sábado, 29 de diciembre de 2012

MI PUNTO DÉBIL // DOS GATOS

MI PUNTO DÉBIL Apenas he dormido. Apenas hay leche en la nevera. Y la niebla se agarra a las paredes de la casa. Como tú. Tampoco queda zumo. Ni ternura para sobornarte. Sólo existe una resaca patentada por tus muslos que golpean como toneladas de acero o como una sinfonía en Do menor. El rock es una mierda comparado contigo. Y no voy a explicártelo. El mundo no se ha acabado. Quién lo diría. Encendemos la televisión para mirarnos y para exponernos al invierno. Siempre fuimos exhibicionistas de puertas para adentro. El último vals no recuerdo en qué esquina fue, sólo recuerdo que no fue contigo, pero huí pensando en ti. Volviendo a la niebla que inunda la casa, rescátame cuando no te lo pida. Cuando no haya vuelta atrás, cuando no queden heridas que desangren, cuando no pueda tapar con periódicos la soledad de quien me mira a los ojos y no entiende por qué no ocurre nada. Cuando un portaviones no sea suficiente para quedar en empate y atraigamos a tormentas eléctricas para sentir el cielo bajo nuestros pies. Descalzos, iremos hablando en braille para que no haya dudas. Han inventado prácticamente de todo, pero no hay nada que suavice los veranos en Nueva Orleans. Se han fusionado sin ponerse de acuerdo las partículas de polvo que flotan en la estantería y el deshielo de los preservativos que sueñan con tu centro de gravedad. Que a veces coincide con el telediario y a veces no. Te desvías de mi punto débil y ahora a ver quién enfoca este caos hacia un lugar seguro. No lo haces con cuidado. Y eso me gusta. No lo haces como si se fuera a romper. Y eso hace que no se rompa. Como pompas de jabón que tienen el efecto de una bomba atómica. Eso eres tú. Apenas he dormido. Apenas hay leche en la nevera. Apenas sé ya de lo que hablo cuando hablo de ti. DOS GATOS Tus gatos me miran fijamente al entrar. Menos mal que no han visto cómo tuve que subir las escaleras. Uno de ellos anda a veces a dos patas cuando le enseñas la comida. El otro sigue mirándome. Pones dos cervezas y el tobillo no deja de doler. Cuesta que entres en contacto con la velocidad roja que amortigua los roces a un metro de distancia. Me preguntas cuándo vas a poder leer algún fragmento. Acerco el ordenador y enchufo el pendrive. Te sientas sobre mí y lees, y bebes cerveza, y desde atrás tengo nuevas vías de invasión. Te ríes con algún fragmento. Intento asomarme por el lado para ver cuál ha sido. Tienes el pelo más largo de lo que parece. Tengo más lugares vacíos de los que se ven. Terminas de leer y me dices “Escribes bien”. Estoy a punto de decirte que lo que tiene que estar bien de verdad es hacerlo sobre la mesa del salón, junto a ese cristal que da a la avenida y donde el edificio de enfrente tiene más luces encendidas que apagadas. Pero simplemente te doy las gracias. Vuelves a tu sillón y ahora es cuando se nota lo lejos que está el mío del tuyo. Nos vamos acercando hasta que vuelves a ponerte como estabas antes, pero al revés. “Vamos a la habitación” dices. Y fuimos. Y uno de los gatos también. Aunque después te hizo caso y salió. Suenan de fondo The Strokes, The Killers, Bon Iver. Y de repente pones una lista que se llama “Fun Club”. Hay canciones que sólo había escuchado allí, a las cuatro de la mañana y bastante ciego. Y hasta parecían que sonaban bien. Ahora, ni de coña. Los dos hacemos un movimiento para quitarlas. Los dos las odiamos a la vez. No voy a contar la película. Sólo los anuncios. Hay un vecino que estornuda como si fuera el último estornudo de su vida. Esto, no sé por qué pero hace que no pueda parar de reírme. Y tú tampoco. El tipo sigue estornudando a un ritmo fisiológicamente imposible, sin dejar tiempo ni espacio entre estornudo y estornudo. A la 1 y algo para. “Ya está dormido” dices. Es una de las múltiples opciones posibles, efectivamente. Aunque hay más. Cada vez que salgo de la habitación para ir a por agua o al baño, al entrar de nuevo, me golpeo en el jodido tobillo. Parece que tengo un tiburón mordiéndome permanentemente. Si no fuera poco ya con andar como Marichalar, los golpes van al mismo sitio. Ni un maldito francotirador. No tuve cojones de saber qué coño es lo que había allí. Uno de los gatos está bebiendo del vaso de agua que puse en tu escritorio. Tú me dices que no lo deje. Le hablo de forma contundente pero el gato sigue bebiendo. La “mejor” parte de la película los dos sabemos cuál es. Y no voy a decir nada sobre ello. Entonces llega el momento de irme. Y cada frase es más absurda que la anterior. Parece que me voy pero no termino de irme. Parece que abro la puerta pero son sólo amagos. Parece que es la última vez que nos vamos a ver. Y es que nadie se despide peor que nosotros.

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