lunes, 9 de julio de 2012

SCHOPENHAUER Y EXPLOSIONES CONTROLADAS

Por la ventana derecha del avión vuelan las rutinas que hacemos, sin apenas darnos cuenta. Como poner la lavadora con la cantidad precisa de suavizante para reconocer tu ropa antes del centrifugado. Como concentrarme en el ruido que hace el lavavajillas y adivinar cuándo tu taza favorita está lista. Como llamarnos a cualquier hora y enterarnos a la primera aun teniendo el móvil en silencio. Aun cuando estamos fuera de línea y establecemos conexiones inalámbricas. Un día tenemos que explicárselo a algún ingeniero informático japonés. Aunque no sé si llegará a entenderlo. Como la arena que hemos fabricado en el pasillo para vencer a las olas que no llegan hasta aquí. Para confundir a la marea que lejos de subir o bajar, simplemente hace imborrables las huellas que hacemos al bajar los pies de la cama. O como las explosiones controladas que ocurren cuando no tenemos previsto actualizar el color de los ojos después de una tormenta de verano perfecta. Pero sin duda, lo que no es negociable es no hacer líneas perpendiculares entre Schopenhauer y tu pelo mojado al salir de la ducha. En resumen, tienes que dejar de hacerlo. Tienes que parar de masturbarme el puto corazón porque al final voy a ponerlo todo perdido. Y eso nunca nos gustó ni a ti ni a mí. Y eso no sale después. Dime ¿qué coño hago yo con esas manchas en las paredes internas de las costillas que me recuerdan a ti todo el tiempo? Tienes que parar de hacerlo porque lo voy a poner todo perdido. Y no creo que los kleenex sirvan esta vez.

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