domingo, 30 de septiembre de 2012

ANTES DE ENSEÑARTE LOS CHARCOS

La pared está desconchada de apoyar la funda de la guitarra. Y parece que va a llover. Pero sólo lo parece. Hace calor para la ropa de invierno, pero invade el armario. Hace tiempo que no miro el móvil y no tanto las previsiones del tiempo. A veces antes de tender la ropa no está del todo mal que Google te dé su opinión. O quién quiera que sea el que hace los pronósticos. Puedo proponerte un trato. Más adelante. Hay fines de semana que no lo salvan ni el fútbol ni Jay McInerney, por raro que parezca. Y se notan los terremotos en los ojos y en el insomnio diluido con Rachael Yamagata. Hubiese sido fácil compartir seísmos y desayunos en la taza que quieras, a pesar de romper el mapa porque no servía. Hubiese sido fácil que te asomaras por la cortina del probador y le dieras a “me gusta” o a “ya no me gusta”. Hubiese sido fácil incluso que hubieran llamado a seguridad para aclararnos que “o se prueban ropa, o se visten y se van”. Sin embargo, fui de una tienda a otra, dejándolo todo a mi criterio. Una agujeta en el hombro recuerda constantemente la mala postura de anoche. Las malas posturas tienen eso, y también consecuencias. A veces, hasta mi tibia echa de menos chocarse con las instrucciones de acero que ya no están. Puedo proponerte un trato. No voy a enseñarte la frase destructiva. Pero puedo mostrarte dos nuevas que equilibran la balanza: ahora éstas sólo me destruyen a mí. Y estamos en paz. Hubiese sido fácil empaparnos en nieve antes de enseñarte los charcos. Y parece que vas a llegar. Pero sólo lo parece.

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