No voy a reconocerlo, aunque me gustaría.
Decir en voz baja mientras intento
arreglar el microondas
que no tuve ni puta idea de lo que era el
frío
hasta que estuve en Cracovia y a menos
diez grados,
pensé en ti.
O decir que con tus piernas abiertas
sobre la mesa
soy capaz de ver el telediario hasta
final.
No sé si llegaría contigo hasta el final
de mi vida
pero me basta con que llegues al final de
este orgasmo,
con ver cómo rompes el mundo cuando cierras
los ojos
y aprietas tus manos en mi mandíbula
porque sinceramente el alma me importa
una mierda.
La resaca del peor whisky no es excusa,
no quiero dormir hasta que lo acabe.
Alguna vez lo pensé pero nunca llegué a
odiarlo.
Es más interesante si nos paramos en
medio de las sábanas
y dejamos que nos manche la tormenta.
El sexo sucio, como tus palabras en mis
oídos,
a punto de gritarte lo que quieres o lo
que no esperas.
Siempre esperábamos cosas que ocurrirían
en el peor momento y disfrutábamos con eso.
No conocen el placer salvaje de admitir
que mataría por una gota de tu sudor.
Tampoco conocen que tu peor frase es “yo
también”.
Para qué coño necesito los bailes y el
futuro
si puedo emborracharme contigo.
Te escribo este poema
simplemente porque no puedo follarte.
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