Recuerdo el hostal de mala muerte
en la autopista hacia Cádiz.
Recuerdo el olor a semen y a pintalabios
en las sábanas y tus uñas marcadas en mis costillas.
Sabías a whisky y a carne en llamas.
Follamos como lobos salvajes
que luchan a muerte por algo que no vale la pena.
Lo último que recuerdo de aquellos días
es que cada vez nos queríamos menos.
Y curiosamente, cada vez también, nos follábamos mejor.
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