viernes, 2 de noviembre de 2012

HOY NO QUISE PONER LA ROPA EN UN SITIO CONCRETO // NOVIEMBRE EN EL JARDÍN

HOY NO QUISE PONER LA ROPA EN UN SITIO CONCRETO Debajo de la mesa un meteorito destiñe tu recuerdo. A la izquierda una reacción magnética representa en un esquema todos los errores que cometí contigo. A la derecha una chica desnuda alumbra mientras el invierno avanza por su clavícula. Encima de la cama hay restos de insensibilidad que pronto serán tuyos. El suelo está frío. Mi voz no tiene voz. Creo que está amaneciendo pero no estoy seguro. No me gustaría que estuvieras aquí. No cambiaría a esta chica por nada del mundo aunque no sé nada sobre ella. Tal vez por eso no lo haría. Un camión toca el claxon y un hombre anuncia a voces los precios de la fruta. La chica se gira y sigue durmiendo. Yo sigo pensando en palabras cálidas que resbalan por mis dedos mojados. En la pared hay un póster de Woody Allen y otro de Neil Young. Sus pantalones de pitillo están a diez centímetros de los míos. Su camiseta cuelga de la estantería repleta de libros que no logro diferenciar cuáles son. La mía no sé dónde está. Hoy no quise poner la ropa en un sitio concreto. Hoy la persiana es un punto de desencuentro entre tú y yo. Su pelo está esparcido por la almohada. Mi vida se resumen en una palabra que no sé cuál es. Mi pensamiento claudica cuando apareces tú. No sé dónde está la cocina. Ni el baño. Ni la puerta. No es que quiera irme. Simplemente me gusta ubicarme. Y tengo sed. Y quiero ver en el espejo del baño qué tengo en la espalda porque escuece al rozarme. Probablemente sus huellas dactilares llevadas al extremo. En el pasillo hay desiertos de nieve que andan descalzos. Se colocan en fila y saltan uno a uno. Esta amnesia no funciona una mierda si apareces a la salida. Si me quedo colgado del aire en la primera planta. No rectifiques. Haz lo que estás haciendo. Porque lo haces jodidamente bien. Déjame a mí las demoliciones sin retorno. He llegado a odiar escribir sobre ti. Pero ahora, no sé hacer otra cosa. Lo mismo que tú. NOVIEMBRE EN EL JARDÍN Un café puede ser un arma mortal si no sé cómo se utiliza. Las nubes en invierno no fabrican mantas eléctricas para recapacitar sobre lo que no hiciste. En los pantanos también se sobrevive. Incluso se sueña. Sueños ácidos. O básicos. Básicamente para que no estés. El sonido que se amontona en el techo conduce suave y seguro. Puedo cerrar los ojos aunque no pueda morder tu champú como en verano la arena entre los dientes. Es una sensación jodidamente explícita. El tiempo puede amañarse si te acercas y te araño con la barba y con la lengua. No la reconocerías. No sabrías por dónde empezar. Así que terminaríamos rápido. A medianoche se va calentando al baño maría la luz que tendrás mañana. Siempre echo la llave para que entres. Siempre me abandono para encontrarte cuando ni tú sabes dónde coño estás. Noto cuando se cierra el ascensor porque se abren mis pulmones para intoxicarme de lo que no eres. Una melodía con distorsión limpia las huellas de los acentos que no soportan los glaciares que formamos. Pero se está como en casa. Porque nuestra casa siempre ha sido congelarnos en el jardín de un noviembre permanente. No vamos a hablar de calefacción. De dilataciones. De nórdicos hechos a medida. De importarte cuando ya no importa una mierda.

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