Eres brutal. Tus dientes hundidos en mi esternón mientras me
convences de que la poesía no sirve para nada; que es tu piel una droga
cortada a mi medida y que la Generación Beat es el champagne que se evapora en
tus pupilas dilatadas. Dilatadas como mi corazón apuntando entre tus muslos,
como la forma de decirte que te necesito cuando te escribo “hace cuatro días
que no pienso en ti”. También eres insoportable como Sevilla en agosto. Tus
manías vencen a las mías de la forma más fácil: esto es lo que hay. Alternas el lado
de la cama porque no tienes claro si me abrigaras en invierno cuando huela a un
perfume que no es el tuyo. Tú siempre hueles a ti y eso es una ventaja porque
nadie se camufla mejor. Podríamos querernos sin ninguna dificultad. Podríamos
odiarnos aún más y follarnos todavía mejor. Podríamos ir uno al piso del otro
sin avisar y no sorprendernos de lo que fuéramos a encontrarnos o no.
Podríamos ser y hacer tantas cosas que da pereza explicarlo. Eres brutal y
también insoportable. Por eso, no sabemos hacer nada mejor que jodernos la vida
de la peor manera, de la más bestial, sin compasión, sin piedad. Porque, ¿qué
mierda sería esta vida sin jodernos?: un telediario mal explicado, la luz que
se rompe antes de tiempo, un orgasmo sin tu forma de estremecerte. Lo que no
tiene que ver contigo supongo que sirve para algo pero has conseguido que no
recuerde para qué.
Bendita musa la que te hace escribir así.
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