sábado, 29 de diciembre de 2012

MI PUNTO DÉBIL // DOS GATOS

MI PUNTO DÉBIL Apenas he dormido. Apenas hay leche en la nevera. Y la niebla se agarra a las paredes de la casa. Como tú. Tampoco queda zumo. Ni ternura para sobornarte. Sólo existe una resaca patentada por tus muslos que golpean como toneladas de acero o como una sinfonía en Do menor. El rock es una mierda comparado contigo. Y no voy a explicártelo. El mundo no se ha acabado. Quién lo diría. Encendemos la televisión para mirarnos y para exponernos al invierno. Siempre fuimos exhibicionistas de puertas para adentro. El último vals no recuerdo en qué esquina fue, sólo recuerdo que no fue contigo, pero huí pensando en ti. Volviendo a la niebla que inunda la casa, rescátame cuando no te lo pida. Cuando no haya vuelta atrás, cuando no queden heridas que desangren, cuando no pueda tapar con periódicos la soledad de quien me mira a los ojos y no entiende por qué no ocurre nada. Cuando un portaviones no sea suficiente para quedar en empate y atraigamos a tormentas eléctricas para sentir el cielo bajo nuestros pies. Descalzos, iremos hablando en braille para que no haya dudas. Han inventado prácticamente de todo, pero no hay nada que suavice los veranos en Nueva Orleans. Se han fusionado sin ponerse de acuerdo las partículas de polvo que flotan en la estantería y el deshielo de los preservativos que sueñan con tu centro de gravedad. Que a veces coincide con el telediario y a veces no. Te desvías de mi punto débil y ahora a ver quién enfoca este caos hacia un lugar seguro. No lo haces con cuidado. Y eso me gusta. No lo haces como si se fuera a romper. Y eso hace que no se rompa. Como pompas de jabón que tienen el efecto de una bomba atómica. Eso eres tú. Apenas he dormido. Apenas hay leche en la nevera. Apenas sé ya de lo que hablo cuando hablo de ti. DOS GATOS Tus gatos me miran fijamente al entrar. Menos mal que no han visto cómo tuve que subir las escaleras. Uno de ellos anda a veces a dos patas cuando le enseñas la comida. El otro sigue mirándome. Pones dos cervezas y el tobillo no deja de doler. Cuesta que entres en contacto con la velocidad roja que amortigua los roces a un metro de distancia. Me preguntas cuándo vas a poder leer algún fragmento. Acerco el ordenador y enchufo el pendrive. Te sientas sobre mí y lees, y bebes cerveza, y desde atrás tengo nuevas vías de invasión. Te ríes con algún fragmento. Intento asomarme por el lado para ver cuál ha sido. Tienes el pelo más largo de lo que parece. Tengo más lugares vacíos de los que se ven. Terminas de leer y me dices “Escribes bien”. Estoy a punto de decirte que lo que tiene que estar bien de verdad es hacerlo sobre la mesa del salón, junto a ese cristal que da a la avenida y donde el edificio de enfrente tiene más luces encendidas que apagadas. Pero simplemente te doy las gracias. Vuelves a tu sillón y ahora es cuando se nota lo lejos que está el mío del tuyo. Nos vamos acercando hasta que vuelves a ponerte como estabas antes, pero al revés. “Vamos a la habitación” dices. Y fuimos. Y uno de los gatos también. Aunque después te hizo caso y salió. Suenan de fondo The Strokes, The Killers, Bon Iver. Y de repente pones una lista que se llama “Fun Club”. Hay canciones que sólo había escuchado allí, a las cuatro de la mañana y bastante ciego. Y hasta parecían que sonaban bien. Ahora, ni de coña. Los dos hacemos un movimiento para quitarlas. Los dos las odiamos a la vez. No voy a contar la película. Sólo los anuncios. Hay un vecino que estornuda como si fuera el último estornudo de su vida. Esto, no sé por qué pero hace que no pueda parar de reírme. Y tú tampoco. El tipo sigue estornudando a un ritmo fisiológicamente imposible, sin dejar tiempo ni espacio entre estornudo y estornudo. A la 1 y algo para. “Ya está dormido” dices. Es una de las múltiples opciones posibles, efectivamente. Aunque hay más. Cada vez que salgo de la habitación para ir a por agua o al baño, al entrar de nuevo, me golpeo en el jodido tobillo. Parece que tengo un tiburón mordiéndome permanentemente. Si no fuera poco ya con andar como Marichalar, los golpes van al mismo sitio. Ni un maldito francotirador. No tuve cojones de saber qué coño es lo que había allí. Uno de los gatos está bebiendo del vaso de agua que puse en tu escritorio. Tú me dices que no lo deje. Le hablo de forma contundente pero el gato sigue bebiendo. La “mejor” parte de la película los dos sabemos cuál es. Y no voy a decir nada sobre ello. Entonces llega el momento de irme. Y cada frase es más absurda que la anterior. Parece que me voy pero no termino de irme. Parece que abro la puerta pero son sólo amagos. Parece que es la última vez que nos vamos a ver. Y es que nadie se despide peor que nosotros.

sábado, 15 de diciembre de 2012

EN MIL PEDAZOS

Me he levantado. He ido a la cocina y he bebido un vaso de agua. He ido al baño. ¿Quién coño es el tipo del espejo, que destroza lo mismo que yo? Me he lavado la cara. Sigo sin saber quién es este tipo. Abrí el armario. Cogí unos vaqueros, una camiseta, una camisa y la chupa de cuero. Casi se me olvida la bufanda. Tengo dos notas de correos para recoger dos libros que compré por internet. Uno, “En mil pedazos” de James Fray, tuve que pedirlo desde Texas porque es el único sitio donde lo encontré. El otro, “El valle de las muñecas” de Jacqueline Suzanne lo compré de segunda mano en una librería de Madrid, siendo el único lugar donde lo encontré también. No sé qué mierda tiene que ver esto contigo pero me acuerdo de ti. Para el camino me pongo el mp4 y The tallest man on earth va rajando la atmósfera que no dejas. Por suerte, para recoger paquetes en correos no suele haber mucha gente. Es rápido. De vuelta a casa pienso en el texto radiactivo a la mitad que empecé a escribir y abandoné, de momento. Digo radiactivo porque cuando lo leas, no va a existir nada más. Es decir, como ahora. Sólo que tú aún no lo sabes. Será como si nunca hubiésemos existido. Es decir, como ahora también. Y digo de momento porque necesito una tregua para esta cirugía mayor a cuerpo abierto sin anestesia. Hablarte de esto a ti, es como hablarle al Papa de decencia. Dice que sí pero no tiene ni puta idea. No hagas lo que hacías antes porque ahora no es como era antes. No utilices esas palabras. No hagas esas preguntas. “No me lastimes con tus crímenes perfectos” (Andrés Calamaro) porque estoy hasta los…Viernes por la noche son un espejismo que alivia el tacto intoxicado que despeina esta puta sonrisa que nunca pongo en las fotos. “Voy a contar la verdad aunque te duela” (Andrés Suarez). Voy a quemar la mitad de mí que es tuya. Pero ya no voy a arder más. Te dejé suficientes cenizas. En mil pedazos ya no se puede continuar rompiendo. Ni tampoco repararlo. Pero tú no lo intentes, por si acaso lo consigues. Cualquiera de las dos cosas.

lunes, 10 de diciembre de 2012

CUANDO YO NO ERA EL MISMO

Te acercas a mi cuello por detrás mientras toco el piano. “So payaso”, “Las nubes de tu pelo”, “Come pick me up”, “The wolves”, “Y sin embargo”, “En tu agujero”, “Perdón por los bailes”, “Bajo la lluvia”, “El equilibrio es imposible”, van sonando al ritmo de la lluvia. La guitarra también forma parte de esto. El whisky en tus labios es mi tratado de independencia favorito. Nos compenetramos para que las letras no se queden huérfanas cuando uno se queda en blanco. Nos he explicado sin pretenderlo. La armónica pone el ambiente metálico para acercarnos un poco más. Está insonorizado. Ya conocías este lugar. Hay vinilos de Los Beatles, de Creedence Clearwater Revival, de Pink Floyd y de Dire Straits. Hay una atmósfera a besos mojados que hace que no necesitemos estufa. Mi corazón resuena como el doble bombo de un grupo de hard cord. Y como un soldado que no cree en la guerra, va descosiendo lo que no sabe a ti. Apagas una luz y enciendes otra que nos deja casi a oscuras. Tocar así implica que puede caerse el edificio que seguiremos sonriendo y temblando. Y me hablas de cuando yo no era el mismo. Cuando un iceberg adornaba mis mejores noches, cuando tú eras tú, y yo cualquier tipo diferente a mí, cuando yo no era un lugar para estar ni sabía estar en ningún lugar, cuando no hacía falta abrir la boca para que supieras que no estaba pensando en ti, que no estaba pensando en nada. Cuando tú imaginabas ascensores sin última planta y yo era una calle desierta un domingo por la tarde. Cuando por más que me hacías señales, yo era un invierno caducado. Aunque no lo sepas, “cuando yo no era el mismo, te quería también” (Luis García Montero). Da vergüenza decirlo.

jueves, 6 de diciembre de 2012

CALL ME ON YOUR WAY BACK HOME. I AIN´T NOTHING NEW

No tengo rituales para celebrar aniversarios felices pero sí para celebrar aniversarios desastrosos. Tampoco soy asequible cuando la situación es sencilla aunque soy jodidamente fácil si lo vuelves complicado. He perdido el autobús. Y una señora mayor se sienta en la parada dejando un asiento libre entre los dos. Así que voy a continuar. No soy la solución a ninguno de tus problemas. Creo, incluso, que soy un problema más que se destiñe en los días de lluvia. Los miedos que tengo no se resuelven en las páginas amarillas aunque sí con un Jim Beam con Coca Cola. Dices que corro demasiado con la moto y con el coche. Velocidad sin control es verte desnuda. Pero eso es imposible explicártelo. No soporto el frío y a veces, a ti tampoco. Pero no cambiaría el invierno por ninguna primavera radiante, ni a ti tampoco. Pienso demasiado lo que te digo porque para sudar no hacen falta las palabras. Y al final, siempre queda lo que decimos. No sé disimular los días en los que te odio con mis ventrículos y mis aurículas. Y por suerte, tú tampoco sabes hacerlo. Satisfacerte de madrugada en las noches de alcohol es lanzar una moneda al aire y que sea lo que Dios quiera. Por eso siempre llevo dos tabletas de chocolate para que la Serotonina y el azúcar terminen lo que yo empecé. Y como bien dijiste “Las comparaciones son odiosas”. Con el chocolate no se puede competir. Sabes también que a diferencia de los hombres de verdad, nunca me visto por los pies. Eso lo dejo sólo para cosas importantes como desnudarme o salir corriendo. No todo lo que escribo es verdad aunque sí todo lo que te escribo mataría porque fuese mentira. Igual que mataría porque esto que tenemos tú y yo lo fuera también. Sin embargo, cada maldito día te encargas de hacer lo contrario. Pero todo esto probablemente ya lo sabes. Por eso sigo sin entender como a pesar de todo, sigues aquí todavía.

sábado, 1 de diciembre de 2012

DIRÉ NOMBRES AL AZAR, Y AL AZAR TAMBIÉN TODO TENDRÁ TU NOMBRE

Aunque el invierno sea duro, si tus botas siguen a los pies de la cama, que empiece el bombardeo. Aunque las nubes no sean otra cosa, anoche eran tu sobredosis más acogedora. Anoche me importaba una mierda la música, la poesía, el cine y la economía mundial, pero en ese taxi, entre el alcohol y nosotros, había algo que nos separaba. Probablemente fuese el taxista. O probablemente fuesen los mareos que me entrarían al saltar hacia el asiento trasero y arrasar con toda la tapicería. Definitivamente era el taxista. Aunque ya no se hable tanto de la prima de riesgo, tu peligro siempre está ahí, presente, como los bóxers o la cicatriz que está al lado de mis costillas flotantes. Y no todo flota aunque soples, y no todo está en mal estado aunque pase la fecha. Míranos a nosotros. Los petroleros también piden deseos, pero sólo cuando nadie los ve. Avanzan sin hacer ruido, entre el humo del agua y la densidad de los anticiclones que no han llegado todavía. Quiero recordar algo parecido a estar radiante y sólo llego a tu nombre. Curiosa forma de llamarte para que todos se enteren. Curiosa forma de anunciar mi lugar favorito para perder el control y que todos lo sepan. En las mañanas de resaca siempre digo algunas tonterías, por ejemplo: “Voy a llamarte por cualquier nombre que no sea el tuyo. Marta, aeropuerto, prime time, ascensor, Lucía, puente levadizo o marcha atrás. No tienes que aprendértelos. De hecho a mí ya se me han olvidado. Diré nombres al azar, y al azar también todo tendrá tu nombre. Es la única forma que se me ocurre para explicarte que desde hace un tiempo, sólo sé pronunciar tus letras desordenadas como alguien que habla por primera vez, como alguien que aprende palabras nuevas que saben a nieve y a calefacción; que saben a << No lo digas, pero en cualquier momento reviento con esta droga que es tu lengua sembrando tempestades, que manda al carajo el cortafuegos de mi esternón, que baja y saluda a mi cicatriz desde lejos, que embarca en el próximo crucero, que sigue bajando y esto cada vez sube más, que llega a la zona cero o a la zona…sí, ponle la metáfora que te dé la gana porque ya estás ahí y mandas tú, con el vaivén de un columpio húmedo para decirte que me arden los ojos, que no encuentro ningún músculo de mi cuerpo, que no soy creyente pero el paraíso está en llamas, que está convulsionando mi hipotálamo, que parece que tienes un maldito metrónomo en…Reventé>>. Estarás contenta con lo que has conseguido. A lo que has reducido a alguien sin mediar palabra. Porque yo, sinceramente, no puedo estar más feliz”. Aunque los móviles táctiles no reconozcan nuestras huellas dactilares y no sepan de dónde venimos, tu gesto al colgar seguirá colapsando mi buzón de voz en los días de desconcierto con el mundo. Aunque hablemos de amor y se nos quede grande el término, en realidad, no cabemos en él. Todo tiende a reducirse y no hay nada más triste que eso. Pero si lo reducimos, vamos a hacerlo bien, para que quede claro. Nuestras palabras son “Sí” y “No”. << ¿Matarías por mí? Sí. ¿Morirías por mí? Sí. ¿Lo vas a hacer? No>>. En las mañanas de resaca siempre digo algunas tonterías, por ejemplo: “Quédate un poco más, con la que está cayendo. No subas la persiana, que te juro que está lloviendo como hace años que no llovía. ¿No escuchas la tormenta?”. Y el sol a punto de salirse por la boca.

