martes, 1 de mayo de 2012

ROPA ENCIMA DE LA SILLA

El sol estalla en mi cara. Sintonizo las palabras exactas que te digo antes de que empiece a llover más fuerte. Y a última hora, cambia la programación. Sintonizo también la noche sin estrellar que ha mojado el suelo. Hoy Neruda no me sirve de una mierda. Hoy no voy a calcular lo que supondría dejarlo todo y ver contigo el resto de domingos en power point. Tiene que ser brutal. Lo digo en serio. La resaca intuye el desierto pacífico entre tu boca y la señal de internet. Se cae. Nos caemos. Sabes el lugar donde tengo la tabla periódica, el tablón con papeles, los libros amontonados, las guitarras, el piano, la mesita de noche y tu lugar para hacer que el resto de cosas tengan sentido. Bebo agua para regresar al estado de homeostasis inicial. Bebo agua y también te miro. Podría escribir una parrafada infumable sobre eso, pero prefiero seguir mirándote, qué cojones. Como si manejaras mis electrolitos, se restablecen a tu disposición: salen dos, entran tres y yo me quedo con ganas de bajar desnudos por el ascensor y saludar a los vecinos mientras estudio al detalle tu sujetador. Y te aprietas contra mí sin necesidad de elaborar un pacto de guerra. Y mis pezones rectifican el tacto con los tuyos. Un piercing aquí quedaría increíble. Una orgía entre tú y yo para vengarnos de la calefacción también lo sería. Eres la medida de mis miedos y del valor que no tengo. Soy la parte que se vuelve imbécil cuando faltan cinco minutos para que llegues y no sé qué coño decirte para que vuelvas a reírte por una estupidez. Eres la frontera entre lo absurdo y tu lápiz de labios. Soy el orgasmo incontrolado antes de empezar el polvo. Las causas perdidas saben diferente si tu ropa y la mía siguen arrugadas encima de la silla. Puede que al final, no estemos tan jodidamente perdidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario