martes, 17 de julio de 2012

-10 GRADOS FAHRENHEIT

Creo que era en Reikiavik. Aunque podría haber sido Bruselas perfectamente. Creo que había calles menos frías que tus manos cuando buscaban algo por mi espalda. Algo que no supe si encontraste. Algo que probablemente nunca existió. Creo que hablamos de mudarnos a algún sitio cubierto de nieve pero nos negamos a hacer las maletas. Creo también que tu champú improvisó una melodía al piano mientras me enseñabas el camino a no seguir. Creo que investigamos otras formas de congelar orgasmos sin que temblara el suelo. Pero no era lo mismo. Creo que tu pintalabios hizo un desvío desde mi yugular hasta la parada de autobús más próxima. A cualquier cosa con alcohol. Creo que cerramos puertas por no abrir ventanas. Por no tener algo en lo que pensar después de habernos quedado con lo puesto. Qué desastre. Tú y yo, aquí, sin armas para defendernos. Sin palabras que nos abriguen. Sin cojones que nos mantengan en pie una vez más. Creo que llovía. O éramos nosotros. No sabría decirlo. Creo que tu bufanda era una autopista a -10 grados Fahrenheit. Es como mejor nos medimos. Creo que hubo señales para no coger ese ascensor. Para agarrarnos bien a la baranda de la escalera y llevarnos la longitud exacta de los escalones en la espalda y en las rodillas. Creo que nos quedamos sin comida y así volvimos, flacos y llenos de mordeduras que iban desde los pulmones a las tarjetas de crédito. Creo que volvimos. No recuerdo si al punto de partida o a casa. Pero volver, volvimos. Y creo también que nos preguntaron si nos quisimos. ¿Querernos? ¿Nosotros? Lo que nos faltaba.

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