé “es el contexto perfecto para hacer esto”. Luego se me ocurrieron mil formas de “asesinarlos”, con cariño. Pero “asesinarlos”. Con re:stacks, tocando él solo con la guitarra eléctrica, comprendí que nunca debí volver a ti. Blindsided ocupó el lugar de otra persona. Igual que For Emma. Y entonces ocurrió. Después de irse dos veces y cuando empezaba a pensar que no iba a tocarla, comenzó a tocar The wolves. Fueron sumándose el resto de instrumentos. Y morí cien veces. Creo que no moriré más en mi vida. Al final A se quedó con las ganas de que tocara “Minneapolis”. Olvidar a alguien cuando no quieres hacerlo, destroza. Destroza de una forma que jamás comprenderás porque jamás lo has hecho. Lo cierto es que no tienes ni puta idea de cómo cuidar ciertas cosas. Y te lo dice alguien nunca ha sabido cuidar nada. “What might have been lost. What might have been lost. What might have been lost…”. Llegamos al hostal a la 1 y algo. PR y P estaban dormidos aunque se despertaron enseguida. PM está en Lisboa de Erasmus. Quedamos sobre las dos en el Mirador San Pedro Alcántara. La gente en Portugal conduce de una forma totalmente caótica. Los taxis no sé cuántos años podrían tener. Preferí no hacer la cuenta. Lo bueno es que son baratos. PM nos llevó a bares en los que la cerveza, mojitos y derivados estaban realmente baratos y son realmente grandes. Vimos una pintada en una pared representado algo que ahora mismo no recuerdo. Uno de los tipos se me asemejaba a Elvis. Así que le dije a PR que nos hiciera una foto. El motivo de la foto era que saliera el dibujo del tipo que se parecía a Elvis, por si no ha quedado claro. Creo que PR nos hizo seis fotos y en ninguna salía Elvis. Son las cosas de PR. Fuimos a la zona de los clubs pero estaban cerrando. En Lisboa los clubs cierran a las cuatro de la mañana y abren a las seis como “afters”, para no tener que pagar algunas licencias. A las 5:30 entramos en el “Transmission”, que abrió un poco antes. El alcohol había dejado de hacer efecto así que propuse tomarnos un chupito de absenta. La camarera me dijo que había tres: rojo, verde y negro. “El más fuerte” le dije. PM se pidió uno de whisky. Fue la cosa más fuerte que he probado nunca. Estábamos todos sentados. Al tomárnoslo nos empezamos a separar buscando aire, P no dejaba de mover la cabeza hacia un lado y hacia el otro, a A se le saltaron las lágrimas, J no podía hablar, PR (que nunca se ha llevado bien con las bebidas negras) dijo que quería vomitar (lo cual volvería a decir acto seguido de levantarse por la mañana), yo noté cómo no tenía pulmones y cómo ardía mi esófago. PM simplemente se descojonaba. Encima que se pidió whisky, se lo bebió poco a poco. Quince minutos después seguíamos igual. Ardiendo pero sin que hiciera efecto el absenta. Nos pedimos un tequila. Esto ya era otra cosa. Pero seguía sin hacer efecto. Hablamos con gente. Pero no recuerdo apenas nada de las conversaciones. En una, hablando con dos chicas, les dije que un amigo mío habló hace nada con ellas y entendió que eran lesbianas. Entonces las chicas se empezaron a reír y dijeron que no lo eran, que lo habría entendido mal. Y visto el ciego que él llevaba, era normal. Sólo recuerdo algunas caras y algunas nacionalidades. Pude recomponer varias escenas por las fotos. Más por las no “mostrables” que por las “oficiales”. Cerraron el club y sin saber muy bien cómo, aunque el por qué estaba claro, PR, PM, P y yo acabamos en un after que se llamaba Copenhague. A y J se fueron para el hostal. Con la entrada nos daban dos cervezas y ahí fue cuando todo empezó a hacer efecto. Una prostituta negra y un poco gorda, por no decir mucho, que estaba en la barra, le pidió dos euros a PR. No se los dio. El sitio estaba a reventar. Era imposible andar. Nos quedamos atascados en mitad de la pista. A dos centímetros de mí había un tipo que parecía el malo de cualquier película. Por simple transferencia del movimiento, me empujaron y yo le empujé a él. Entonces el tipo me empujó a mí y comenzó a hablarme en portugués con cara de loco. Mi reacción fue tan absurda (pudo haberme pegado una cuchillada y nadie se habría dado cuenta) como efectiva. Le grité a la vez que movía los brazos, que si hay mil personas aquí y me empujan, por tanto, yo le empujo a él sin iniciativa propia, esto no es culpa mía. Si no entendía esto es que era retrasado. Y que como vuelva a empujarme la vamos a tener. En realidad no tenía ni puta idea de lo que le estaba diciendo. Y creo que él tampoco. Pero mi cara no debió de ser muy amigable y los movimientos de brazos tampoco ayudaron. Así que el tipo sospechosamente, se marchó. Luego PM se encontró a una amiga que estaba bastante bien. Que aparecía y desaparecía. Salimos de allí a las nueve de la mañana, con el sol matándonos lentamente. Vimos a esa amiga de PM, afuera. A la luz se le notaba en la cara que había menos cosas de las que no iba desfasada que de las que iba. Pudo follarse a treinta tíos esa noche si hubiese querido. Nos despedimos de PM y pillamos un taxi hasta el hostal. Creo que eran las diez de la mañana cuando nos acostamos. A y J estaban ya dormidos aunque encendimos la luz simplemente por putear un poco. P empezó a comer frutos secos. PM le dijo que se fuera de la habitación. Y yo noté cómo se me contraía el estómago cada vez que me acordaba de ti. Y por supuesto, del absenta negro.

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