martes, 27 de noviembre de 2012

PARA QUE NO SOSPECHEN DE NOSOTROS

Te recojo en el único lugar de referencia que conozco en tu zona. Estás esperando. Siempre llego tarde contigo. Pero siempre lo hago a tiempo. En los semáforos en rojo decimos dos frases cada uno, un diálogo sintetizado que se queda a medias cuando se pone en verde y la última frase no llega a su destino. Te agarras. A veces fuerte y otras haciendo como que no lo estás pero se nota. Es otra forma de decir que sigues ahí. Llegamos al cine Alameda y nos dan la fila 8. Entonces pregunto si hay más atrás. No por nada, sólo por preguntar. “La fila 10” me dice. Perfecto. La sala aún está cerrada. Hay sillones para esperar. Y esperamos con la convicción de que esto podría ser perfectamente la sala de espera de un dentista. Tampoco te gusta comprar refrescos, palomitas o derivados, así que esta conversación contigo se produjo el primer día y nunca más. Vas al servicio. Y yo miro los carteles de las películas. Por un momento se me olvida cuál vamos a ver. Y sin saber por qué, imagino cómo sería esto sin ti. Supongo que el decorado sería el mismo, que los sillones seguirían siendo negros, que el suelo estaría recién pulido, que la fila 10 seguiría vacante y que habría una pareja de 50 años subiendo las escaleras abrazados. Supongo también que el año de mandato de Rajoy sería igual de lamentable y de imputable, que nos habrían metido 5 en el derbi y que más tarde le habríamos ganado al Real Madrid, que el otoño y el invierno follarían día sí y día no, que continuaría sin poder levantar la mirada cuando leo en voz alta, que dolería igual tocar “No es el rock”, que seguiría sin quedarme a dormir en casas ajenas, que el insomnio no sería tanto de lugar sino de objeto indirecto y que la persiana tendría que estar echada del todo. Vuelves del servicio y dices “¿Vamos?”, y yo me levanto del sillón, que al final es más cómodo de lo que lo era al principio, y subimos las escaleras, sin tocarnos. Para que no sospechen de nosotros cuando apaguen las luces. Todo esto habría sido igual. Sólo que contigo, todo es más soportable. Sobre todo yo. Todo seguiría siendo una mierda. Y no me preguntes cómo ni por qué, pero esta mierda, contigo sabe mucho mejor.

sábado, 24 de noviembre de 2012

AVIONES HACIA DESTINOS POCO COMUNES

La última vez que miré el reloj eran las 23:12 y cielo estaba despejado. Se escuchaban los coches acelerar mientras llenabas otra copa de vino. Intuías que iba a decirte algo pero no sabía cómo hacerlo porque miraba hacia abajo y me tocaba el labio. No dije nada. Me preguntaste si me había acordado de ti en este tiempo y yo te dije que prefería no contestar. Sonreíste y te echaste el pelo hacia atrás, por detrás de la oreja. Siempre fuiste una hija de puta. Pero aún así, no voy a contestar a algo que ya sabes. “Deberías de haber aparecido antes, cabrón” me dijiste en voz baja al oído y se produjo la erección de mi lóbulo temporal. Debería de haber hecho tantas cosas, que te sorprenderían. Incluso el estar aquí y ahora es cuestionable, pensé. Pero uno no decide cuándo llega. Aunque sí cuándo se va. Hablaste de reparar los daños y del récord mundial de estar en silencio. Todo lo importante se repara diciendo algo, o se estropea todavía más. Pero lo que jode algo irreversiblemente es cuando no se dice nada. Ahí sí está todo dicho. Y no hay vuelta atrás. La última vez que te miré a los ojos, mis piernas no existían. Te pone nerviosa que te hable mirando hacia otro lado. Te pone nerviosa que hable contigo como si estuviera hablando con alguien diferente a ti. Y a mí me gusta que eso te ponga nerviosa. Y lo hago más. Y esto se convierte en un bucle absurdo. Paro. Te miro como tú me dices, y no tengo cojones de aguantarte la mirada durante más de tres segundos. “¿Cómo lo hiciste tú?”, te pregunté después de la cuarta copa de vino. “Prefiero no contestarte tampoco” dijiste. El aire se llenó de preguntas que se desangran sin respuesta. Entonces te levantaste y empezaste a andar entre la ropa tendida. “Lo difícil de nosotros es saber cómo acertar o cómo no destrozarlo todo en un instante” añadiste, sonando tu voz como un sonido hueco, efecto de la ropa mojada. Sólo veía tus botas, yendo de las sábanas blancas a las camisetas de fútbol, de la botella vacía a mi pecho sin embajada. Te busqué entre la ropa. Aunque nunca pensé que te encontraría. Por eso te busqué. Y en mitad de todo aquello apareciste, deslizando los planetas hacia un lado para que dejasen de jodernos. Suelen pasar aviones a altas horas hacia destinos poco comunes. Solía pensarte también a altas horas. Donde no llegaba nadie. Donde los polvos caducaban dos minutos después de terminar. Donde no había cobertura para sintonizarte. Pero sobre todo te pensaba en las horas más bajas, donde era imposible sacarte de la puta cabeza. Y ahora eres tú quien está aquí, en esta azotea, con un tipo difícil de definir, mientras los aviones pasan. Uno, otro, otro más. Y tú aquí. Como si fuese fácil decirlo. Como si nunca hubiésemos sido uno de esos aviones que pasaban. Y no volvían.

lunes, 19 de noviembre de 2012

FRÁGIL COMO UN TANQUE RECIÉN PINTADO

Miro por el retrovisor el paisaje y tu reflejo, que ya forma parte de todo. La playa en invierno también sucede. Debajo de los jerséis de lana asoman nuestras cicatrices pasadas. Con tu nombre y apellidos. Con mi nombre y tu color de uñas. Será difícil. Pero andamos por la arena fría y en nuestras huellas se inmovilizan los orgasmos que quedan por pintar y por morder. Vas tú primero. El viento pega la ropa al cuerpo pero estamos aquí, como si nunca hubiese existido otra cosa. Tu pelo está más oscuro que en verano. Casi del color de la cerveza negra. Luego cambia. Y más tarde cambiamos nosotros. A veces te acercas y a veces te pareces más a la marea que sube sin preguntar. Y son iguales los abrazos que das desde lejos o desde cerca. Regresamos al piso y creo que también lo hacemos a lugares nuestros que no conocimos. “No se está tan mal, después de todo” dices mientras eliges la ropa para dormir. Aunque vayamos a dormir sin ella. Follar contigo es sentir cómo rompen mil olas en mis ojos abiertos. Nuestras huelgas de hambre siempre fueron hartarnos de comer fuera para seguir con más hambre todavía. No he querido ser otra cosa que el naufragio reversible en el que recaes inevitablemente, para después cagarte en mis muertos. No hace falta que te diga el tsunami que eres para mí. Pero te lo digo. Para después cagarme en los tuyos. Y así, vamos construyendo acantilados para sentirnos radiantes en cualquier lugar. Llueve afuera pero tú estás dentro. Llueve y se escuchan las gotas contra el suelo, y andas en calcetines por la casa. Puede llover más fuerte, pero no puedo pensarte más, no soy tan físico (Frase original: “No puedo amarte más, no soy tan físico”, Rafael Espejo). Cada vez que duermo contigo, sueño con abismos que no hacen daño y amanezco con quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. En algunas zonas más que en otras. Cada vez que duermes conmigo, no sé qué es lo que sueñas, pero me gusta. Y te pegas a mí como si hubiese un ladrón merodeando, como si estuvieras segura de algo que no sabes qué es, o simplemente porque es lo único caliente que tienes a mano. En cualquier caso, me gusta igual. Porque esta parte de La Antilla está en alto y el frío aprieta. Y siempre está de más congelarse sin motivo. Puedo esnifar el sol de invierno en la piel que abandonas antes de despertarte. Puedo conquistar Groenlandia en tus tobillos sin que la ONU pueda hacer una mierda para evitarlo. Sin embargo tú, puedes hacer que me coloque, simplemente girándote y subiéndote el nórdico hasta el cuello. Voy al salón y “El rey pálido” de David Foster Wallace recompone los muebles antes de que aparezcas. La lámpara alumbra lo justo. Las páginas pasan despacio y sin mirar atrás. Entonces apareces, vestida ya, dormida aún, frágil como un tanque recién pintado, para inaugurar la batalla. Y es aquí cuando guardo mi bandera blanca y te digo, que puedes invadirme cuando quieras.

viernes, 2 de noviembre de 2012

HOY NO QUISE PONER LA ROPA EN UN SITIO CONCRETO // NOVIEMBRE EN EL JARDÍN

HOY NO QUISE PONER LA ROPA EN UN SITIO CONCRETO Debajo de la mesa un meteorito destiñe tu recuerdo. A la izquierda una reacción magnética representa en un esquema todos los errores que cometí contigo. A la derecha una chica desnuda alumbra mientras el invierno avanza por su clavícula. Encima de la cama hay restos de insensibilidad que pronto serán tuyos. El suelo está frío. Mi voz no tiene voz. Creo que está amaneciendo pero no estoy seguro. No me gustaría que estuvieras aquí. No cambiaría a esta chica por nada del mundo aunque no sé nada sobre ella. Tal vez por eso no lo haría. Un camión toca el claxon y un hombre anuncia a voces los precios de la fruta. La chica se gira y sigue durmiendo. Yo sigo pensando en palabras cálidas que resbalan por mis dedos mojados. En la pared hay un póster de Woody Allen y otro de Neil Young. Sus pantalones de pitillo están a diez centímetros de los míos. Su camiseta cuelga de la estantería repleta de libros que no logro diferenciar cuáles son. La mía no sé dónde está. Hoy no quise poner la ropa en un sitio concreto. Hoy la persiana es un punto de desencuentro entre tú y yo. Su pelo está esparcido por la almohada. Mi vida se resumen en una palabra que no sé cuál es. Mi pensamiento claudica cuando apareces tú. No sé dónde está la cocina. Ni el baño. Ni la puerta. No es que quiera irme. Simplemente me gusta ubicarme. Y tengo sed. Y quiero ver en el espejo del baño qué tengo en la espalda porque escuece al rozarme. Probablemente sus huellas dactilares llevadas al extremo. En el pasillo hay desiertos de nieve que andan descalzos. Se colocan en fila y saltan uno a uno. Esta amnesia no funciona una mierda si apareces a la salida. Si me quedo colgado del aire en la primera planta. No rectifiques. Haz lo que estás haciendo. Porque lo haces jodidamente bien. Déjame a mí las demoliciones sin retorno. He llegado a odiar escribir sobre ti. Pero ahora, no sé hacer otra cosa. Lo mismo que tú. NOVIEMBRE EN EL JARDÍN Un café puede ser un arma mortal si no sé cómo se utiliza. Las nubes en invierno no fabrican mantas eléctricas para recapacitar sobre lo que no hiciste. En los pantanos también se sobrevive. Incluso se sueña. Sueños ácidos. O básicos. Básicamente para que no estés. El sonido que se amontona en el techo conduce suave y seguro. Puedo cerrar los ojos aunque no pueda morder tu champú como en verano la arena entre los dientes. Es una sensación jodidamente explícita. El tiempo puede amañarse si te acercas y te araño con la barba y con la lengua. No la reconocerías. No sabrías por dónde empezar. Así que terminaríamos rápido. A medianoche se va calentando al baño maría la luz que tendrás mañana. Siempre echo la llave para que entres. Siempre me abandono para encontrarte cuando ni tú sabes dónde coño estás. Noto cuando se cierra el ascensor porque se abren mis pulmones para intoxicarme de lo que no eres. Una melodía con distorsión limpia las huellas de los acentos que no soportan los glaciares que formamos. Pero se está como en casa. Porque nuestra casa siempre ha sido congelarnos en el jardín de un noviembre permanente. No vamos a hablar de calefacción. De dilataciones. De nórdicos hechos a medida. De importarte cuando ya no importa una mierda.

