Es cuestión de tiempo que vengas
y me digas que dónde han quedado
las palabras irrevocables y valientes
sobre pisar los charcos,
arriesgar por lo que quieres,
lanzarte al barro y mancharte,
y ser honesto con uno mismo.
Siempre hay excepciones.
Es cuestión de tiempo, lo sé, que vengas
y desorganices las persianas de mi carne,
el frigorífico y los geles de baño,
el armario y los cuadros del salón,
las promesas que explotan en el recibidor
y los bóxers negros que hacían juego
con el código de barras de tus huellas.
Siempre hay excepciones.
Y más si se trata de ti.
Porque hay que ser completamente idiota
para jugársela contigo a todo o nada,
para ponerse de barro hasta las cejas,
para saltar sin paracaídas hacia tu boca,
para dejar a mis amantes por ti,
para mudarme de ciudad,
para firmar un cheque en blanco
con tus muslos y que sigan ahí mañana,
para decirte que te necesito
del corazón a la polla.
Hay que ser completamente idiota
para hacer todo esto y esperar
que suceda algo.
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