miércoles, 5 de septiembre de 2012

SEX & GASOLINE

Para que el rock te seccione la yugular no hace falta la distorsión. Tú tanteas el terreno lanzándome un directo que no viene hacia a mí. Nos conocemos. Ni mucho ni poco. Sólo lo suficiente como para saber que cuando mueves el pie derecho es que vas a lanzarme un golpe de izquierda. Y que cuando mueves el pie izquierdo, también. Y lo curioso es que nunca fuiste zurda. Aunque ahora que lo pienso, para alguna que otra cosa sí que lo eras. Solías moverte por la habitación entre el humo de la marihuana y las canciones del álbum de Rodney Crowell “Sex & Gasoline” como si fuese la embajada de la paz mundial, con tu camiseta rasgada de Joy Division y con mis pupilas dilatando el espacio entre las ondas expansivas que mandábamos y de las que no esperábamos respuesta. Al menos durante un buen rato. Incluso había noches en las que tú y yo no necesitábamos la distorsión para calibrar nuestros cuerpos. Incluso los pianos secundarios de este disco formalizaban la no presencia de amplificadores para poder sentir las vibraciones que nos sabían a poco. No hace falta golpear fuerte para sentir el impacto. Ni tan si quiera subir el volumen al máximo. Basta con saber dónde dar. Basta con soplar sin casi abrir los labios para que acabe estrellándome contra la pared. El Jim Bean solucionaba gran parte de los retos que nos quedaban por cumplir. Disfrazaba el miedo de una ceguera resplandeciente. Y lo cierto es que jamás nos vimos mejor. Todo hay que decirlo. Iban pasando las canciones en modo aleatorio: “Sex & Gasoline”, “Truth decay”, “Forty winters”, “Night´s just right”, “Closer to heaven” y por fin sonó. “I want you #35”. La mejor sin duda. No tanto por el título. O sí. Pero es demasiado explícito. La distorsión puede matar más rápido. Pero lo acústico, a veces, mata mucho mejor. Igual que tú.

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