jueves, 1 de noviembre de 2012

LISBOA. PARTE 3

El sábado por la noche se produjo el cambio de hora. En Portugal hay una hora menos que en España. Hasta ahí todo bien. El problema vino cuando algunos de nosotros no cambió la hora de España a Portugal. Del hostal teníamos que irnos sobre las 11:00. Esa noche fue peor que la del viernes. La resaca pesaba en cada músculo. Entonces empezó una conversación múltiple sin sentido. Pusimos la alarma a las 10:00 pero no sabíamos si realmente eran las 10:00 o las 11:00. P decía que eran las 11:00. A que eran las 10:00. J dormía. PR no decía nada. Y yo que eran las 10:00. Así estuvimos un buen rato hasta que PR o P, no lo recuerdo bien, fue a preguntarle al dueño del hostal qué hora era. Al final eran las 11:00. Así que nos levantamos lo más veloz que se pueden hacer ciertas acciones después de haber dormido cuatro horas y estando de resaca: a velocidad negativa. PR no sólo tenía su armario en la litera de arriba, sino que debajo de la cama tenía cosas que no sé de dónde las sacó porque en la maleta era imposible que cupieran. Que PR meta cosas debajo de la cama es algo habitual en todos los viajes. Para después echarle la culpa a J de que vaya la mierda que le mete debajo de su cama. Nos fuimos al salón del hostal y dejamos a PR terminando de recoger sus cosas. A estaba exhausto. P estaba comiendo frutos secos. J no sabía sentarse en el sofá. Yo simplemente intentaba coordinar la respiración. PR llevaba media hora en la habitación. Por fin apareció. Fuimos a mirar que no nos hubiésemos dejado nada por allí y vimos que la maleta de PR y todo lo que había debajo de la cama seguía exactamente igual. Entonces le preguntamos a PR qué había estado haciendo. Y PR contestó: “He estado buscando el candado de la maleta”. Volvimos de nuevo al salón a sentarnos. Quince minutos más tarde ya sí terminó y dejamos las maletas en el coche, y fuimos al supermercado a comprar cosas para hacernos los sándwiches para el viaje. Estuvimos diez minutos frente a los embutidos envasados sin saber qué comprar. El trayecto hasta el supermercado se nos hizo lo más eterno del mundo, a pesar de estar a escasos cinco minutos. Las cuestas eran disparos directos en la sien. J y A se compraron una bolsa de pan Bimbo (sin corteza). P y yo cogimos otra (con corteza). PR se iba a comprar una barra de pan. Pero al final se unió a nosotros. No nos dimos cuenta, aunque yo avisé a P, que con PR nos iba a falta pan y que deberíamos de coger otra. P dijo muy seguro que no, que él había hecho las cuentas y que cabíamos a siete cada uno. Regresamos al hostal y nos hicimos los sándwiches. Cuando yo terminé de hacerme los míos y P comenzó con los suyos, al momento se dio cuenta de que nuestra bolsa estaba prácticamente acabada. Yo le dije que me había hecho seis sándwiches y medio, que era imposible. Entonces P dijo que cabíamos a siete rebanadas de pan cada uno, no a siete sándwiches. Así que tuvimos que ir P y yo otra vez al supermercado a por otra bolsa de pan Bimbo. En el camino de vuelta, vimos a una chica increíble. Jodidamente increíble. No era alta. Castaña. Llevaba un gorro de lana. Unas botas. Una bufanda. Y no recuerdo qué más. P dijo que ésas eran de las chicas peligrosas porque te enamoras sin que ella haga absolutamente nada y es cuando da lugar a una locura intransitoria. Cuando estábamos montados en el coche, apareció el dueño del hostal que había salido a comprar algo y se despidió de nosotros. Nos pregunto si estaban las tres llaves (dos de la puerta de fuera y una de la habitación) y todos dijimos: “Sí, sí. Están en la habitación”. En realidad en la habitación sólo había dos. Le dijimos a J que le diera alegría al coche y que saliésemos de allí cagando leches. Entonces J preguntó que hacia dónde tiraba. Y P le dijo que a cualquier sitio, pero lejos del hostal. Y aceleramos sin rumbo. El gps no funcionaba, es decir, que estuvimos dando vueltas por Lisboa un buen rato. Yo le decía a J que intentase ir hacia el mar (es decir, hacia abajo, porque estábamos casi en la parte más alta de la ciudad) pero J no sé qué hacía que cada vez íbamos subiendo más. J la noche anterior no había bebido apenas porque le tocaba a él conducir durante la mayor parte del viaje de vuelta. Cuando llegamos a la parte baja, el gps ya funcionaba. Salimos y ya sólo quedaba encontrar una gasolinera. No llegamos a estar en reserva pero la cosa se estaba poniendo tensa porque no veíamos ninguna. Durante todo el camino intenté dormir pero fue imposible. No cogía la postura. Kiss fm de Portugal es igual que Radiolé de aquí. Por eso la radio hasta que salimos de Portugal iba apagada. Mientras estaba escuchando el mp4 recordé algunas cosas más de los días anteriores. Por ejemplo, cuando PR dijo el primer día que aquí en Lisboa era imposible saber si los taxis estaban libres o no. J le explicó que simplemente había que mirar si tenían la luz verde. Igual que en España. Pero PR insistía en que no. Lo más que cedió fue: “Vale, se puede saber pero sólo si los ves desde atrás. Desde delante, no”. Otra fue cuando en el trayecto de ida, ya en el último tramo que lo hizo J, cuando pasamos el peaje, entró por un carril en el que había una máquina para introducir el dinero. Queríamos probar si el famoso papel del bonus de los peajes que compramos por internet servía, y fuimos a hablar con la persona que estaba allí en la cabina. J empezó a dar marcha atrás y puso el coche perpendicular a todos los carriles para entrar en los peajes. Un coche, al ver la que estaba formando, decidió frenar en seco y le indicó a J que continuase haciendo lo que coño fuera que estuviera haciendo. Pero J le indicó que pasase él primero. Remarco el detalle: estábamos con el coche “atravesado” en mitad de un peaje. El hombre del coche insistió en que siguiéramos, que él esperaba. J aumentó la intensidad de los gestos de la mano diciéndole que pasase. Pero el hombre, que encima iba con una niña pequeña, de ninguna de las formas iba a hacerlo porque la situación parecía que justo cuando él pusiera el coche en marcha, J colisionaría contra él. La situación indicaba a ello. Así que por fin J se dio cuenta de que no iba a pasar antes que nosotros. P miró al hombre que estaba en el peaje y nos dijo: “Mirad allí”. Estaba haciendo aspavientos con las manos como diciendo que iba a llegar en breve un helicóptero de la “Guardia Nacional Republicana” para arrestarnos a todos. Misteriosamente, de nuevo, no pasó nada. Nos paramos sobre las 14:00 en una gasolinera para comer. Y ahí se produjo otra conversación absurda. Aunque he de reconocer que fue un malentendido por parte de P y mía. Mientras comíamos, una avispa se nos acercó demasiado durante un buen rato, constantemente. La avispa se fue para PR y, P y yo escuchamos que PR le dijo a la avispa: “¿Illo qué haces?”. Mirándola fijamente. P y yo nos reímos como nunca. A, J y por supuesto PR, no entendían por qué. Se lo dijimos y ya nos explicaron que fue A quien le dijo eso a PR. Pero nos reímos de todas formas. También hubo un momento en el que todos pensamos que la llave que faltaba se la había traído J en el bolsillo. Pero resultó que no. O eso dijo. Faltando una hora y algo para llegar a Sevilla, J me dijo que estaba cansado, que le relevase. Diez minutos después de cambiarnos, vi que un coche que iba por el carril derecho frenaba casi por completo y que un autobús que iba por el mío, lo hacía también. A empezó a gritar “Illo, illo, illo”. J encendió las luces de emergencia. Yo no sabía qué estaba pasando. Pero al mirar hacia la derecha, vi a un perro en mitad de la autopista. Ahí tampoco tienes mucho margen de maniobra porque puedes empezar a dar vueltas fácilmente. Así que me fui levemente hacia la izquierda, y no sé cómo, conseguí evitarlo. Llegamos a Santa Justa, dejamos el coche y cogimos el autobús. Durante el camino, volvimos a preguntarle a J y a A cómo se perdieron el sábado por la noche, si estábamos todos juntos. A dijo que J fue a no sé qué, que él lo esperó y que después ya no estábamos. Entonces PR dijo que sí, que él vio que se quedaban atrás. Le preguntamos a PR que si vio que se quedaban atrás por qué no nos avisó, que íbamos delante y no nos dimos cuenta. A lo que PR contestó: “Yo qué sé. Yo seguí con vosotros”. Ahí estábamos demasiado cansados del viaje así que pasamos a otro tema. Llegué a casa y mientras me daba una ducha caliente, llegué a la conclusión de que hay peajes que ni de coña merece la pena pagar. Sabes de sobra a lo que me refiero.

