NOS INVADEN LOS RUSOS
Con la precisión de un francotirador ruso, aciertas cada uno de
tus disparos a cien kilómetros, mientras otras a un centímetro no saben qué
decir ni qué hacer. No me lanzaste un paracaídas ni tampoco me dijiste “avísame
cuando tengas listas las heridas”. Simplemente me agarraste fuerte para
compartir la caída y el cincuenta por ciento del impacto. Llegué tarde y
estabas impaciente, y me dijiste que sabías de sobra cuando me llamaste que aún
no había salido de casa. Efectivamente. Al ritmo de Windsor de Pereza caminaba
por Evangelista. En Pagés del Corro ya sabía el beso que te daría y el color
del que se me quedaría la boca al llegar a Plaza de Cuba. El vestido blanco y
negro te quedaba brutal, al igual que el color de las uñas de las manos y de los
pies. No podía dejar de mirarlas y me dejaste hacerlo todo el tiempo del mundo.
Se te hizo eterno el camino al bar pero te gustaron las tapas. Un solomillo al
whisky, chocos y en el número diecinueve siempre tenía que empezar a contar tus
pecas de nuevo. Me preguntabas de qué me reía y cómo podía decirte
que estando aquí, contigo, estaba pensando solamente en ti. En ti y en quitarte
el vestido para hacerlo sobre el escritorio mientras los vecinos de enfrente
ponen al máximo el aire acondicionado. Y así fue. Te gusta el olor a fresa y a
vainilla. El vestido fue lo último que te quitaste y cuando lo hiciste mandaste
al carajo los verbos y los sustantivos, y no sabía si seguir follándote o
mirarte aún más. Hacía tiempo que no veía nada así. Hacía tiempo que no me
dejaban sin aire así. Tu “más fuerte” hizo explotar todos los relojes y qué
otra cosa podía hacer yo que obedecerte. Lo dices todo de una forma tan
contundente y segura que los días de niebla suenan a raro, como las frases en
las que algo podía significar una cosa o la contraria, y al final no
significaba nada. “Tócame algo” dijiste y no sabía si mirar como sonreías o
pensar en mi cara de idiota. Después otro más. Y luego otro. Y mañana las
agujetas y las marcas serán la mejor forma de recordarte. Andabas desnuda por
la habitación, leyendo cada uno de mis manuales. Preguntaste qué colonia usaba:
“todavía no puedo decírtelo”. “Entonces puede ser que haya cosas que tampoco
pueda hacerte…”. Y ha sido la vez que más rápido desvelé el secreto. Me has
salvado del domingo. De los malditos domingos. Probablemente también me salves
del lunes. Nunca nadie compartió la mitad del impacto. Nunca nadie me dijo “Llevo
todo el jodido día nerviosa por verte, cabrón”. Nunca creí en la felicidad pero hoy,
hija de puta, me has hecho feliz.
DOMINGO ASTROMÁNTICO
Puede parecer que te sigo echando de menos pero en realidad es
porque no tengo otro lugar en el que estrellarme. Dame tiempo. Un poco más
solamente para que el nuevo paisaje aparezca. Porque es cierto que a veces “lo
que digo te distrae de lo que soy” (Pedro Salinas) y entonces empezamos a girar
en línea recta por si nos cruzamos de nuevo. Antes me corto un brazo, créeme.
Queda poco. Estás a punto de perder el efecto. Estás rompiéndolo de una forma
preciosa. Has puesto el listón tan alto que dan ganas de enmarcarlo. Puede
parecer que todavía sigue ardiendo pero las cenizas suelen mentir con la
temperatura. Las cenizas explican el lugar donde no hay que volver. Es fácil
pero dame tiempo. Un poco más solamente. Puede parecer que te sigo echando de
menos pero en realidad es que no sé qué coño hacer contigo, aparte de olvidarte
de una puta vez. Es lo único que le da sentido a todo. Cuando en breve no quede
nada de ti, “si tu magia ya no me hace efecto” (Zahara), dime, ¿qué coño hago
contigo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario