Menos mal que las balas no se confunden al
cerrar los ojos. Yo la sigo sin fe ninguna pero con una sonrisa de oreja a
oreja. Sus huellas en el suelo me sientan bien, de alguna forma que no pienso
demasiado. Quiero decir que me recuerdan cómo caminar. Y eso siempre ayuda.
Menos mal que no eres el rock en cada gota de sudor blanco que pinta la pared.
Yo la abrazo mientras su pelo y el viento están en cualquier hemisferio caótico
y salvaje. Su lengua me abre y me cierra como un sobre de papel que no se
decide a estallar. No sé si se entiende. Menos mal que tienes buen gusto para
los bóxers, según me han dicho. Yo soy flexible en ese aspecto. Me
desviste y me gana con orgasmos impares y azules al cerrarse el ascensor. Menos
mal que no me has ayudado a elegir los muebles del salón, el color de las
paredes, los azulejos del baño o el armario de la habitación. Menos mal que no
puedes verme. Menos mal que ni siquiera te lo imaginas: IKEA puede ser el peor
lugar para echar de menos a una hija de puta como tú.
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