martes, 30 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 2

El sábado por la mañana nos despertamos porque P empezó a decir: “Abrid la ventana que aquí hace un calor horroroso”. Obviamente nadie contestó. Y obviamente también nadie abrió la ventana. Entonces P volvió a insistir: “Abrid la ventana, por Dios”. Viendo la insistencia de P, dije: “La ventana no se va a abrir”. Seguimos durmiendo un rato más hasta que fuimos conscientes de que en Portugal se come antes que en España y que si no nos movíamos, no íbamos a poder comer. Nos levantamos por fin, abrimos la ventana y P se quedó tranquilo. J dormía en la litera de arriba, debajo dormía A. PR dormía en otra litera abajo y P arriba. Yo dormía en otra y en la cama de arriba tenía el armario PR. Lo tuve claro desde el principio, la cama tenía que estar abajo o me pasaría lo mismo que a P, que no sabía cómo bajar de la litera. Era un espectáculo verle bajar. Y sin estar borracho. PR a veces se entretenía levantando el colchón de P mientras él estaba acostado. A P nunca terminó de hacerle gracia eso pero a PR y a mí sí. La primera frase que dijo PR esa mañana fue: “Creo que voy a vomitar”. A lo que P dijo: “Ojú”. Yo: “Vamos allá”. A:”Espectacular”. J estaba haciéndose el remolón dando vueltas en la cama. No sabíamos si ir al supermercado a comprarnos algo y hacérnoslo en la cocina del hostal o si ir a un bar. J seguía sin opinar. P y A optaban por el supermercado. PR no sé dónde coño estaba. Ah sí, abrazado al wáter. Yo prefería un bar porque por la noche sí que tendríamos que hacernos algo. Esperamos a que PR regresara y dijo: “Yo prefiero comer caliente. Un guiso o algo así”. Y eso que tenía el estómago malo. Las cosas de PR. Así que bajamos la cuesta y fuimos mirando los bares. J le había pedido las zapatillas a PR porque ayer se le rompió un zapato. Creo que eran las cuatro y algo de la mañana cuando yendo a un club, J me dijo: “Mira mi zapato”. El zapato no tenía suela. Le dije que qué coño había hecho con la suela y J me dijo: “No lo sé”. Fin de la conversación. Llegamos al final de la cuesta y volvimos a subir. Incluso llegamos a un sitio en el que sólo ponían comida vegetariana. La dueña le dijo a P (en portugués): “Tú no tienes pinta de comer esto”. Y P dijo: “Efectivamente”. Y nos fuimos. También vimos un bar, que al pasar por delante, se nos quedaron mirando como unos seis hombres ya mayores, con un cruce de miradas desafiantes, tipo El Bronx, pero daban mucho más miedo. Después de dar mil vueltas acabamos en un sitio que lo llevaba gente de Cabo Verde (llegando a esta conclusión por una regla de tres que no tiene sentido y que no voy a explicar) y que menos mal que tenían la carta en español porque los nombres eran imposible de asemejar en portugués. A A no le convencía el lugar pero al final aceptó. PM nos dijo ayer que en los bares que tienen puesto la carta en un mantel de papel pegado en el cristal, se come bien. Nos fiamos de PM. PR le dijo al camarero si sabía hablar en inglés porque teníamos ciertas dudas sobre el menú. A lo que el camarero le dijo: “Sólo portugués”. PR asintió. Estuvimos esperando cuarenta minutos y por fin nos trajo la comida. P, A, J y yo nos pedimos costillas de “puerco” (ponía esto en la carta) con arroz blanco, frijoles y patatas fritas. PR se pidió pescado con frijoles, batata, plátano cocido (o algo así) y otra cosa más que no fuimos capaces de saber qué era. PR se arrepintió de haber pedido eso dos minutos después de haberlo hecho. Pero ya no había vuelta atrás. Mientras subíamos y bajamos las siete millones de cuestas mortales (P acabó con agujetas en la zona de la espinilla, y con la teoría que es por eso por lo que las mujeres en Lisboa tiene un culo tan perfecto) PR nos dijo que tenía la convicción de que las bebidas de aspecto negro (absenta negro, ströh, cointreau, etc) tienen una composición más fuerte y que por eso le sientan mal. Digo esto porque cuando estábamos en el bar, y sin saber muy bien a qué vino, PR dijo en voz más fuerte de lo que debería: “Yo no quiero nada que sea negro”. Era un bar en el que el 90% de la gente que estaba allí era negra. Misteriosamente, no paso nada. Por fin nos trajeron la comida. Y estaba realmente buena. También es verdad que ese día y después de estar una hora subiendo y bajando cuestas, nos comíamos un semáforo, pero sí, estaba genial de verdad. Había una familia a nuestro lado que miraba expectante la que estaba liando PR para comerse el pescado. Sobre todo una señora. Creo que le hizo un gesto al camarero una de las veces que pasó por allí diciéndole: “Ven y dile a este hombre cómo se come esto porque la que está formando no es normal”. Entonces de repente apareció por detrás de mí el camarero y cogió con una mano el pescado de PR, lo apartó, y con la otra fue echándole con la cuchara los frijoles y una salsa hecha de cebolla picada, vinagre y aceite. Todo eso, encima del pescado. PR no sabía qué decir. Así que no dijo nada. Cuando se fue comentó: “Pero vamos, si a mí no me gusta comerme el pescado así, no sé por qué coño tiene que echármelo”. Nos tiramos un buen rato descojonándonos porque la situación había sido surrealista. Todo ello fue sin mediar palabra porque no nos entendíamos con el camarero. Luego fuimos al hostal y dormimos un rato. Sólo durmió P. Pero porque P es como un Tamagotchi. En la cama de A parecía que había una obra porque no dejaba de moverse y de hacer ruido. Nos levantamos y compramos la cena. Mientras me duchaba, no sé cómo, pero se cayó la cortina de la ducha. Pensé en dejarla ahí y que ya se las apañarán estos cuando entrasen. Pero iban a formar un escándalo así que la puse de nuevo. No sé cómo pero la puse. Una vez ya cenando con A, P y PR, mientras J se duchaba se produjo una de las conversaciones más absurdas del viaje. Aún faltaban por ducharse P y PR. A y yo estábamos cenando pizza, y P y PR hamburguesas. A estaba sentado al lado de P y le dijo: “Hueles a sudor”. A lo que P contestó: “Eso son las hamburguesas”. A y yo nos miramos, luego miramos a las hamburguesas, después a P, y viendo que lo había dicho en serio, dijimos: “¿Qué coño dices?”. P insistió: “Que eso son las hamburguesas hombre, hacedme caso”. Contestamos que en el caso de que fueran las hamburguesas, era lo más asqueroso del mundo porque se estaba comiendo algo que olía a sudor. Entonces cuando ya parecía que no podía pasar nada más absurdo, se produjo una situación aún peor cuando P acercó el plato con las hamburguesas a A para que las oliera: “Huélelas, ya verás”. No hace falta decir que las hamburguesas olían a hamburguesas. Bebimos en el hostal. A propuso un juego que era ir diciendo si la siguiente carta sería mayor o menor que la que había sacado. Era hasta formar una pirámide, es decir, 3, 2 y 1. Para no beber tenías que acertarlas todas, si fallabas, bebías y empezabas de nuevo. Acordamos que sería un máximo de tres intentos porque de lo contrario, moriríamos. Salimos de allí completamente borrachos. El amigo brasileño del dueño del hostal y de PR, estaba allí también y nos acompañó hasta Barrio Alto, que era la zona dónde se bebía. Mientras íbamos de camino, ya se empezó a fraguar la pareja mortífera de esa noche que sería A-P. Empezaron bastante pronto a liarla. Yo le dije al amigo brasileño (digo esto porque no tengo ni idea de cómo se llamaba, a pesar de que lo dijo veinte veces) que el dueño del hostal nos había dicho que había unos pasteles de Belén aquí en Portugal que estaban realmente buenos, pero que A los llamaba pasteles de Berlín. Entonces A le explicó que en el Algarve, en Monte Gordo y otros sitios más, se llamaban así. Entonces P empezó a gritar desde atrás: “¡Enséñale el Monte Gordo!”. Seguimos andando y nos quedamos PR, el brasileño y yo hablando sobre la situación de Brasil. Atrás, lo único que se escuchaba de la conversación entre A y P era un murmullo constante, y dos palabras que siempre se repetían más alto: polla y follar. Eso fue así durante veinte minutos aproximadamente. Murmullo. Polla y follar. Murmullo. Polla y follar. Hasta que el amigo brasileño dijo: “Estoy escuchando cosas que me gustan”. PR y yo nos miramos y nos reímos, para seguir hablando de Brasil, cómo no. Por fin llegamos a Barrio Alto y nos pedimos una cerveza enorme muy barata, en un bar que nos llevó el amigo brasileño. Luego fuimos a otro para pedirnos un litro de mojito por dos euros y medio. Entramos a pedir A, P y yo. Desde que entraron sólo decían: “What the fuck!”. Entonces el otro miembro de la pareja mortífera decía lo mismo pero más alto. Eran secuencias de al menos diez WTF! seguidos y cada vez más dicho más fuerte. Esto en un bar de tres metros cuadrados. La gente al principio nos miraba extrañada, yo sufría los daños colaterales de la parejita, pero luego se reían, qué remedio. Mientras estaba en la barra esperando a que me atendiesen, escuche a una chica decirme: “Crazy monkey sex!”. Esta frase sólo podía salir de P. Así que me giré y efectivamente vi a P, A y a dos chicas hablando con ellos. P se estaba riendo con esa risa tramadora que tiene cuando está ciego mientras me señalaba. No sé qué coño le diría P a la chica, pero sólo me decía “crazy monkey sex”. Una vez. Y otra. Y otra. Nos fuimos fuera del bar y A, J y P se quedaron hablando con las chicas, y PR y yo, con el amigo brasileño. En un momento de la conversación con las chicas, una de ellas le dijo a P, “No”. P no le había preguntado nada. Entonces P le dijo: “No qué”. La chica dijo de nuevo: “No”. P: “No qué”. Y así durante cinco minutos. Nunca se supo a qué se refería. Luego llegó un chino vendiendo unas gafas de esas enormes. Una de las chicas le dijo a P que quería unas y P le dijo: “No foder, no glasses” (No follar, no gafas). A después de escuchar una frase tan “enorme”, empezó a gritarla también. El chino viendo el percal, se fue de allí corriendo. Nos despedimos del amigo brasileño que se iba ya para casa y dirigiéndonos hacia el sitio de los clubs, nos paramos con otro grupo de chicas. De eso sólo recuerdo que nos indicaron un lugar para ir y le dijimos: “Ok. Perfecto, muchas gracias”. Y fuimos en dirección contraria. Mientras tanto P y A seguían gritando por la calle WTF! alternándolo con “No foder, no glasses”. Justo al llegar a la zona de los clubs, A y J se perdieron. En la última parte explicaré un dato crucial que hizo que se perdieran, en el que por supuesto, estaba PR implicado. Nos quedamos P, PR y yo. Entramos en un club que se llamaba Roterdam. De ahí no recuerdo nada. Luego fuimos a otro que se llamaba Viking y ahí conocimos a unas chicas que estaban con unos amigos. El club lo cerraron a las cuatro y media. Salimos fuera y no sabíamos si irnos a casa o a algún otro sitio. Cuando ya habíamos decidido irnos a casa, una de las chicas nos dijo que ellos iban a entrar a un club que estaba abierto, en esa zona también, (estaban todos juntos) y que podíamos entrar gratis porque uno de sus amigos conocía al dueño. Nos fuimos con ellos y resultó que el local era un club de streaptese. Nos sentamos y al poco tiempo de entrar empezó el show. Sus amigos y ellas se pidieron una copa. P y yo no nos pedimos nada, y PR se pidió una Coca Cola. No voy a decir cuánto le costó. Es complicado estar hablando con una chica, en una especie de “portuñol” (mezcla de español y portugués sin lógica alguna), mientras una streaper está enfrente haciendo unos bailes imposibles boca abajo, agarrada no sé cómo a la barra y sin partirse el cuello ni las piernas. No voy a dar más detalles de esto. Al final del show de cada chica, PR aplaudía como si estuviera viendo a los Rolling Stones. No era para menos. A las seis y algo de la mañana salimos de allí y regresamos en taxi al hostal. A y J estaban acostados, así que PR empezó a golpear la puerta como si fuera la una de la tarde. En ese instante salió el dueño del hostal y le dijo a PR que intentase no despertar al resto de personas que estaban durmiendo. A lo que PR contestó: “Es que tenemos que entrar”. El dueño del hostal prefirió no decir nada y marcharse. J nos abrió y nos contó que se habían perdido justo al llegar al sitio de los clubs. Ni J ni A tenían línea en el móvil por una historia de las compañías telefónicas. Era imposible localizarnos. A emitió una especie de onomatopeya/gruñido de supervivencia desde la cama. J nos dijo que A estaba malísimo. P volvió a decir que abriésemos la ventana. Yo sabía que él no iba a levantarse, que A, que era quien estaba más cerca de la ventana, tampoco iba a hacerlo porque se acostó hasta con los vaqueros, y que J y PR lo descartaban por completo. Así que cogí los cascos, puse Ryan Adams y cerré los ojos. No sé si Lisboa se parece a ti. Lo único que sé es que desde aquí, dueles menos.

lunes, 29 de octubre de 2012

LISBOA. PARTE 1

La noche anterior apenas pude dormir. Últimamente, de vez en cuando me pasa esto. J ha mandado un whatsapp a las 8:00 diciendo que le compremos los bocadillos. Últimamente también, a J siempre le pasa esto. Llego tarde. Pero PR llega aún más tarde. Pasan dos C2 seguidos. Pero PR sigue sin aparecer. Por fin llega y cogemos el autobús. Recogemos el coche en Santa Justa. Es curioso q ue esté asegurado a todo riesgo pero que no cubra ni las ruedas ni los cristales. Decidimos asegurar esto también. P dice que si nos preguntan dónde vamos que digamos que vamos a Badajoz. Después de que vean los kilómetros pensarán que hemos ido a Badajoz siete veces. En cualquiera caso, no nos preguntan el destino. Por motivos que no voy a explicar, sólo podemos coger el coche J y yo. Pero J y A están trabajando. Tenemos que recogerlos. Justo cuando P, PR y yo nos montamos en el coche comienza a llover. El freno de mano es una especie de botón. Es la primera vez que lo veo. Hay que meter primera y luego arrancarlo, de otra forma, es imposible que se ponga en marcha. Salimos de Santa Justa sobre las 12:50. P empieza a tocar el aire acondicionado. Por momentos es Groenlandia y por momentos el Sáhara. Decido pararlo. Al rato decido ponerlo de nuevo. Las indicaciones de J para recogerlo fueron: “Cuando acaben las vallas blancas, a la derecha”. Obviamente al acabar las vallas blancas había quince edificios de empresa. Averigua cuál es. Al final no era ninguno. Esperamos a J en una calle con el mejor nombre que jamás he visto: “Max Planck”. A J le costó encontrarnos. J le había dicho a A en los últimos veinte minutos cuatro veces que ya estábamos yendo a recogerlo. Nos terminamos el bocadillo, que era nuestro desayuno, y esta vez sí que fuimos a por A. La frase de A al llegar fue: “Llevo una hora esperando cabrones”. A lo que P, PR y yo decimos: “Ha sido J”. Que en realidad también fuimos PR y yo. P se salva esta vez. Durante un buen rato el viaje fue sin nada destacable. La autopista se divide en dos y A dice que es para la izquierda. P que es para la derecha. A insiste en que es para la izquierda. P sigue diciendo que ni de coña. Menos mal que le hice caso a P porque para la derecha hubiésemos acabado en El Portil. Casi saliendo ya de Huelva empieza a llover como si fuese el fin del mundo hasta el punto de que no veo un carajo. Sólo dos luces pequeñísimas del coche de delante. Los parabrisas no dan abasto. Esto a PR, A y J le parece gracioso pero a P que va sentado en el asiento de delante no le parece tan divertido porque como yo, no ve nada. Ni que decir tiene que a mí que voy conduciendo me hace aún menos gracia. Sólo se ve una mancha gris empapada con dos puntitos rojos. Lo curioso es que cinco minutos más tarde sigue lloviendo igual de fuerte pero al fondo se ve el cielo más despejado que he visto en mi vida. Por fin para de llover. A y PR no dejan de quejarse porque quieren que ponga el aire más fuerte porque tienen calor. Pero no se quitan la sudadera ni el jersey. Como no ponemos el aire más fuerte, A abre la ventana y P se pone bastante nervioso con eso. Así que se gira y le dice: “Cierra eso por Dios”. A se ríe. PR abre la suya también. P se va a quitar el cinturón y va a ir para detrás. Ahora nos reímos todos. Pero lo cierto es que íbamos a salir volando. Las autopistas en Portugal están casi vacías. Los peajes son jodidamente caros. Creo que el límite de velocidad aquí es de 160 km/h. De esto me di cuenta cuando una furgoneta (por no decir “flagoneta”) me adelanta a 160 km/h mientras el tipo lleva el brazo apoyado en la ventanilla. A falta de una hora para llegar a Lisboa paramos en una gasolinera para comer. Allí había dos coches de la “Guardia Nacional Republicana”, en la parte de atrás, sin hacer nada, con el motor encendido. Todos vimos que dentro del coche estaba la guardia civil pero PR quiso comprobarlo por su cuenta. Así que se acercó y se quedó mirando fijamente al guardia. El guardia se quedó mirando fijamente a PR y en ese momento pensamos que el resto del camino PR iba a hacerlo en un coche diferente al nuestro. Por suerte no fue así. Arrestaron a otro tipo. Nos fuimos de allí echando leches porque el siguiente era PR seguro. Ese tramo cambiamos y condujo J. Es gracioso meterle presión a J mientras conduce porque se pone bastante tenso. En los dos peajes que había que pasar, le enseñamos un papel de un peaje electrónico que compramos por internet, y que más tarde nos dimos cuenta de que servían para otros tramos por los que pasamos también. Pero había que probarlos en estos, por si acaso. La conversación fue: el tipo del peaje dice que son 20 euros. J le da el papel impreso. El tipo del peaje vuelve a decir que son 20 euros. J insiste en que mire bien el papel. El tipo del peaje insiste en que mire bien que son 20 euros. Entonces A grita que para qué coño es este papel. El tipo del peaje va a llamar a la Guardia Nacional Republicana y de ésta seguro que PR no se escapa. J se guarda el papel hasta el próximo peaje en el que vuelve a repetirse esta secuencia. Y en la vuelta también. PR estuvo jugando con fuego todo el viaje. Por fin llegamos a Lisboa. Nunca he visto una ciudad con tantas cuestas. Estepa al lado de Lisboa es una explanada. El hostal tiene un rollo árabe que resulta acogedor. Hay cachimbas, futbolín, teteras, libros, fotos de Mick Jagger y Maradona, frases en la pared de Eduardo Galeano y cada cama tenía el nombre de un escritor. El dueño del hostal es buena gente. Está con un amigo. Y entonces PR al saber que su amigo es de Brasil le empieza a preguntar por los carnavales. Insistentemente. Una y otra vez. La conversación parece que no va a acabar nunca. P se va para la habitación. Luego se van J y A. Después yo. Y al rato aparece PR. Dormimos cuarenta minutos hasta que fue la hora para ir al concierto. Fuimos J, A y yo. Llegamos bastante justos de tiempo a Campo Pequeno. Pero llegamos. Eran como once paradas de metro. En el metro nos encontramos con el amigo brasileño del dueño del hostal. Echamos de menos a PR. Los teloneros fueron un grupo de tres chicas que sigo sin saber cómo se llama. Eran realmente buenas. J confundió el verbo ser con estar cuando le dije: “Son brutales estas tipas”. Y él dijo: “Sí, están tremendas”. Cosa que era cierto también, dicho sea de paso. A las 22:30 salió Bon Iver. Eran nueve tíos en total. Abrió el concierto con Perth y empezaron los golpes. A veces de Bon Iver y a veces tuyos. En las baterías del final recordé cuando te dije que escucharas el disco para dormirte y cuando al día siguiente me contaste que te sobresaltaste de una forma brutal cuando en mitad del silencio rompieron las baterías de repente. Este golpe lo aguanté bien. En Michicant ya empezó a escocer. Con Blood blank me entraron ganas de tirarme gradas abajo y no dejar de rodar. Skinny love no pudo explicar mejor el momento actual. Simplemente hay que escucharla. En Creature fear me recuperé un poco de este desangramiento sin límites. Holocene recompuso todo lo que estropeaste en los últimos días. Justo debajo de nosotros había una pareja que se besaba constantemente, coincidiendo además con las canciones que más dolían. Al principio pensé “es el contexto perfecto para hacer esto”. Luego se me ocurrieron mil formas de “asesinarlos”, con cariño. Pero “asesinarlos”. Con re:stacks, tocando él solo con la guitarra eléctrica, comprendí que nunca debí volver a ti. Blindsided ocupó el lugar de otra persona. Igual que For Emma. Y entonces ocurrió. Después de irse dos veces y cuando empezaba a pensar que no iba a tocarla, comenzó a tocar The wolves. Fueron sumándose el resto de instrumentos. Y morí cien veces. Creo que no moriré más en mi vida. Al final A se quedó con las ganas de que tocara “Minneapolis”. Olvidar a alguien cuando no quieres hacerlo, destroza. Destroza de una forma que jamás comprenderás porque jamás lo has hecho. Lo cierto es que no tienes ni puta idea de cómo cuidar ciertas cosas. Y te lo dice alguien nunca ha sabido cuidar nada. “What might have been lost. What might have been lost. What might have been lost…”. Llegamos al hostal a la 1 y algo. PR y P estaban dormidos aunque se despertaron enseguida. PM está en Lisboa de Erasmus. Quedamos sobre las dos en el Mirador San Pedro Alcántara. La gente en Portugal conduce de una forma totalmente caótica. Los taxis no sé cuántos años podrían tener. Preferí no hacer la cuenta. Lo bueno es que son baratos. PM nos llevó a bares en los que la cerveza, mojitos y derivados estaban realmente baratos y son realmente grandes. Vimos una pintada en una pared representado algo que ahora mismo no recuerdo. Uno de los tipos se me asemejaba a Elvis. Así que le dije a PR que nos hiciera una foto. El motivo de la foto era que saliera el dibujo del tipo que se parecía a Elvis, por si no ha quedado claro. Creo que PR nos hizo seis fotos y en ninguna salía Elvis. Son las cosas de PR. Fuimos a la zona de los clubs pero estaban cerrando. En Lisboa los clubs cierran a las cuatro de la mañana y abren a las seis como “afters”, para no tener que pagar algunas licencias. A las 5:30 entramos en el “Transmission”, que abrió un poco antes. El alcohol había dejado de hacer efecto así que propuse tomarnos un chupito de absenta. La camarera me dijo que había tres: rojo, verde y negro. “El más fuerte” le dije. PM se pidió uno de whisky. Fue la cosa más fuerte que he probado nunca. Estábamos todos sentados. Al tomárnoslo nos empezamos a separar buscando aire, P no dejaba de mover la cabeza hacia un lado y hacia el otro, a A se le saltaron las lágrimas, J no podía hablar, PR (que nunca se ha llevado bien con las bebidas negras) dijo que quería vomitar (lo cual volvería a decir acto seguido de levantarse por la mañana), yo noté cómo no tenía pulmones y cómo ardía mi esófago. PM simplemente se descojonaba. Encima que se pidió whisky, se lo bebió poco a poco. Quince minutos después seguíamos igual. Ardiendo pero sin que hiciera efecto el absenta. Nos pedimos un tequila. Esto ya era otra cosa. Pero seguía sin hacer efecto. Hablamos con gente. Pero no recuerdo apenas nada de las conversaciones. En una, hablando con dos chicas, les dije que un amigo mío habló hace nada con ellas y entendió que eran lesbianas. Entonces las chicas se empezaron a reír y dijeron que no lo eran, que lo habría entendido mal. Y visto el ciego que él llevaba, era normal. Sólo recuerdo algunas caras y algunas nacionalidades. Pude recomponer varias escenas por las fotos. Más por las no “mostrables” que por las “oficiales”. Cerraron el club y sin saber muy bien cómo, aunque el por qué estaba claro, PR, PM, P y yo acabamos en un after que se llamaba Copenhague. A y J se fueron para el hostal. Con la entrada nos daban dos cervezas y ahí fue cuando todo empezó a hacer efecto. Una prostituta negra y un poco gorda, por no decir mucho, que estaba en la barra, le pidió dos euros a PR. No se los dio. El sitio estaba a reventar. Era imposible andar. Nos quedamos atascados en mitad de la pista. A dos centímetros de mí había un tipo que parecía el malo de cualquier película. Por simple transferencia del movimiento, me empujaron y yo le empujé a él. Entonces el tipo me empujó a mí y comenzó a hablarme en portugués con cara de loco. Mi reacción fue tan absurda (pudo haberme pegado una cuchillada y nadie se habría dado cuenta) como efectiva. Le grité a la vez que movía los brazos, que si hay mil personas aquí y me empujan, por tanto, yo le empujo a él sin iniciativa propia, esto no es culpa mía. Si no entendía esto es que era retrasado. Y que como vuelva a empujarme la vamos a tener. En realidad no tenía ni puta idea de lo que le estaba diciendo. Y creo que él tampoco. Pero mi cara no debió de ser muy amigable y los movimientos de brazos tampoco ayudaron. Así que el tipo sospechosamente, se marchó. Luego PM se encontró a una amiga que estaba bastante bien. Que aparecía y desaparecía. Salimos de allí a las nueve de la mañana, con el sol matándonos lentamente. Vimos a esa amiga de PM, afuera. A la luz se le notaba en la cara que había menos cosas de las que no iba desfasada que de las que iba. Pudo follarse a treinta tíos esa noche si hubiese querido. Nos despedimos de PM y pillamos un taxi hasta el hostal. Creo que eran las diez de la mañana cuando nos acostamos. A y J estaban ya dormidos aunque encendimos la luz simplemente por putear un poco. P empezó a comer frutos secos. PM le dijo que se fuera de la habitación. Y yo noté cómo se me contraía el estómago cada vez que me acordaba de ti. Y por supuesto, del absenta negro.

miércoles, 24 de octubre de 2012

VOLAMOS HASTA VIENA

Su alemán sólo aparece una vez en la noche, al decir que “lanzar” se dice casi igual que en español. Nos acercamos en español, en inglés a veces, y a veces mitad y mitad. Me recuerda ciertas cosas de la primera vez que hablamos. Me recuerda a mil sensaciones que no sé ponerles nombre. Es la primera vez que me dicen que hablo muy bien español. No puedo evitar reírme. Y me expli ca que a sus compañeros apenas los entiende cuando le hablan en español. Me dice de salir para hablar mejor, sin ruido. Vamos a otro bar y nos sentamos fuera. Al rato empieza a llover pero dice que sólo es una nube. Miro al cielo y parece que lleva razón. Pero cada vez llueve más fuerte. Le sugiero que mejor entramos y ella accede. Desde donde estamos hasta la Alameda hay un camino pero a ella no le parece tanto. Así que ya está decidido el destino. Durante el trayecto me cuenta que vivía en Berlín pero que ahora vive en Viena. Y pienso que sería brutal ver esa ciudad desde su memoria en este momento. Me cuenta que los chicos españoles dicen mucho y hacen poco y que en Viena son las chicas las que dan el primer paso. De repente empiezo a mudarme allí. Y le digo que sí, que me ha definido en pocas palabras. Sigue la conversación y me cuenta que como aquí, allí hay dos opciones: en la primera quedada al despedirse pasa “algo” suave; o si se quiere “volar”, pues “volamos”. Sé lo que quería decir con este verbo pero es divertido hacer como que no entiendo lo que quiere decir con este tipo de cosas. Se pone nerviosa porque piensa que ese era el verbo correcto. Le digo que lo diga en inglés. Se confirma lo que pensaba. Y le enseño el verbo apropiado en español. Aunque sin duda, “volar” es infinitamente mejor y mucho más conciso. Llegamos a la Alameda y nos volvemos a sentar fuera en un bar, aunque esta vez, debajo de un toldo. Se sienta cruzando las piernas y la falda y las medias negras me recuerdan a cuando muerdes las nubes y la gravedad cambia de constante. Da igual que llueva, que nieve, que caigan siete bombas nucleares. Es imposible que haya un vuelo más directo hacia la calma. Siempre me ha dado buen rollo la gente que sonríe cuando habla. Y ella no deja de hacerlo. Incluso cuando hablo yo. Se lamenta de que ya esté todo cerrado. Así que empezamos a andar sin saber muy bien hacia dónde. Me dice que si sé tocar la guitarra. Le digo que algo sé. Me cuenta que se le ha roto una cuerda y que no conoce ninguna tienda de música. Le explico dónde hay una. Me dice que en Viena tenía un profesor de guitarra pero que ya no lo tiene porque ella quería aprender a tocar “Layla” de Eric Clapton y él le dijo que sería mejor empezar con otras canciones más sencillas. Pero ella quiere tocar las canciones que le gustan, así que entre eso y el dinero que tenía que pagarle, hizo que optara por finalizar las clases. Le digo que si lleva cerveza, puedo darle “clases” gratis. A ella le parece una buena idea. Trato hecho. Lisboa se parece cada vez menos a ti. Paramos en la catedral. Vuelve a llover. Ella quiere que nos mojemos. Yo la convenzo para que nos resguardemos. Me encantan sus zapatos. Hace tiempo que no veo unos igual y no voy a decir quién los llevaba. “Volamos” hasta Viena en una habitación de Sevilla. Y aún duran las agujetas, que son sin duda la forma más torpe y absurda de recordarme constantemente que pasó por mí. Ahora conozco a qué sabe Viena en su ropa, en su forma de sonreír cuando no encuentra la palabra exacta para decirme. Y que yo, de alguna forma extraña, siempre sé cuál es.

jueves, 18 de octubre de 2012

NO DIGO QUE NO LLUEVA

Creo que el próximo abismo no lleva tu nombre. Creo que el último beso no fue “ahí”. Creo demasiadas cosas pero apenas creo en nada. No digo que no llueva. Digo que todo se transforma y a veces hacer autostop quiere decir que no quiero que me recojas tú. Estas marcas no son tuyas aunque interpretan a la perfección a las que dejas cuando te olvidas de controlar el volumen. Este último toque mata y remata casi igual que el tuyo, sólo que no es lo mismo. Esto que le digo a ella es justo lo contrario que lo que te digo a ti y ambas cosas son mentira. Encuentra la letra que falta. Creo que la siguiente parada expira en diez segundos. Creo que Lisboa se parecerá demasiado a ti. Creo en la paz mundial cuando te corres pero no creo ni en el psicoanálisis ni en Dios. Uno tiene sus manías. No digo que no llueva. Digo que he hecho dos cafés en mi vida y ninguno era para mí. Pon el calificativo que quieras. Pero ponlo. Anticipo el invierno en tus pezones simplemente por tener un lugar seguro para cerrar los ojos. El mando a distancia no es un atajo electrónico que recompone los escalones de tu portal. Y nuestra mejor bienvenida siempre es un abandono. Qué te voy a contar que no sepas. Creo que el frío no entra por la ventana, sino por mi almohada empapada en tu champú. Creo que voy a tirarla antes de que recapacite y la deje aquí, y no sepa por qué coño sueño con tormentas que saben a fresa. O algo así. No digo que no llueva. Sólo digo que no nos mojamos.

lunes, 15 de octubre de 2012

TE HE ENCONTRADO EN MITAD DE BORGES

Te he encontrado en mitad de Borges. Sin buscarte, sin ponerme en peligro, sin odiarte con la peor parte de mí. Te he encontrado trazándote desde la soledad más inútil que pueda haber. Es mejor recaer donde ya conoces los golpes, donde ya esperas los impactos antes de que lleguen, porque no van a destrozar más de lo que lo hicieron, a caer y exponerme a ondas expansivas en las que tú pones los límites. Y puede que vengas a reprocharme dónde han quedado los discursos de valentía y de saltar, de meterse en el barro. Y puede que tengas razón. Pero es que ser valiente está sobrevalorado, sobre todo si se trata de ti. Y a menudo ser valiente contigo, significa ser estúpido del todo. Hasta para pasarlo mal hay que ser inteligente. Te he encontrado en mitad de Borges. Y pocas cosas hay peores que eso. Señalo el sitio concreto: “Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma, auténticas y sorprendentes noticias de ti misma”. Llegado a este punto estoy en blanco. Llegado a este punto mataría por no tener memoria contigo. Y seguir en blanco. ¿Para qué sirve sintonizarnos si no hay nada que nos interese? Son inútiles los puentes levadizos, las ventanas correderas, los ascensores averiados, las panaderías que siempre abren los domingos, los paisajes que nos acorralan porque no saben huir. Es inútil congelarnos en días de niebla, como si supiéramos vernos a simple vista. Te he encontrado al final de Borges. Indico el lugar exacto: “trato de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota”. Justo ahí.

