AIRE: Desde el piso once, la ciudad está
aún más vacía sin ti. Todo pasa sin que pase nada. Planear dejándome caer hacia
tu espalda como el último intento de aterrizar o de sobrevivir. Entre las nubes no
consigo diferenciar lo real de la ficción que lleva tu nombre, y que hace que
estés aquí, con un tipo que se olvida de lo importante y se acuerda sin
embargo, de la marca que tienes detrás del muslo o del color exacto de tus ojos
cuando llego tarde.
TIERRA: No distingo al enemigo. Supongo
que debe de estar ahí fuera. El tráfico es demasiado aburrido y pensamos en el
menú que tomaremos. Eliges tú. Incluso cuando el sol ya no está, parece que aún
sigue echando el aliento, por si acaso. Tomamos direcciones extrañas.
Aparecemos en lugares que desconocemos: un barrio sin luz, un centro comercial
a las afueras de la ciudad o unas ruinas romanas con el mismo sonido que tu
piel al tocarme.
MAR: No entiendo las mareas. Tampoco tus
huellas bajo las olas. La habitación del hotel huele exactamente a tu champú y
eso facilita las cosas. Tu cuerpo parece que se ha quemado por el sol pero no.
Brilla así. Sonríe así. Las toallas en el suelo no preguntan nada porque la
silueta de tu mano que ha quedado en el vapor del cristal es todo lo que
necesito para salir de aquí.
Sevilla parece la maldita Dunkerque. Continuo
en el mismo lugar que hace días. Cuento una y otra vez las luces que se
encienden y se apagan, mientras sigo esperando. Mientras decides si me rescatas
o no. Tú, como siempre, sin prisa.
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