lunes, 18 de junio de 2018

DECIDÍ CONTIGO

Compartir la playa que no tienen ni Jerez ni Sevilla. Entendemos el vacío de 92 kilómetros a la perfección. A la mierda la arena si me arañas hasta que olvide en que consisten las mareas. A la mierda comprobar tus huellas en la orilla si el suelo de mi habitación tiene más memoria. Conoces mi destreza para matar moscas con una bufanda. Tu cara al verme no tuvo desperdicio. Conoces también el ritmo al tragar saliva cuando me agobio. Da vergüenza el “hay que acogerlos pero”. Deberíamos de abrazarles a cada uno/a de ellos/as y pedirles perdón. Es imposible que te quiten lo que ni tienen ni tienes, idiota. Es imposible que sepas el vaivén del puto Mediterráneo, idiota. Es imposible que aprendas lo que no entiendes, jodido idiota. Decidí contigo jugármela con la lencería sin saber qué estaba haciendo. Negra, al menos. D. Lynch después de la cena. “Dime qué noche te toca librar, me olvido” [Q. González]. Y es que quererte siempre es lo contrario de suficiente. Pero eso uno no lo sabe los domingos de resaca en apartamentos con vistas a la Catedral. Ni con mensajes esporádicos que recrean una ficción sin fisuras. Ni con bailes como rituales de algoritmos sin margen para retroceder. Aprendimos que sin ropa pensamos mejor. Que podemos cambiar las palabras de orden pero no los daños. Que no sé dónde coño estuviste todo este tiempo. Que no sé quererte sin apnea. Que tampoco sé odiarte más de lo necesario. Los dos lo sabemos. Te lo escribí en rojo en el muslo izquierdo: los orgasmos sin ti son siempre con faltas de ortografía. Y ya sabes lo que ocurre con las faltas de ortografía: podemos entenderlo pero quién quiere un paraíso defectuoso. Esperarte sabiendo que vas a llegar no es esperar. Es jugar con las cartas marcadas. Es inventar la pólvora y no usarla. Es dudar de quién es la que duerme en el sofá y quién el que pasa las tardes quitándole el pintauñas burdeos con una sonrisa del corazón a la polla mientras sueña, o al menos, mientras tiene los ojos cerrados. A cuarenta grados también se puede ser feliz. Aunque eso implique consumirnos en el intento. En el tercero, por ejemplo. O en el quinto. O hasta que consigamos que nieve de una puta vez. El verano se nos va a hacer corto.

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