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Y SI SUPIERA ENSEÑARTE REIKIAVIK CERRÁNDOTE LOS OJOS?

¿Y si tú no fueras tú, a dónde coño no habría huido yo? Vas a superar la mejor respuesta posible con el peor silencio imposible. ¿Y si anoche hubiese entrado en tu piso contigo, chocándome con los muebles por no encontrarme con este tipo nefasto en el que me convierto a estas horas? No vas a calibrar los movimientos sísmicos que hacen que pueda dormir en esta cama ajena y no en la tuya. ¿Y si me diera por dejar de pensar en ti para pensar en mi tablero desorganizado? Haría tres meses que llevaríamos ocho meses sin saber uno del otro. ¿Y si no hiciera las cuentas antes de coger el ascensor por si al final resulta que sí me salen? Olvídate de mí. Olvídame de ti. ¿Y si supiera enseñarte Reikiavik cerrándote los ojos? ¿Qué haríamos con la jodida piel si es peor que volar con Ryanair? Produces y reproduces el humo que ensancha mis pulmones cuando el estómago está en otra cosa. Y a otra cosa va el mundo que no quiere saber nada de audiciones a ciegas si tu ropa interior no marca el ritmo. ¿Y si la resaca amontonase todo lo que haces mal en la misma esquina que el ombligo con amnesia que no sabe hablar de ti sin cagarse en tus muertos? El camino de vuelta se hace insoportable sin tus frases alcoholizadas que a modo de gps me confunden el camino para llegar a casa, para seguir llegando a ti por el peor trayecto de todos. Avanzo y me retrocedes entre detergentes que me enseñan tu peor invierno a 30 grados. Avanzo y estamos lejos de conformarnos con más. ¿Y si supiera finalizar este texto sin tener que hacerlo también contigo?

viernes, 12 de octubre de 2012

LA NOCHE ESTÁ PERFECTA

La noche está perfecta para corregirnos con un bolígrafo rojo o para quemar las sábanas que perpetúan tus orgasmos. Pero no voy a hablar de ti. Agota y destroza. Más por lo que no publico que por lo que plasmo. Hablando de plasmar, hay un plasma impresionado de no sé cuántas pulgadas que divide la razón en dos. Y entonces divulgo en modo aleatorio escenas que me recuerdan a alguien pero que no sé quién es. Subo las escaleras, bajo la cremallera y el corazón está a punto de que se me salga por la boca. Pero eso ella ya lo sabe. Así que continúo subiendo las escaleras hasta que ella me dice “es aquí”. Y un alivio recorre el pasillo del bloque. Desconozco en qué piso estamos. Desconozco todas las cicatrices que me tiran hacia el suelo. Esta noche hay cosas que pesan más. Lo que ocurre a continuación es totalmente prescindible e imaginable. No cuido los intervalos azules y el conductor del autobús se da cuenta que a pesar de que estoy repleto de rasguños, ninguno me ha rozado. Me siento al fondo, y apoyo la cabeza en el cristal. Pero la quito al segundo porque los baches provocan que mi cabeza choque una y otra vez. Y eso, en estas condiciones, no es la mejor opción. Hablando de condiciones, no suelo acondicionar espacios ni camas si siempre pierdo la batalla o como mucho, empato. Y antes de entrar en mi portal, noto que vas desapareciendo. Que te vas desapareciendo del lugar que entraste sin llamar, sin hacer ruido, que cada vez quedan menos cosas tuyas en la habitación que creaste al margen de este edificio en escombros. Y no encuentro palabras para agradecértelo. La noche está perfecta para inmolarse contigo o para no volver a verte nunca más.

domingo, 30 de septiembre de 2012

ANTES DE ENSEÑARTE LOS CHARCOS

La pared está desconchada de apoyar la funda de la guitarra. Y parece que va a llover. Pero sólo lo parece. Hace calor para la ropa de invierno, pero invade el armario. Hace tiempo que no miro el móvil y no tanto las previsiones del tiempo. A veces antes de tender la ropa no está del todo mal que Google te dé su opinión. O quién quiera que sea el que hace los pronósticos. Puedo proponerte un trato. Más adelante. Hay fines de semana que no lo salvan ni el fútbol ni Jay McInerney, por raro que parezca. Y se notan los terremotos en los ojos y en el insomnio diluido con Rachael Yamagata. Hubiese sido fácil compartir seísmos y desayunos en la taza que quieras, a pesar de romper el mapa porque no servía. Hubiese sido fácil que te asomaras por la cortina del probador y le dieras a “me gusta” o a “ya no me gusta”. Hubiese sido fácil incluso que hubieran llamado a seguridad para aclararnos que “o se prueban ropa, o se visten y se van”. Sin embargo, fui de una tienda a otra, dejándolo todo a mi criterio. Una agujeta en el hombro recuerda constantemente la mala postura de anoche. Las malas posturas tienen eso, y también consecuencias. A veces, hasta mi tibia echa de menos chocarse con las instrucciones de acero que ya no están. Puedo proponerte un trato. No voy a enseñarte la frase destructiva. Pero puedo mostrarte dos nuevas que equilibran la balanza: ahora éstas sólo me destruyen a mí. Y estamos en paz. Hubiese sido fácil empaparnos en nieve antes de enseñarte los charcos. Y parece que vas a llegar. Pero sólo lo parece.

jueves, 27 de septiembre de 2012

MÁS LO PRIMERO QUE LO SEGUNDO Y TAMBIÉN VICEVERSA // UBICACIÓN EN UN DÍA DE LLUVIA

MÁS LO PRIMERO QUE LO SEGUNDO Y TAMBIÉN VICEVERSA Si supieras que en realidad no tengo ni puta idea de por qué la tormenta es el mejor lugar para esperarte, hace rato que habrías abierto el paraguas. Hoy no hablo con objetividad sobre las revueltas pero creo que nunca lo haré. Hay que ser jodidamente cobarde para golpear con una porra, un escudo y un casco a alguien que sólo sostiene una pancarta . Vosotros no me representáis aunque llevéis la bandera de España en el uniforme –que para eso ha quedado–, aunque se os llene la boca diciendo que protegéis a la gente, aunque saquéis pecho de competencia y lealtad, aunque llevéis chalecos antibalas y pistolas cargadas, sois las personas más cobardes que pueden existir. No todos, por suerte. Al igual que no todos los manifestantes eran pacíficos y son por tanto igual de criticables. Pero para eso existen imágenes y secuencias cronológicas que no admiten dudas. Me da vergüenza de vosotros. No de todos, repito, de algunos. Cada vez os parecéis más a los porteros de discoteca. Y es llamativo que la cadena pro-fascista (por no llamarla otra cosa) “Intereconomía” se enerve cuando a una cajera de supermercado se la empuja (lo cual no defiendo) y que sin embargo, al ver como “sus honorables y respetables cuerpos del estado” revientan costillas y cráneos de ancianos y jóvenes que simplemente levantan las manos y agachan la cabeza, no les suscite ningún sentimiento de indignación. Esos moratones y esas brechas para ellos son “merecidas”. Como dijo Groucho Marx “la inteligencia militar es una contradicción en los términos”. Cada día esta cadena y la policía se parecen más a esta frase. Me gustaría veros igual de valientes en barrios en los que no tenéis cojones de entrar. Me dais vergüenza en el sentido más visceral y profundo de la palabra. Lo repito otra vez, algunos, no todos. Os sentiréis orgullos al llegar a casa y saber que “habéis cumplido con vuestro deber”. Habéis llegado a detener a un compañero vuestro que estaba infiltrado. ¿Qué coño estaría haciendo para que lo detuvierais? Sólo hay dos opciones: o era uno de los que estaba provocando altercados, o las detenciones las hacéis al azar. Como diría Benedetti “más lo primero que lo segundo y también viceversa”. Si no sentís vergüenza ante esto, es absurdo dialogar con vosotros, es absurdo explicaros lo que significa la palabra dignidad. Tal vez por eso, no os queda más remedio que utilizar la violencia más denigrante e indefensiva de todas: la justificada por parte del estado. Tal vez por eso utilizáis indiscriminadamente las porras, los cascos y los escudos, porque es lo único que podéis entender. Sois lo más opuesto a la democracia que puede existir. Y lo repito para que quede aún más claro: no todos, por suerte. Pero sí demasiados. UBICACIÓN EN UN DÍA DE LLUVIA Si supieras que antes de pensar en esto estaba pensando en ti, no lograrías ubicarme en este día de lluvia. Siguiendo por donde lo dejé, si supieras que no sé apenas nada de cómo volverme accesible y accederte por nuestro invierno más cálido, no habrías compartido aquella cerveza con el partido de fútbol de fondo. Ando por los cables telefónicos cuando las nubes grises escanean las formas más absurdas de acordarme de ti. Los “demasiado tarde” son nefastos para volver atrás. Para controlar tempestades. Para dar señales de vida por Whatsapp. Si supieras que en realidad no tengo ni puta idea de por qué la tormenta es el mejor lugar para esperarte, hace rato que estaríamos mojados.

sábado, 22 de septiembre de 2012

PASOS DE CEBRA SIN COBERTURA

DISCORDANCIA #20 La culpa fue mía. Hasta ahí todo claro. El baile no fue más que gritar en código Morse lo que no dije. El alcohol distorsiona la memoria. Y equilibra la balanza o la desequilibra, hacia cualquier parte tuya. Llámalo como quieras. Tenemos que aceptar irreversiblemente que ni tú vas a estar cuando yo esté, ni yo voy a estar cuando tú estés. Esto sí es una cuestión de geografía, a nuestra manera. “Coincidir” es de esos verbos que por mucho que sepamos cómo se usa, no va a significarnos nada. Hay que aceptarlo como se acepta aquello que no se puede explicar pero que se entiende a la perfección. No es necesario extendernos. Ni décimas explicaciones que no explican nada. El alcohol distorsiona la memoria. Y es cuando no me acuerdo que te pareces más a otros paisajes inhabitables. Cuando no me acuerdo que no vas a lamer mis puntos débiles para que se evapore lo que no está a tu favor. Cuando no me acuerdo de lo que argumenta el punto y aparte. El hermetismo quizá aumente por la resaca y se comparte mejor si “Dash” de DeYarmond Edison impacta sin hacer ruido pero no dejando nada en pie. Y de pronto, un chicle puede re-direccionar todas las raíces nerviosas que componen el perfume que mejor te define. Que mejor me desarma. Si acceder supone desvirtuar el trato, tendré que resetear las imágenes en las que salimos sonrientes firmando el acuerdo. Si lo que hago no lo ubicas en lo que dije es sólo porque a veces tengo la costumbre de hacer estupideces a gran escala. Una afición como cualquier otra. O no tanto. La culpa fue mía. Porque en realidad, nunca fuiste “Lo que eres/ me distrae de lo que dices” (Pedro Salinas), y eso es algo que te das cuenta después. El alcohol distorsiona la memoria. Pero la culpa fue mía. Por eso, perdón por las vueltas de mis palabras. “Por los bailes” (Andrés Suárez). Por la gramática inalámbrica. Es simplemente una forma absurda de entender lo que digo. Es simplemente porque lo más parecido a dormir cuando no puedo dormir es dejar constancia por escrito de la intoxicación presente de anoche y de ti. A partes iguales. A partes jodidamente desiguales. RUIDOS QUE SUENAN A HÄNDEL Y A CAFÉ #21 Tengo los ojos rojos de no cerrarte y el frigorífico apagado para que los miedos no tomen forma. Ser contradictorio es lo más coherente que puedo ser ahora mismo. Existen también palabras de garrafón, y eso siempre se nota. Igual que las cortinas echadas o los labios despintados que hablan y hablan, y cada vez dicen menos. Como un “iglú sin primavera” (Vetusta Morla) y cualquier cosa mejora la oferta que no hiciste. Existen también lugares en mitad de la nieve que te acogen como una manta eléctrica, como vendavales que abrazan con cuidado, como ruidos que suenan a Händel y a café. Tengo los ojos rojos de no cerrarte y el frigorífico apagado para que los miedos no tomen forma. Aprieto contra mí lo que no tiene que ver contigo y de la misma manera, los impulsos eléctricos deletrean las sábanas con las que nos destapamos a media noche. A mitad de ser tú. A mitad de ser yo sin pasar por ti. No dejaste dudas al respecto, y se agradece. Y apreciamos también los buzones rotos para dejar palabras sueltas, los cartílagos que suben el azúcar y los supermercados abiertos veinticuatro horas para echarnos de menos sólo dos minutos. Has confirmado de largo y de sobra que apenas tengo imaginación, que necesito palpar tu vientre y coordinar la gravedad con lo cotidiano para que los niveles de caos se ajusten al rastro que deja un petrolero para no perder el camino. No tengo imaginación. Lo que no quiere decir que a veces no te imagine. Al igual que no sé leerte con subtítulos; prefiero la versión original aunque no me entere de una mierda. Aunque sólo tenga claro el maldito “Fin”. Y surge una pregunta diferente a la que me hiciste: ¿Qué puedes ofrecerme tú que yo no haya perdido ya? Y es que lo que sobre no vale. Y es que hay ciertos temas de los que no puedes darme lecciones. Porque dime, qué vas a explicarme tú de meterse en el barro, de quedarse en blanco en la batalla, de cambiar de dirección y llegar al mismo acantilado. Dime qué coño sabes tú de estar sin ti. Como ya te dije, hay ciertos temas de los que no puedes darme lecciones. Del resto, todo lo que quieras.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

