lunes, 25 de junio de 2012

50/75

Vuelvo a lugares que no debería. Por estar fuera de lugar o porque ya se han trasladado. O porque me fui yo. O porque no lo pienso bien. O porque lo pienso demasiado y mal. O simplemente porque como dijiste, son “inviables”. Es una alusión de pasada. De refilón. Es decir, que este texto no es para hacerle el boca a boca ni a tu WhatsApp ni a tu edredón. A buenas horas el cabecero abandonó el ring. Tenía que decírtelo. Pulso el botón de Intro y cambio de renglón. Pulso el botón de Intro y el punto y aparte me recuerda a todas las dudas que preferimos no dudar. Fin de ti. Vuelvo a lugares que no debería. No sé si porque estoy perdido o porque por fin te encontré entre Dublín y el segundo cajón de mi mesita de noche. No está bien volver a ciertos sitios. Pero tampoco lo está que A. Merkel decida por ti y por mí las playas que son o no son vírgenes. O rescatarnos si lo único que queremos tú y yo es sobrevivir y revivir esta caída libre que supone estar desnudos frente a frente con el pecho intacto, con el cerebro destrozado de tanto odiarnos y con la lengua cubierta de nieve de llamarnos sin elevar la voz. Vuelvo a lugares que no debería. Y que no existen. Válidos para una película de ficción o para un acueducto sin que toque el suelo. Sin conexiones que sepan de qué hablamos cuando no hablamos de nada. No me hagas caso en lo que pueda decirte hoy o mañana. No me hagas caso aunque te convenza sin utilizar el código binario a modo de ruleta rusa. Porque si hay un 50% de probabilidades de que salga bien, en nosotros hay un 75% de posibilidades de que salga mal. No lo digo yo. Lo dicen nuestras matemáticas. No me hagas caso porque tú y yo sabemos que somos como un iceberg: tenemos que darnos la vuelta para ver la realidad. Vuelvo a lugares que no debería. A ver si te encuentro. A ver si de una puta vez, ya no estás.

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