martes, 27 de noviembre de 2012

PARA QUE NO SOSPECHEN DE NOSOTROS

Te recojo en el único lugar de referencia que conozco en tu zona. Estás esperando. Siempre llego tarde contigo. Pero siempre lo hago a tiempo. En los semáforos en rojo decimos dos frases cada uno, un diálogo sintetizado que se queda a medias cuando se pone en verde y la última frase no llega a su destino. Te agarras. A veces fuerte y otras haciendo como que no lo estás pero se nota. Es otra forma de decir que sigues ahí. Llegamos al cine Alameda y nos dan la fila 8. Entonces pregunto si hay más atrás. No por nada, sólo por preguntar. “La fila 10” me dice. Perfecto. La sala aún está cerrada. Hay sillones para esperar. Y esperamos con la convicción de que esto podría ser perfectamente la sala de espera de un dentista. Tampoco te gusta comprar refrescos, palomitas o derivados, así que esta conversación contigo se produjo el primer día y nunca más. Vas al servicio. Y yo miro los carteles de las películas. Por un momento se me olvida cuál vamos a ver. Y sin saber por qué, imagino cómo sería esto sin ti. Supongo que el decorado sería el mismo, que los sillones seguirían siendo negros, que el suelo estaría recién pulido, que la fila 10 seguiría vacante y que habría una pareja de 50 años subiendo las escaleras abrazados. Supongo también que el año de mandato de Rajoy sería igual de lamentable y de imputable, que nos habrían metido 5 en el derbi y que más tarde le habríamos ganado al Real Madrid, que el otoño y el invierno follarían día sí y día no, que continuaría sin poder levantar la mirada cuando leo en voz alta, que dolería igual tocar “No es el rock”, que seguiría sin quedarme a dormir en casas ajenas, que el insomnio no sería tanto de lugar sino de objeto indirecto y que la persiana tendría que estar echada del todo. Vuelves del servicio y dices “¿Vamos?”, y yo me levanto del sillón, que al final es más cómodo de lo que lo era al principio, y subimos las escaleras, sin tocarnos. Para que no sospechen de nosotros cuando apaguen las luces. Todo esto habría sido igual. Sólo que contigo, todo es más soportable. Sobre todo yo. Todo seguiría siendo una mierda. Y no me preguntes cómo ni por qué, pero esta mierda, contigo sabe mucho mejor.

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