CREO QUE AL FONDO ESTABA LA TORRE EIFFEL. PERO NO ESTOY SEGURO

No haces nada, y pasa algo. No hace falta dar tirones para acercarse. Ni tampoco alejarse para enfriar la habitación. Pero no hay un fin de semana en París que arregle un miércoles insoportable en Sevilla. Porque a menudo lo que no funciona no es una cuestión de geografía. Por suerte o por desgracia. La lencería roja finísima, el vestido negro indicando el camino a seguir, los labios pintados con una arteria cortada, los tacones que llenan de excesos la avenida. Todo eso está bien. Por no decir que está jodidamente bien. Pero es lo de menos. Una cena perfecta con un violinista elegido a la carta, con ostras y tarta de queso que revalorizan el paisaje. Esto no está tan bien como lo anterior, pero tampoco está tan mal. Y sigue siendo lo de menos. Aún más. Y vuelta al hotel, con la cama hecha, con sábanas de diseño, con cortinas de seda que no tienen ni puta idea de lo que es sentirse vulnerable, con la luz tenue que ameniza que los maniquís estén cada vez más desnudos y el teléfono veinticuatro horas disponible, siendo la única forma de cumplir realmente lo que se quiere. Se descuelga. Pides. Gracias. Y adiós. Así debería de ser. Y por supuesto, unas vistas inmejorables a la Torre Eiffel por la ventana, encajando como una fotografía programada. Todo está en su sitio menos lo que tiene que estar. Realmente espléndido. Realmente triste. Sin embargo, a mí me estorba tu ropa interior. Entorpece considerablemente tus vistas. Hemos cenado ensalada, con un vino de 10 euros, con mi barba arañando tus pupilas y sin tener la más mínima idea de qué coño se ve por la ventana cuando follamos. Como si no hubiera nada mejor que mirar en ese momento.

jueves, 13 de septiembre de 2012

AHORA VIENE CUANDO

Ahora viene cuando nos damos cuenta que nuestras cenizas queman mucho más que cualquier fuego al que nos hayamos expuesto. Esto es fácil de asumirlo. Algo más complicado de desplegarlo en secuencias vivenciales contundentes e irreversibles. Quiero decir, de llevarlo a cabo. La peor arma es saber dónde duele. Da igual que yo lleve una armadura blindada, una espada y una jodida hacha, y tú vayas desnuda y sin armas –esto es discutible– si sabes dónde lo destrozas de verdad. A mitad de camino entre el olvido y este tinto con absenta, que sabe a césped aromatizado, hacemos recuento de toda la mierda que nos echamos en cara. Y curiosamente, la mayor mierda nos la guardamos dentro. Justo entre lo que pensamos de verdad y el dejarlo pasar hasta nuevo aviso. Ahora viene cuando ni yo te pido que aterrices ni hay pista para hacerlo. Aguantaremos hasta que se agote el combustible. Que a veces es gasolina y otras, energía dérmica. Tarde o temprano vamos a deslizarnos por otras personas para llegar al mismo lugar estúpido en el que estamos ahora. Me conformo con no llegar a ti. Ni en el sentido más disfuncional de la palabra ni en ningún otro. Entré en el probador de la tienda que más odio mientras discutías con la dependienta, y sin explicar nada, supe que ni te convencía ni me convencía. No sé por qué me probé esta camisa si desde el principio sabía que no iba a quedarme bien. Nos parecemos a esta camisa. Y a esos vaqueros arrugados de la esquina. Y a esa percha doblada en el suelo. Y a todo lo que no se puede reparar, en resumen. Hace tiempo que no “nos” necesitamos. Pero eso aún no lo sabemos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

SEX & GASOLINE

Para que el rock te seccione la yugular no hace falta la distorsión. Tú tanteas el terreno lanzándome un directo que no viene hacia a mí. Nos conocemos. Ni mucho ni poco. Sólo lo suficiente como para saber que cuando mueves el pie derecho es que vas a lanzarme un golpe de izquierda. Y que cuando mueves el pie izquierdo, también. Y lo curioso es que nunca fuiste zurda. Aunque ahora que lo pienso, para alguna que otra cosa sí que lo eras. Solías moverte por la habitación entre el humo de la marihuana y las canciones del álbum de Rodney Crowell “Sex & Gasoline” como si fuese la embajada de la paz mundial, con tu camiseta rasgada de Joy Division y con mis pupilas dilatando el espacio entre las ondas expansivas que mandábamos y de las que no esperábamos respuesta. Al menos durante un buen rato. Incluso había noches en las que tú y yo no necesitábamos la distorsión para calibrar nuestros cuerpos. Incluso los pianos secundarios de este disco formalizaban la no presencia de amplificadores para poder sentir las vibraciones que nos sabían a poco. No hace falta golpear fuerte para sentir el impacto. Ni tan si quiera subir el volumen al máximo. Basta con saber dónde dar. Basta con soplar sin casi abrir los labios para que acabe estrellándome contra la pared. El Jim Bean solucionaba gran parte de los retos que nos quedaban por cumplir. Disfrazaba el miedo de una ceguera resplandeciente. Y lo cierto es que jamás nos vimos mejor. Todo hay que decirlo. Iban pasando las canciones en modo aleatorio: “Sex & Gasoline”, “Truth decay”, “Forty winters”, “Night´s just right”, “Closer to heaven” y por fin sonó. “I want you #35”. La mejor sin duda. No tanto por el título. O sí. Pero es demasiado explícito. La distorsión puede matar más rápido. Pero lo acústico, a veces, mata mucho mejor. Igual que tú.

lunes, 3 de septiembre de 2012

LA TEMPERATURA QUE HACES

No puedo explicarme. Pero puedo explicártelo. Elegimos el peor sitio para colisionar después de quedarnos sin saldo, sin ropa y sin carbono para disfrazarnos de lo que no somos. El ruido se interpone entre lo que perdimos y lo que no vamos a recuperar. Nuestras deudas siempre fue mejor no pagarlas. Ya sabes por qué. Nuestras dudas siempre fueron peor de lo que imaginábamos. No puedo explicarme. Pero puedo explicártelo, vuelvo a decirlo. Tú olvidas por no tener cojones. Yo sudo por no llorar. Y así, poco a poco vamos formando una trinchera perfecta para hablar del tiempo y otros asuntos que nos importan una mierda. Hace menos calor por las noches y eso ayuda a escuchar algo diferente a la temperatura que haces desde lejos. Esnifo una a una las palabras que escribiste por Whatsapp. Y es mejor que no sepas las consecuencias. Sobre todo a partir de las cuatro de la mañana. Vomito los orgasmos febriles en el bar de la esquina. Simplemente por no saber qué hacer con ellos. Me crujo los dedos y creo que al fondo, crujen las aurículas también. Eso fue una sorpresa, no estaba programado. Reabsorber fracasos no está de más cuando con los ojos descalzos y ambiguos, entendemos la soledad de esa forma que no hace falta dar detalles. No puedo explicarme. Pero puedo explicártelo. Aunque no sé si te vale. Haré un último intento. Pasar página no es pasar de página. Pasar página es leer y releer la tuya, y aprender los puntos y las comas, las sílabas y las putadas, los atajos y las manías, las carencias y los puntos débiles. Pasar página no es pasar de página. Es leer y releer la tuya, y que ocurra lo mismo que con los medicamentos caducados: que no hagan efecto.

miércoles, 22 de agosto de 2012

MÁS DE DIEZ SEGUNDOS

Esta conexión que tenemos tú y yo, es curiosa. Puede soportar las gilipolleces y las putadas más feroces. Sin embargo, no es capaz de aguantar mirando cómo te pintas las uñas. Enlazamos estaciones y portadas de discos de los 70. Tienes un póster igual que éste. Tienes una forma de matarme igual de absurda que los chalecos salvavidas de los aviones. Hablando de aeropuertos, hace dos horas que nos despegamos uno del otro sin billete de vuelta. Y entonces es maravilloso cuando no eres tú la que anda desnuda por la habitación, cuando no coges esos cereales ni esa taza, cuando no me preguntas cosas que no sé, cuando no son tus dientes los que viven en mi hombro. No te imaginas lo maravilloso que es esto. Cuando la que me pide que me vaya o que me quede no eres tú, cuando hago cena para dos sin ti, cuando Julio Cortázar convive con nosotros sin decir tu nombre. No te imaginas lo maravilloso que es esto. No me gusta esperar. O concretando un poco, no me gusta esperar, ni esperarte, ni que me hagan esperar. Aunque te dije mil veces la frase de la canción de Calamaro “No me gusta esperar pero igual te espero”. Por eso, esta vez ha caducado. Esta conexión que tenemos tú y yo, es curiosa. Puede soportar las gilipolleces y las putadas más feroces, y por supuesto la lluvia. Sin embargo, no es capaz de aguantar la puta felicidad durante más de diez segundos.

jueves, 16 de agosto de 2012

INUNDACIONES SIN SORPRESA

Tengo los pies fríos de pensar en ti a esta latitud. Por aquí es lo mismo de siempre. Incluso cuando tú no eras tú todavía. ¿Qué propones? ¿Qué mierda de lluvia de agosto va a solucionarnos los golpes que no esquivamos? La urbanización reconoce tus pisadas sólo a partir de media noche. El resto de día se impregna de libros, canciones y una temperatura que oscila entre el mar y asomarme a la puerta. Aprendí que cuando me preguntas si habrá tormenta, en realidad quieres preguntar si las paredes están a la misma distancia que hace un mes o si se están estrechando. La ventana está abierta tanto como la noche despejada que no deja de correrse en los sueños que nunca alcanzaremos, por mucho que te empeñes. La ventana está abierta y no hace falta que salgamos para no estar aquí, compartiendo espacio y canal de televisión. No hace falta cerrarnos para no poder accedernos. No hace falta tener el mismo sudor para no echarse de menos. Aprendí que cuando preguntas por una nueva melodía de piano, en realidad quieres preguntar cuándo nos vamos a tocar bien de una puta vez. Ya se necesita hielo en nuestro invernadero de charol y madera. Ya no calienta aunque juntes las manos. Ya, haz lo que quieras, porque va a ser lo mismo que si no lo hubieras hecho. Ya no tienes consecuencias. ¿Qué propones para no seguir igual que ayer? Aprendí que cuando preguntas esto, en realidad, no quieres saber la respuesta

viernes, 10 de agosto de 2012

TODO LO QUE SE ROMPE ANTES DE TIEMPO

Entre las dunas aparece el espejismo de tu voz diciendo “Podríamos hacer tantas cosas uno sin el otro que da miedo pensarlo. Pero lo que acojona de verdad es lo que hacemos juntos”. La arena fría calcula los vértices de mi espalda. La estrella Polar se parece a tu pezón. Pero tú sabes mucho mejor. Mi exilio de ti no son las demás. De hecho, son la vuelta más rápida y feroz a ti. No espero que lo entiendas. Tampoco espero que compartas la manta. Porque una playa de noche, igual que un mercado, tiene las formas íntimas de amanecer más contundentes que jamás he visto. ¿Qué va a pasar cuando pase esta noche? ¿Qué va a pasar cuando veamos que no ha pasado nada? Apoyas la cabeza en mí y sube el sonido de las olas. Aunque sólo las intuimos, enfrente. Observo tu pie derecho hundiéndose hasta la mitad en la arena. Y una profunda empatía moja la toalla. Me recuerdas a lo que escribió Juan Manuel Romero: “Al fondo/ todo lo que se rompe antes de tiempo:/ nosotros, esta noche/”. Las lenguas están impacientes por la sal ajena. Salimos ilesos pero con heridas irreparables. Salimos disparados hacia el faro, que ni que decir tiene, no nos guía. ¿Para qué queremos la luz? Si nos sobra con la piel que gastamos fuera de nosotros. Entre las dunas aparece el espejismo de tu voz diciendo “Tenemos que dejarnos. Pero hoy no”.

sábado, 28 de julio de 2012

DA IGUAL QUE SEAS TÚ O NO

Me da igual que te marches o que te quedes, que me olvides o me hagas vudú, que me hables al oído o me grites por un megáfono, que consideres el tiempo que perdimos o que reconsideres los orgasmos que hipotecamos al 10%, que cambies la ruta de formatearnos, que no obedezcas al parte meteorológico, que multipliques por dos mis resacas mitad de ti, mitad de whisky, que sueñe tus pesadillas, que matices mis parpadeos o que blanquees el dolor que no nos hacemos, que interpretes lo que no te digo, que malinterpretes lo que te digo, que acuses a la luz de no tener vértigo, que incorpores otro pentagrama a mis sombras, que te desnudes o no, que fuerces el cristal aunque tengas frío, que sueltes los nudos que nos tiemblan, que agrupes nubes y claros para decirnos algunas verdades, que redefinas la soledad, que alucinemos mirando al techo, que sobornes al absenta o que inspecciones a fondo las sábanas que no te echan de menos. Me da igual porque en el fondo, da igual que seas tú o no. Nunca tuvimos tacto para decirnos estas cosas.

