sábado, 24 de noviembre de 2012

AVIONES HACIA DESTINOS POCO COMUNES

La última vez que miré el reloj eran las 23:12 y cielo estaba despejado. Se escuchaban los coches acelerar mientras llenabas otra copa de vino. Intuías que iba a decirte algo pero no sabía cómo hacerlo porque miraba hacia abajo y me tocaba el labio. No dije nada. Me preguntaste si me había acordado de ti en este tiempo y yo te dije que prefería no contestar. Sonreíste y te echaste el pelo hacia atrás, por detrás de la oreja. Siempre fuiste una hija de puta. Pero aún así, no voy a contestar a algo que ya sabes. “Deberías de haber aparecido antes, cabrón” me dijiste en voz baja al oído y se produjo la erección de mi lóbulo temporal. Debería de haber hecho tantas cosas, que te sorprenderían. Incluso el estar aquí y ahora es cuestionable, pensé. Pero uno no decide cuándo llega. Aunque sí cuándo se va. Hablaste de reparar los daños y del récord mundial de estar en silencio. Todo lo importante se repara diciendo algo, o se estropea todavía más. Pero lo que jode algo irreversiblemente es cuando no se dice nada. Ahí sí está todo dicho. Y no hay vuelta atrás. La última vez que te miré a los ojos, mis piernas no existían. Te pone nerviosa que te hable mirando hacia otro lado. Te pone nerviosa que hable contigo como si estuviera hablando con alguien diferente a ti. Y a mí me gusta que eso te ponga nerviosa. Y lo hago más. Y esto se convierte en un bucle absurdo. Paro. Te miro como tú me dices, y no tengo cojones de aguantarte la mirada durante más de tres segundos. “¿Cómo lo hiciste tú?”, te pregunté después de la cuarta copa de vino. “Prefiero no contestarte tampoco” dijiste. El aire se llenó de preguntas que se desangran sin respuesta. Entonces te levantaste y empezaste a andar entre la ropa tendida. “Lo difícil de nosotros es saber cómo acertar o cómo no destrozarlo todo en un instante” añadiste, sonando tu voz como un sonido hueco, efecto de la ropa mojada. Sólo veía tus botas, yendo de las sábanas blancas a las camisetas de fútbol, de la botella vacía a mi pecho sin embajada. Te busqué entre la ropa. Aunque nunca pensé que te encontraría. Por eso te busqué. Y en mitad de todo aquello apareciste, deslizando los planetas hacia un lado para que dejasen de jodernos. Suelen pasar aviones a altas horas hacia destinos poco comunes. Solía pensarte también a altas horas. Donde no llegaba nadie. Donde los polvos caducaban dos minutos después de terminar. Donde no había cobertura para sintonizarte. Pero sobre todo te pensaba en las horas más bajas, donde era imposible sacarte de la puta cabeza. Y ahora eres tú quien está aquí, en esta azotea, con un tipo difícil de definir, mientras los aviones pasan. Uno, otro, otro más. Y tú aquí. Como si fuese fácil decirlo. Como si nunca hubiésemos sido uno de esos aviones que pasaban. Y no volvían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario