sábado, 7 de julio de 2012

LOS TIPOS DUROS NO BAILAN. POR ESO BAILO CONTIGO

Puedo acordarme de ti entre Haydn y el asiento 8 de la fila 17. Entre el último polvo y la canción que empezaste a tararear mientras bajábamos por el ascensor. Mantener las distancias es fácil cuando hay mil formas de hacerlo. Mal, pero de hacerlo. Nuestras contradicciones, en el fondo, tienen una lógica aplastante. Pero ya lo sabes, sólo en el fondo. Puedo acordarme de ti justo antes de meter tercera y justo después de mirarte por el retrovisor y ver a alguien distinta porque tu reflejo se parece a ti pero no termina de ser tú del todo. Puestos a acordarse, acuérdate de esta frase para más adelante. Puedo acordarme de ti en el primer trago de whisky y en el penúltimo escalón para volver a casa y no sé qué es peor. Pero prefiero seguir diciendo por lo bajo el título de aquella novela de Mailer “Los tipos duros no bailan”. Por eso bailo contigo. O lo dejamos en que me acerco a tu abdomen y ya están resueltos gran parte de los conflictos de Occidente. Puedo acordarme de ti al ver unas luces de neón del mismo color que el de tus uñas y al arañar con la barba a alguien a quien tampoco le importa mucho eso. Pero joder, puedo acordarme de ti al girarme en la cama y ver que aunque pensaba que eras tú, que aunque me llama de la misma forma que lo haces tú, que aunque duerme con la misma poca ropa que duermes tú, que aunque me pregunta las mismas preguntas que tú, y que aunque me habla de Muñoz Molina igual que tú, no eres tú del todo. Mil veces me he dormido contigo y me he despertado con alguien que no eras tú. Porque eso, al final, de un modo u otro, siempre se nota.

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