jueves, 26 de julio de 2012

SECCIONES DEL SUPERMERCADO. Y DE TI

Hablamos del verano como si fuera un lugar para quedarse. Incluso para quedarnos. La cuesta que desemboca en la carretera principal, sigue siendo muy parecida a tu rímel cuando se está desperezando. Y por eso hablamos de apartamentos vacíos que por mucho que queramos, no vamos a poder llenarlos. Rellenarlos tal vez, pero ya sabes que no es lo mismo. Esa pulsera aún tiene tus huellas dactilares. Tardaste como unos diez minutos en hacerme el nudo. El ron resaltaba la afinidad de los cables de luz. ¿Cómo coño lo hacías? Tus dedos alumbran la parte de la terraza que declaramos territorio non grato. Tus piernas mantienen intactas e inéditas las palabras mojadas que no soportaron el magnetismo. Mis dientes interactúan con tu saliva de la mejor forma posible: y no lo voy a explicar. Hablamos de supermercados abiertos y de inspeccionar todas y cada una de las secciones como si se nos fuera la vida en ello. Como si la sección de congelados fuese lo más oportuno para el tiempo. Nos perdemos justo antes de llegar a la panadería. El aire acondicionado traslada Groenlandia a mis tobillos. Las luces fluorescentes trasladan nuestra resaca a la vista. Nos reencontramos en la sección de perfumería y este tiempo sin ti no ha estado tan mal. Y comprendo entonces, que aunque estemos en la playa, aunque todo esté impregnado de arena y sal, y haya miles de olores en el aire, sólo soy capaz de distinguir tu perfume. Porque huelo a ti. Y eso no sé si es bueno o malo. Como todo lo que sucede cuando estamos juntos, hasta un tiempo después de que pase, no sabemos si será bueno o malo. Y para entonces, ya no nos importará una mierda. Y por supuesto, será tarde. ¿Te acuerdas de cuando hablábamos del verano como si fuera un lugar para quedarse, incluso para quedarnos? Una estupidez más que añadir. Y que añadirnos. Ahora simplemente encendemos la luz, buscamos la ropa, nos vestimos y balbuceamos sílabas sin sentido antes de despedirnos. Tú cierras la puerta. Y yo espero al ascensor. Al maldito ascensor que no llega. Al maldito verano que no pasa.

domingo, 22 de julio de 2012

NO ES TAN DIFÍCIL

En realidad, no es tan difícil. Quiero decir que tú sabes la distancia más corta entre tú y yo. Pero sobre todo sabes de sobra los atajos para llegarnos, vencernos y secarnos. Hay resacas que duran el tiempo justo para soltar el móvil antes de decir lo que ya imaginas. Y que es mejor no decir. Aunque lo sepamos los dos. Un tren, un autobús, un taxi, o andar a las 6 de la mañana desde Torneo hasta Triana, son formas jodidamente extremas de repasar tu nombre con otro acento. De incluirnos en las luces de la avenida porque ya es la única manera que tenemos de follarnos sin que duela. Hay resacas también que aparecen sin previo aviso cuando al destaparme tengo aún más calor. Y doy vueltas en la cama moldeando las palabras que van de la persiana al colchón, y del colchón a no sé qué mierda de sitio, pero es un sitio que te es familiar. Hay resacas que confluyen en una piel ajena que te acoge como si estuvieras en casa. Aunque no sea capaz de cerrar los ojos. Y repase de memoria los escalones. Y me acuerde del color del ascensor que nos sube y nos baja a desritmo. Y me acerque al espejo para ver si realmente este gilipollas que hay enfrente soy yo. Y por supuesto que lo soy. Hay resacas como abrazos rotos, tú aprietas y yo no siento nada. Como botas desgastadas que avanzan en una despedida. Como ventanas cerradas para que tu suavizante invente otro pasillo. Hay resacas que parecen que nunca van a terminar. Y la tuya es una de ellas.

martes, 17 de julio de 2012

-10 GRADOS FAHRENHEIT

Creo que era en Reikiavik. Aunque podría haber sido Bruselas perfectamente. Creo que había calles menos frías que tus manos cuando buscaban algo por mi espalda. Algo que no supe si encontraste. Algo que probablemente nunca existió. Creo que hablamos de mudarnos a algún sitio cubierto de nieve pero nos negamos a hacer las maletas. Creo también que tu champú improvisó una melodía al piano mientras me enseñabas el camino a no seguir. Creo que investigamos otras formas de congelar orgasmos sin que temblara el suelo. Pero no era lo mismo. Creo que tu pintalabios hizo un desvío desde mi yugular hasta la parada de autobús más próxima. A cualquier cosa con alcohol. Creo que cerramos puertas por no abrir ventanas. Por no tener algo en lo que pensar después de habernos quedado con lo puesto. Qué desastre. Tú y yo, aquí, sin armas para defendernos. Sin palabras que nos abriguen. Sin cojones que nos mantengan en pie una vez más. Creo que llovía. O éramos nosotros. No sabría decirlo. Creo que tu bufanda era una autopista a -10 grados Fahrenheit. Es como mejor nos medimos. Creo que hubo señales para no coger ese ascensor. Para agarrarnos bien a la baranda de la escalera y llevarnos la longitud exacta de los escalones en la espalda y en las rodillas. Creo que nos quedamos sin comida y así volvimos, flacos y llenos de mordeduras que iban desde los pulmones a las tarjetas de crédito. Creo que volvimos. No recuerdo si al punto de partida o a casa. Pero volver, volvimos. Y creo también que nos preguntaron si nos quisimos. ¿Querernos? ¿Nosotros? Lo que nos faltaba.

miércoles, 11 de julio de 2012

AL FINAL, LOS "PATRIOTAS" SON LOS QUE MÁS JODEN AL PAÍS

Por aquel entonces, cuando el gobierno de Zapatero propuso adoptar medidas similares a las que está tomando ahora el PP, Mariano Rajoy se opuso a ellas. Argumenta cuando se le dice esta contradicción que la situación que ellos pensaban que había era distinta a la que se encontraron. Bueno, explicarle a Mariano Rajoy que incluso la gente que no estábamos ni en el parlamento ni en Moncloa, sabíamos cómo estaba la situación. Y si no tenía conciencia –que por cierto, no la tiene de ningún tipo– de ello, no debería de haberse presentado ni tan si quiera a las elecciones. Con la edad que tienen ¿aún no han entendido que es mejor prevenir que curar?; aunque ellos, según hemos visto, son más de cinismo, de demagogia barata, y de que se vaya el PSOE sea como sea. Y en esto último, le doy razón a medias. El PSOE tenía que irse sí o sí, pero no a costa de mentir sobre algo tan objetivo. Dicho esto, hoy han presentado el resto de recortes. O mejor dicho, han seguido recortando los recortes previos. Y hay como cien vídeos y otras tantas notas de prensa diciendo que bajo ningún concepto harían lo que finalmente han hecho. Si tuvieran dignidad y vergüenza, dirían como el rey: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir” –con esto no quiero decir que él tenga dignidad y vergüenza, no se me malinterprete–, y no se repararía nada, pero al menos se pide perdón. Aunque el rey a quien debería de haber pedido perdón primero es a su mujer –que tal vez lo hizo, no vivo con ellos, aunque me extraña, si duermen en habitaciones separadas, dudo que se pidan perdón, a estas alturas–. Pero ése es otro tema. El tema principal es que nos toman por gilipollas, y eso es algo obvio. Y al final tendremos que hacer lo mismo que hicieron en Islandia. Tampoco estaría mal explicarle el significado de palabras como honestidad, compromiso, justicia y traición. En las crisis, los políticos normalmente hacen justo lo contrario de lo que hay que hacer para salir de ellas. Pero eso explícaselo a ellos. También es contradictorio que la gente se sorprenda por las acciones del PP, sinceramente, ¿qué coño esperaban que hiciesen? ¿Pensaban que Mariano Rajoy tenía una varita mágica para sacarnos a todos de la crisis con la oposición demagógica, irreal y absurda que hizo? Qué esperar de un presidente como Rajoy que dice que “su obligación es estar en la final de la Eurocopa”. No Mariano, no. Tu obligación es simplemente hacer algo efectivo para salir de la crisis. No ir a ver un partido de fútbol. ¿De verdad pensaban que con tipos como Wert, De Guindos o Saenz de Santamaría iba a pasar algo distinto –si no peor– de lo que pasó con el resto de incompetentes del PSOE? Me gustaría ser tan ingenuo como esa gente. Me gustaría ser tan “soñador edulcorado”. Pero no lo soy. Y a mí, que no tengo colgada la bandera de España en mi balcón, que no lloro ni me pongo la mano en el pecho cuando suena el himno nacional, que no desprecio a los que no se sienten españoles, a mí no va a venir ningún imbécil ni ningún fantoche a darme lecciones de patriotismo barato y artificial por no hacer esas cosas. Porque si yo hubiese estado en la oposición en ese momento, hubiese apoyado ciertas decisiones que se han tenido que tomar mal y tarde, y con daños multiplicados por cien, sin tener en cuenta quién las decía. Simplemente había que tomarlas. Porque eso es velar por un país y quererlo. No la mierda que han hecho PSOE y PP. No es colgar una bandera ni ponerse la mano en el pecho cuando suene el himno. Y es curioso, que aquellos del PP que son tan “patriotas”, en lugar de pensar en los intereses de su país y que tanto defienden los colores de su bandera, tan sólo mirasen los colores de su partido político en vez de apoyar las medidas adecuadas. Pero claro, tal vez con eso, no hubiesen ganado las elecciones. Porque en el fondo, el país es lo de menos. Lo que importa de verdad son los votos porque así les quedan sueldos vitalicios. Es curioso que esos “patriotas de pura raza”, sabiendo que iban a joder al país, lo hicieran. Un aplauso por ellos. Si ser patriota es eso, efectivamente, no soy patriota. Prefiero ser honesto.

lunes, 9 de julio de 2012

SCHOPENHAUER Y EXPLOSIONES CONTROLADAS

Por la ventana derecha del avión vuelan las rutinas que hacemos, sin apenas darnos cuenta. Como poner la lavadora con la cantidad precisa de suavizante para reconocer tu ropa antes del centrifugado. Como concentrarme en el ruido que hace el lavavajillas y adivinar cuándo tu taza favorita está lista. Como llamarnos a cualquier hora y enterarnos a la primera aun teniendo el móvil en silencio. Aun cuando estamos fuera de línea y establecemos conexiones inalámbricas. Un día tenemos que explicárselo a algún ingeniero informático japonés. Aunque no sé si llegará a entenderlo. Como la arena que hemos fabricado en el pasillo para vencer a las olas que no llegan hasta aquí. Para confundir a la marea que lejos de subir o bajar, simplemente hace imborrables las huellas que hacemos al bajar los pies de la cama. O como las explosiones controladas que ocurren cuando no tenemos previsto actualizar el color de los ojos después de una tormenta de verano perfecta. Pero sin duda, lo que no es negociable es no hacer líneas perpendiculares entre Schopenhauer y tu pelo mojado al salir de la ducha. En resumen, tienes que dejar de hacerlo. Tienes que parar de masturbarme el puto corazón porque al final voy a ponerlo todo perdido. Y eso nunca nos gustó ni a ti ni a mí. Y eso no sale después. Dime ¿qué coño hago yo con esas manchas en las paredes internas de las costillas que me recuerdan a ti todo el tiempo? Tienes que parar de hacerlo porque lo voy a poner todo perdido. Y no creo que los kleenex sirvan esta vez.

sábado, 7 de julio de 2012

LOS TIPOS DUROS NO BAILAN. POR ESO BAILO CONTIGO

Puedo acordarme de ti entre Haydn y el asiento 8 de la fila 17. Entre el último polvo y la canción que empezaste a tararear mientras bajábamos por el ascensor. Mantener las distancias es fácil cuando hay mil formas de hacerlo. Mal, pero de hacerlo. Nuestras contradicciones, en el fondo, tienen una lógica aplastante. Pero ya lo sabes, sólo en el fondo. Puedo acordarme de ti justo antes de meter tercera y justo después de mirarte por el retrovisor y ver a alguien distinta porque tu reflejo se parece a ti pero no termina de ser tú del todo. Puestos a acordarse, acuérdate de esta frase para más adelante. Puedo acordarme de ti en el primer trago de whisky y en el penúltimo escalón para volver a casa y no sé qué es peor. Pero prefiero seguir diciendo por lo bajo el título de aquella novela de Mailer “Los tipos duros no bailan”. Por eso bailo contigo. O lo dejamos en que me acerco a tu abdomen y ya están resueltos gran parte de los conflictos de Occidente. Puedo acordarme de ti al ver unas luces de neón del mismo color que el de tus uñas y al arañar con la barba a alguien a quien tampoco le importa mucho eso. Pero joder, puedo acordarme de ti al girarme en la cama y ver que aunque pensaba que eras tú, que aunque me llama de la misma forma que lo haces tú, que aunque duerme con la misma poca ropa que duermes tú, que aunque me pregunta las mismas preguntas que tú, y que aunque me habla de Muñoz Molina igual que tú, no eres tú del todo. Mil veces me he dormido contigo y me he despertado con alguien que no eras tú. Porque eso, al final, de un modo u otro, siempre se nota.