domingo, 3 de junio de 2012

HAY UN VALS QUE RECLAMA SU PARTE

Hay un vals que reclama su parte. Con las luces apagadas y el alcohol gritándome las verdades de la forma más dura: que no estás. Y entonces una chica se acerca y ve el caos y la destrucción despintando mi camisa, abriendo otro botón. En su cintura las decepciones se llevan mejor. En mis hombros no caben más vendavales. Pero ella se quedará un rato. Sigue habiendo un vals que reclama su parte. En la tercera cerveza hablamos de Cuba, Venezuela y Bolivia. Me gustaría defender a sus dirigentes. Pero son indefendibles. El bloqueo de Estados Unidos bajo ningún concepto está justificado y es en esto, donde a pesar de los defectos del régimen cubano se aprecia perfectamente la perseverancia y la solvencia de un país. No es perfecto pero es real. Como tú. Y como ella. Hemos pasado, ella al ron y yo al whisky. Hemos pasado de hacer autoestop con los ojos cerrados a ponernos cómodos en un suelo que prefiere no preguntar qué hora es. Lo más parecido que he tenido nunca a una bandera o una patria ha sido: tu pelo mojado, tus pezones atentos, tu ombligo sonriendo, tus muslos como un semáforo en verde, tus pies como la frontera sin disparos ni campos de minas. Como dice Oscar Wilde “Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir”. Admito todo tipo de sugerencias. Le pido el móvil. Me muerde la yugular a modo de bono de regalo para la próxima vez. No termino de entender qué ve. Por más que miro, aquí no hay nada. Sólo los restos de lo que un día fue algo parecido a una bandera o a una patria: tus fotos en blanco y negro en mi memoria. Tu forma de decir “que todo irá bien”. A veces, consigues hacerlo como si no doliera. Pero sólo a veces.

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